Ante la proximidad de la fiesta de los Mártires Oblatos de España, que
se celebra el 28 de Noviembre, se ha entregado a la imprenta un nuevo número
del Boletín. Adelantamos aquí, abajo, un resumen del mismo. Esta publicación se
envía impresa y gratuitamente a todos los “Amigos de los Mártires Oblatos”. Si
aún no te llega y quieres recibirla, hacerlo saber a la Casa Martirial, Avenida
Juan Pablo II nº 45, 28224 Pozuelo (Madrid). Teléf. 91.352 34 16.
28 de Noviembre
memoria litúrgica
de los Mártires
Oblatos de España
Este es el día
señalado por la Santa Sede para celebrar la fiesta de nuestros Mártires
Dios
todopoderoso y eterno, que al beato Francisco Esteban y a sus Compañeros les
has concedido la gloriosa victoria del martirio mediante la oblación cruenta, haz
que también nosotros, por sus méritos e
intercesión, podamos dar testimonio ante el mundo de quién es Jesucristo. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.
Mártires Oblatos de Laos
Como anunciábamos en el Boletín anterior, en breve serán beatificados
los 17 Protomártires de Laos. Han sido los Oblatos quienes han promovido esta
Causa y dos hombres concretos quienes han trabajado con denuedo para sacarla
adelante. Ellos son el P. Ángelo Pelis
(para la Causa del P. Mario Borzaga y su catequista) y el P. Roland Jacques (para los 15 restantes).
El P. Joaquin Martínez como Postulador general, primero, y el P. Thomas. Klosterkamp después, también hicieron su parte. Todo está preparado
ya para la celebración. Sólo falta fijar el lugar y la fecha.
El
Padre Mario Borzaga, o.m.i.
Testigo de Jesucristo en Laos, martirizado el
1º de mayo de 1960
Mario
BORZAGA nació en 1932 en Trento, al pie de las montañas del norte de Italia.
Era el tercero de una familia de cuatro hijos: tres varones y una mujer.
Crecido
en un ambiente familiar profundamente cristiano, sentía atracción por el
sacerdocio. Entró en el seminario menor de la archidiócesis. Recordando aquella
época, escribirá: “Yo amaba a Jesús en los sacramentos, y a María. Rezaba, triunfaba
en los estudios, y soñaba...” Cuando pasó al seminario mayor, su amor por la naturaleza
seguía vivo. Gracias a eso, aprendió a
observar en profundidad a las personas y a las cosas; anotaba con regularidad
sus observaciones en su diario.
Escribió
muchas páginas a lo largo de su corta vida misionera: ahora su diario y sus
cartas son un tesoro que nos permite conocer a fondo, además de sus actividades,
su itinerario interior. Sus compañeros de seminario dirán después que ellos ya
eran conscientes de esa creciente profundidad
interior; intuían que eso llevaría a Mario a un compromiso más grande.
Un sueño misionero
Tenía
apenas veinte años cuando vino un misionero a hablar a los seminaristas. Mario
lo escuchaba atentamente y tomó conciencia de que Dios lo llamaba a las
misiones extranjeras: su vocación sería la de un misionero oblato. Los Oblatos,
congregación fundada en Francia en 1816
por San Eugenio de Mazenod, enviaban misioneros a varios países.
Para
realizar esta vocación, Mario comprendió que tenía que cortar con los estrechos
lazos que lo unían a su familia y a sus amigos. En este sentido comenzó dando
el primer paso al iniciar el año de noviciado en 1952. Lo define así: “Es un
año en el que se pone a prueba la posibilidad de darse completamente al Señor.
Es un año durante el cual uno se entrena a renunciarse, a vaciarse
completamente de sí mismo, como se vacía una papelera, sin lamentarse.”
Después
Mario se prepararía para la vida misionera mediante varios años de estudio.
Durante ese tiempo tenía una meta espiritual precisa: transformarse lo más
posible a imagen de Cristo sacerdote, víctima y apóstol. Quería conseguirlo
gracias a la Eucaristía y a María Inmaculada: la Eucaristía como pan partido,
fruto del sacrificio de la Cruz, es decir del amor; María Inmaculada, porque
ella dio Jesús al mundo. Mario quería imitarla hasta el punto de llegar a ser
misionero como ella y portador de Cristo Salvador. Desde ese momento, el pensamiento
del martirio ya estaba presente en su espíritu.
