lunes, 26 de diciembre de 2011

Homilía del Delegado del Papa


Publicamos a continuación la magistral homilía pronunciada en la catedral de Madrid,
tras proclamar Beatos a los Mártires Oblatos de España.

Este año, junto a la cuna del Niño Jesús, con María, José y los Pastores, están en primera fila, para contemplar al Redentor, los veintitrés Mártires españoles acabados de beatificar. Lo han seguido desde Belén hasta el Calvario, y ahora entonan un canto nuevo ante el trono del Cordero, inmolado como ellos. También de ellos, el A Apóstol dice: «En su boca no se halló mentira: son intachables» (Ap. 14,5).

Recordemos brevemente la historia de su sacrificio, para reavivar en nosotros la llama del testimonio y de la fidelidad al Dios Trino y a su Palabra de Verdad. Es conocido que la persecución religiosa en vuestra noble patria, durante los años de la segunda República, alcanzó su vértice en los primeros meses de la guerra civil, desde julio hasta diciembre de 1936, para prolongarse hasta marzo de 1939. En aquel período descendió sobre España, como lluvia ácida, corrosiva, un tal furor antirreligioso que contaminó gravemente la sociedad, hasta secar en el corazón de muchos los sentimientos de bondad, de humanidad, de fraternidad.


Miles fueron las víctimas inocentes de este fanatismo anticatólico, que hirió a sangre fría Obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, fieles laicos. Sólo los religiosos fueron más de siete mil. Son verdaderos y auténticos mártires, muertos, como los primeros mártires cristianos, in odium fidei (por odio a la fe) por el diabólico imperio del mal.

Entre estos heroicos hijos de la Iglesia y de la noble nación española, hallamos a un Laico, padre de familia, y veintidós Misioneros Oblatos de María Inmaculada: el Superior Provincial, los Sacerdotes, los Hermanos Coadjutores y los jóvenes Estudiantes de filosofía y de teología. No eran delincuentes. No habían hecho nada malo. Al contrario, su único deseo era hacer el bien y anunciar a todos el Evangelio de Jesús, que es buena noticia de paz, de gozo y de fraternidad.

Queremos recordar los nombres de los Religiosos Oblatos, porque la Iglesia ama y honra a estos hijos suyos, considerándolos testigos preciosos de la bondad en la existencia humana, que responde a, la crueldad de los perseguidores y de los verdugos con la mansedumbre y la valentía de los hombres fuertes. Sin armas y con la fuerza irresistible de la fe en Dios, ellos han vencido el mal, dejándonos una preciosa herencia de bien. Los verdugos han sido olvidados, sus víctima inocentes son recordadas y celebradas.

Por ello citamos uno a uno sus nombres, que son nombres de bendición: Francisco Esteban Lacan, Vicente Blanco Guadilla, José Vega Riaño, Juan Antonio Pérez Mayo, Gregorio Escobar García, Juan José Caballero Rodríguez, Justo Gil Pardo, Manuel Gutiérrez Martín, Cecilio Vega Domínguez, Publio Rodríguez Moslares, Francisco Polvorinos Gómez, Juan Pedro Cotillo Fernández, José Guerra Andrés, Justo González Lorente, Serviliano Riaño Herrero, Pascual Aláez Medina, Daniel Gómez Lucas, Clemente Rodríguez Tejerina, Justo Fernández González,

Ángel Francisco Bocos Hernando, Eleuterio Prado Villarroel y Marcelino Sánchez . Fernández.

A estos 22 (veintidós) Oblatos de María Inmaculada se unió, en un mismo acto de generoso testimonio a Cristo y al Evangelio, el fiel laico Cándido Castán San José, muy conocido en Pozuelo de Alarcón por su claro testimonio católico.

El proceso de beatificación ha recorrido la biografía de cada uno de ellos, porque cada vida humana es, a los ojos de Dios y de la Iglesia, una joya de gran valor. En el conjunto, estos testigos constituyen una corona de gloria para la Iglesia, en la historia.

La mayor parte de ellos eran jóvenes religiosos Oblatos de María Inmaculada, que el Señor había llamado a seguirle, para ser misioneros de paz y de bien ante sus semejantes. Pascual Aláez Medina, por ejemplo, tenía sólo diecinueve años. Había nacido en mayo de 1917 en la provincia de León. A los doce años entró en el seminario de los Oblatos y a los dieciocho años profesó los primeros votos de pobreza, castidad y obediencia. Era un joven bueno y entusiasta de su vocación religiosa. Seis días después de la primera renovación de los votos, fue detenido y asesinado.

Todavía más joven era Clemente' Rodríguez Tejerina, nacido también en la provincia de León, en el mes de julio de 1918. Su sueño era ir a las misiones. Fue martirizado en Paracuellos del Jarama, en el mes de noviembre de 1936. Tenía apenas dieciocho años. En diciembre de 1936, su hermana Josefa, ignorando la muerte del hermano y queriendo visitarlo, supo por los milicianos que «había sido liberado el 28 de noviembre de 1936 ». En el Consulado de Chile le dijeron que todas las personas «puestas en libertad» el 27 y el 28 de noviembre, en realidad habían sido inmediatamente fusiladas en Paracuellos del Jarama.