En
1957, Mario fue ordenado sacerdote. Fue una fiesta hermosa para su familia y
para su parroquia. Ese mismo año los
Oblatos de Italia enviaban a Laos el primer equipo de misioneros. Mario,
corazón de apóstol, fue uno de los elegidos para enrolarse y aceptó con
alegría: su sueño se iba a realizar. Confía sus sentimientos a su diario: “Fiesta
de la Visitación. Uno de los días más importantes de mi vida: he recibido la
obediencia para Laos. Iré en nombre del Señor. ¡Virgen Inmaculada, ayúdame! Jesús, Jesús, Jesús,
yo quiero ser uno de los tuyos, como Pedro, Pablo, Bernabé, Lucas, Santiago y
Juan.”
En Laos: la desilusión
Llegar
a uno de los países más pobres del mundo, con un número tan reducido de
cristianos, fue un choque para él. El primer año lo pasa en la misión de Kengsadok. Allí tendrá que aprender el idioma,
la cultura local y la vida misionera. Su
celo misionero lo empujaba a lanzarse. Le gustaba estar con la gente, deseaba
aprender todo de ellos, al máximo posible, para anunciarles el Evangelio de la
salvación.
En realidad fue un año muy difícil. Se sentía aislado,
perdido, lejos de todos sus compatriotas y amigos. Se empeñaba por aprender el
laosiano, pero era incapaz de comunicarse con la gente, y, por eso mismo,
incapaz de ejercer a fondo su ministerio sacerdotal.
Tal situación lo llevaba a sentirse inútil. Escribe en
su diario: “Mi cruz soy yo mismo, soy una cruz para mí mismo. Mi cruz es la
lengua que no soy capaz de aprender. Mi cruz es la timidez que me impide
pronunciar una sola palabra en laosiano”.
Experimentaba así la gran dificultad de ser misionero en el
extranjero. Pero en su apuro buscaba la
presencia de Dios. Escribiría entonces esta oración: “Todo te pertenece, Señor,
incluso el malestar, la angustia, los remordimientos, la oscuridad… Yo te amo
porque tú eres Amor”.
Kiukatiam
Mario Borzaga tenía veintiséis años cuando fue enviado
a su primer puesto de misión. Kiukatiam era una aldea hmong, a unos 80 km. de
Louang Prabang, al lado del camino que va en dirección de Xieng Khouang y Vietnam
y que se llamaba entonces la carretera Astrid. Mario allí iba a relevar a un
misionero oblato aguerrido, a quien él apreciaba mucho, el Padre Yves Bertrais:
ya se habían establecido sólidamente los cimientos del cristianismo, ahora había
que construir y desarrollar la comunidad. Ayudado por el Padre René Charrier,
o.m.i., Mario puso manos a la obra con todo su corazón: hizo todo lo posible
para estar a la altura, siguiendo el ejemplo de esos dos ancianos.
A partir de 1959 se quedó con la tarea él solo.
Enseñar el catecismo, iniciar a la oración, visitar las familias, acoger a los
enfermos que diariamente acudían a las puertas del pequeño dispensario de la
misión, a todo eso consagraba Mario su tiempo y sus fuerzas. Le confiaron también
la formación de los jóvenes catequistas hmongs. Se daba prisa como quien sabe
que la vida del apóstol es breve y que hay que entregarla enteramente por el
Reino de Dios.
Pero no tenía experiencia, y a menudo las exigencias
amenazaban con superar sus fuerzas:
¿Cómo cuidar de quienes ya son cristianos sin desatender a quienes aún están
alejados? ¿Cómo dirigir una escuela de
formación para los nuevos catequistas aprendiendo al mismo tiempo el hmong, una
lengua tan distinta del laosiano? ¿Cómo
ocuparse cada día de las largas colas de enfermos y al mismo tiempo
responder a las llamadas de las aldeas
lejanas, a las que aún no había llegado el Evangelio?
Esos desafíos eran duros, y Mario con frecuencia se
resentía por el aplastante peso de esas responsabilidades. Para seguir creyendo,
para no abandonar la tarea, encontraba las fuerzas necesarias únicamente en su
gran amor a Jesús. Sí, se hallaba en ese puesto porque lo quería Dios. Escribe:
« Nosotros, los misioneros, estamos hechos así: para nosotros lo normal es
partir; es necesario desplazarnos. Mañana los caminos serán nuestras casas. Si
nos vemos obligados a pararnos por un tiempo en una casa, la transformaremos en
camino que lleva a Dios. »
El obispo, Mons. Esteban Loosdregt, o.m.i., había
invitado a los misioneros a que se preparasen para la persecución. En agosto de
1959, Mario confiaba su pensamiento a su diario: “Todos nosotros conocemos las
disposiciones dadas por la Santa Sede para los tiempos de persecución. ¿Qué nos
pasará? Nada, pues estamos en las manos de Dios. Así pues, calma.” Las
instrucciones eran que permaneciesen en los puestos de misión, en solidaridad
con los fieles. Roland Jacques o.m.i. (Continuará)
mos hechos así: para nosotros lo normal es
partir; es necesario desplazarnos. Mañana los caminos serán nuestras casas. Si
nos vemos obligados a pararnos por un tiempo en una casa, la transformaremos en
camino que lleva a Dios. »
El obispo, Mons. Esteban Loosdregt, o.m.i., había
invitado a los misioneros a que se preparasen para la persecución. En agosto de
1959, Mario confiaba su pensamiento a su diario: “Todos nosotros conocemos las
disposiciones dadas por la Santa Sede para los tiempos de persecución. ¿Qué nos
pasará? Nada, pues estamos en las manos de Dios. Así pues, calma.” Las
instrucciones eran que permaneciesen en los puestos de misión, en solidaridad
con los fieles. Roland Jacques o.m.i. (Continuará)
17 Testigos de la Fe en Laos
1. El Padre José Thao Tiến (1918-1954) de Muang Xôi
(Houaphan), sacerdote diocesano (Laos).
2. El Padre Jean-Baptiste Malo, m.e.p. (1899-1954) de La
Grigonnais, diócesis de Nantes (Francia)
3. El Padre René Dubroux, m.e.p.(1914-1959) de
Haroué, diócesis de Nancy (Francia)
4. El catequista Shiong Tho [Thoj Xyooj, Khamsè] Pablo
1941-1960) de Kiukatiam (Luang Prabang)
5.
El Padre Mario Borzaga, o.m.i. (1932-1960) de Trento (Italia)
6.
El Padre Louis Leroy, o.m.i. (1923-1961) de Ducey, diócesis de
Coutances (Francia)
7.
El Padre Michel Coquelet, o.m.i. (1931-1961) de Wignehies, diócesis de
Cambrai (Francia)
8.
El catequista
Joseph Outhay Phongphumi, viudo (1933-1961) de Kham Koem, (Thaïlandia)
9.
El Padre Noël Tenaud, m.e.p. (1904-1961) de Rocheservière,
diócesis de Luçon (Francia)
10. El Padre Vincent
L’Hénoret, o.m.i. (1921-1961)
de Pont l’Abbé, diócesis de Quimper (Francia).
11. El Padre Marcel
Denis, m.e.p. (1919-1981) de Alençon, diócesis de Séez (Francia)
12. El Padre Jean Wauthier, o.m.i. (1926-1967) de Forniés, diócesis de
Cambrai (Francia)
13. El catequista lavên
Thomas Khampheuane Inthirath (1952-1969) de Nong Sim, Paksé (Laos)
14. El Padre Lucien
Galan, m.e.p. (1921-1968) de Golinhac, diócesis de Rodez (Francia)
15. El Padre Joseph Boissel, o.m.i. (1909-1969) de Loroux, archidiócesis
de Rennes (Francia)
16. El catequista
kmhmu’ Luc Sy, padre de familia, (1938-1970) de Ban Pa Hôk (Laos)
17. El saravat Maisam ‘Kèo’ Pho Inpèng, padre de
familia (1934-1970) Sam Neua (Laos)
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