El llanto de mil madres no puede acallar el dolor de la Iglesia por la pérdida de estos hijos suyos, muertos por el odio contra Dios. La historia enseña, desgraciadamente, que cuando el hombre arranca de su conciencia los mandamientos de Dios, rompe también de su corazón las fibras del bien, llevándolo a cumplir actos monstruosos. Perdiendo a Dios, el hombre pierde también su humanidad.

Podemos preguntamos: ¿nuestros mártires estaban preparados para el sacrificio supremo? La respuesta, fundada en los testimonios y en. sus mismas palabras, es positiva. Ellos eran conscientes y se preparaban, a vivir en la plegaria y en el sacrificio, su entrega a los verdugos. Ellos, ciertamente, conocían la actitud antirreligiosa de muchos de los habitantes del lugar, airados porque los Oblatos llevaban el crucifijo bien a la vista sobre el pecho y porque acogían en su instituto las reuniones de los ferroviarios católicos.

A sólo cuatro días del estallido de la guerra civil, el odio anticatólico, que había incendiado y destruido muchas iglesias de Madrid, llegó a Pozuelo de Alarcón, ensañándose en el colegio (escolasticado) de los Oblatos con una crueldad inaudita. Ocupado el instituto, todos los religiosos fueron detenidos, sin interrogatorio, sin proceso, sin pruebas, sin posibilidad de defenderse.

Un sacerdote, seis jóvenes estudiantes y el señor Cándido Castán San José, esposo y padre de dos hijos, fueron asesinados en seguida, al día siguiente de la detención. Los otros soportaron cuatro meses de sufrimientos, siguiendo las dolorosas estaciones de un trágico víacrucis: terror, refugio clandestino, riesgo constante de ser descubiertos, arresto, cárcel, burlas, humillaciones de toda clase, torturas, mutilaciones, muerte.

Es bueno no olvidar esta tragedia. Y es también bueno no olvidar la reacción de nuestros mártires. A los gestos malvados de sus asesinos, ellos respondieron con buenas palabras, rezando y perdonando a sus perseguidores y aceptando con fortaleza la muerte, por amor a Jesucristo. Su comportamiento llenó de luz las tinieblas del mal.

Conmueven las palabras del joven Oblato, de dieciocho años, Clemente Rodríguez Tejerina, que, meses antes del martirio, había dicho a su hermana Josefa: «Si hay que morir, estoy dispuesto, seguro de que Dios nos dará la fuerza que necesitamos para ser fieles».3

Nos parece oír las palabras del apóstol Pablo que escribía así a los cristianos de Roma: «¿Quién podrá separamos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? [...]. Pero en todo esto vencemos de sobra, gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).

El mismo Señor Jesús fue odiado, perseguido, condenado y muerto. De ahí que advertía a los discípulos, diciendo: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros» (Jn. 15,18). La persecución es una de las bienaventuranzas del cristiano: «Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11-12).

Los mártires nos enseñan que nuestro testimonio del Evangelio pasa, no sólo por una vida virtuosa, sino también, a veces, por el martirio. El Santo Padre Benedicto XVI (dieciséis), en la Carta Apostólica de beatificación, afirma que los veintidós Mártires Oblatos y el laico, padre de familia, «fieles a su vocación, anunciaron constantemente el Evangelio y, derramando la propia sangre, dieron testimonio de su amor puro al Señor Jesús y a su Iglesia».

Este es el mensaje que nos ofrecen los Beatos Mártires. La sociedad no tiene necesidad de odio, de violencia y de división, sino sólo de amor, de perdón y de fraternidad. A un mundo debilitado por heridas de toda clase, el cristiano está llamado, también hoy, a darle un testimonio fuerte de la presencia providencial de Dios y de la eficacia de su gracia que, de modo misterioso pero real, cambia los pensamientos malvados en pensamientos de bien.

Imitemos la fortaleza de los mártires, la solidez de su fe, la inmensidad de su amor, la grandeza de su esperanza: «Oh Dios - hemos rezado en la oración colecta- haz que, por los méritos y la intercesión de los Beatos Mártires, podamos dar testimonio de la fe y de la verdad ante el mundo».

Que los nuevos Mártires sean, ante todo, maestros de vida para sus Hermanos Oblatos de María Inmaculada; que, en la escuela de estos mártires, puedan fortalecer el amor a Cristo y a la Iglesia, y ser generosos y entusiastas misioneros de la nueva evangelización en todo el mundo.

El pasado veintinueve de octubre la archidiócesis de Madrid celebró la beatificación de Sor María Catalina Irigoyen Etchegaray, mujer rica de fe y de amor, ejemplo sublime de vida consagrada fiel y gozosa.

Hoy Madrid ha vivido, con nueva alegría, la glorificación de los Beatos Mártires Oblatos y del Beato Cándido Castán San José, ejemplar padre de familia y modelo de trabajador cristiano.

Gloriosa archidiócesis de Madrid y gloriosa España, tierra fecunda de santos y de mártires, que ofrecen al mundo el espectáculo de la vida buena del evangelio, practicando el amor que predicaban.

Mientras existan justos en vuestra tierra, la Providencia divina no os abandonará jamás y la bendición del Señor descenderá llena de gracia y de dones sobre la sociedad civil, sobre vuestras familias y sobre todos vosotros.

La Inmaculada Virgen María, madre y auxilio de los cristianos, os ayude a celebrar la Navidad con corazón puro y santo.






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