El P. Pablo Fernández ha sido uno de los que más han trabajado
para recabar datos fehacientes sobre la vida y martirio de nuestros Mártires. Fruto
de esa investigación es el fascículo de 50 páginas titulado OBLACIÓN con el
subtítulo Mártires
Oblatos (Madrid, 1998) en el que describe el relato martirial y expone
una breve semblanza de todos y cada uno de los 22 Mártires Oblatos. Yo mismo,
en calidad de Provincial de España, le animé en esa labor y envié a la imprenta
su trabajo. La difusión de ese folleto, tan sencillo como interesante, ha
servido, y no poco, para difundir el conocimiento y veneración de los futuros
Beatos. El P. Pablo, como experto en la materia, fue nombrado historiador de la Causa en la fase
diocesana del proceso de canonización. Ninguno podía hacerlo mejor que él. Yo fue oficialmente el segundo historiador, pero sólo en el papel. El trabajo lo hizo todo él.
A él le debemos también el interesantísimo relato de su hermano, el P. Porfirio Fernández, superviviente de la
matanza, y que pasó tres años detenido (1936-1939), primero en la cárcel y después en un
campo de trabajos forzados. Ese relato puede leerse en este mismo Blog haciendo
clic arriba, en la sección PÁGINAS, P. Porfirio.
¿Qué mejor testigo que el P. Pablo para hablar de los Mártires Oblatos?
Por eso nos permitimos publicar, en parte al menos, su valioso testimonio ante
el Tribunal diocesano de Madrid.
¡Qué pena que por poco no pudo gozar aquí en la tierra de la
beatificación! Falleció el año anterior a la beatificación, el 12 de julio de
2010… Seguro que la celebraría por todo lo alto, con ellos, en el Cielo.
Quede aquí constacia de nuestra sincera gratitud hacia él.
Quede aquí constacia de nuestra sincera gratitud hacia él.
Datos generales del
testigo
Me llamo Pablo
Fernández Fernández, nacido el 2 de Marzo
de 1920 en Robledo de la Guzpeña – Prado
Guzpeña (León), hijo de Saturnino y
Consolación, de estado sacerdote y religioso profeso en la Congregación de los
Misioneros Oblatos de María Inmaculada, con D.N.I. 14479192.
Sobre quiénes va a
testificar
Puedo testificar acerca de
todos los Siervos de Dios excepto del seglar Cándido Castán San José. Puedo
hablar más detenidamente de seis de ellos: el Padre Francisco Esteban Lacal, mi
primer superior en el Seminario Menor de Urnieta. Él me admitió y él me convocó
para la admisión en el Juniorado o Seminario Menor en el año 1932. Fue mi
primer profesor de latín, siendo al mismo tiempo Superior y Provincial. Fue mi
superior durante año y medio, después vino a Madrid.
Durante dos años completos conviví en la misma casa con los Siervos de
Dios: Pascual Aláez, Daniel Gómez, Clemente Rodríguez, Justo Fernández y
Eleuterio Prado. Yo era más joven, tenía doce años, y ellos dieciséis o
diecisiete años. Sobre los otros, sólo puedo testificar por referencias. Conocí
sólo de vista, sin tratarle, al Padre Vicente Blanco. Del resto puedo
testificar por referencias muy directas de los que fueron sus compañeros. Estas
referencias las tengo principalmente a través de un hermano mío que era Oblato
y que estuvo encarcelado con ellos y que, aunque no murió, sin embargo, pasó
los tres años de la guerra civil en distintas cárceles.
Deseo la beatificación de los
Siervos de Dios, hay que tener en cuenta que soy uno de los animadores de la
causa.
Conocimiento de la
familia
Conocí a los padres de algunos
de los Siervos de Dios, por ejemplo, los de Clemente Rodríguez, a los que vi en
una ocasión; y también de visita, a los de Serviliano Riaño, porque como mi
hermano Porfirio Fernández había estado con él en la cárcel, fuimos “ex
profeso” a ver a los padres para darles noticia de cuáles fueron los últimos
momentos de su hijo en la cárcel.
Respecto al ambiente familiar,
puedo decir que la de Clemente Rodríguez era una familia numerosa, al menos
ocho, y de ellos, dos religiosos Capuchinos, dos religiosas de la Sagrada
Familia de Burdeos y dos Oblatos. De los demás no tengo más datos.
En cuanto al ambiente religioso
de las otras familias me consta que eran creyentes y muy practicantes, esto lo
sé por la relación directa que tuve con los Siervos de Dios.
También conocí a la familia de
Eleuterio Prado. Era muy creyente, y, sobre todo la madre, a quien traté
personalmente, conocida por la “tía Dominga” o por el apodo de la “quesera”,
porque era una mujer que se dedicaba a vender quesos por los pueblos de
alrededor y, en concreto, se hospedó en varias ocasiones en casa. Era una mujer
que vivía la virtud de la pobreza y que allá por donde iba fundaba “las Marías
de los Sagrarios” o visitando a las que pertenecían a la asociación en los lugares
donde ya estaba fundada.
Seminario Menor
Conocí al P. Esteban, que fue
mi superior. Era una persona seria, recta y, a la vez, muy cercana, de tal
forma que para mí fue una sorpresa. Era cariñoso, nunca levantaba la voz en las
clases, en la convivencia. En el comedor se acercaba a las mesas para ver si
todos comíamos y, en algunos recreos, jugaba con nosotros, los pequeños, a las
damas, la oca... juegos de pequeños. Para mí fue una grata sorpresa.
De los otros cinco,
anteriormente mencionados, puedo testificar que eran jóvenes muy normales, alegres,
buenos compañeros, piadosos, hasta tal punto que su testimonio me sirvió de
ejemplo y de estímulo. Me impresionaron como piadosos Justo Fernández y
Clemente Rodríguez.
Acerca del noviciado no tengo
referencias directas, por haberlo hecho yo posteriormente a ellos. Sin embargo,
en mi noviciado había cartas de algunos Siervos de Dios que estaban en el
Escolasticado y escribían a los novicios animándoles en su vocación. De una manera
especial, recuerdo las cartas de Publio Rodríguez quien escribía mucho y de
manera graciosa. Esto lo sé porque yo leí estas cartas.
Seminario Mayor o
Escolasticado
Todo lo que tengo son
referencias y testimonios de aquellos que convivieron con ellos, de manera
especial mi hermano Porfirio Fernández. Del Superior, que era el Padre Vicente
Blanco, las referencias unánimes son que era un hombre de mucha piedad, sobre
todo eucarística y mariana, que inculcaba después. Era muy mortificado, tenía
las manos llenas de sabañones por el frío y nunca se las protegía con guantes o
metiéndolas en los bolsos. Era muy regular, observante.
El P. José Vega, profesor de
dogma, daba las clases con mucha preparación y con mucho sentido espiritual. Mi
hermano, anteriormente mencionado, decía que algunas de sus clases parecían una
lectura espiritual.
En todos los Siervos de Dios,
estudiantes, destacaba la devoción eucarística y la devoción a la Virgen, y el
espíritu misionero. De un modo especial, para mi hermano, Juan José Caballero
se relacionaba con todo el mundo misionero: visitas de misioneros, cartas a los
misioneros, revistas...
De Manuel Gutiérrez, además de su espíritu misionero, era el mejor
animador de la comunidad, según referencias del P. Severino Díez Fontecha que
fue compañero suyo y procedían de pueblos próximos.
Aclaro que todas las
referencias y comentarios se produjeron a raíz de terminar la guerra.
Ministerio apostólico
y/o sacerdotal y trabajo profesional
Los Siervos de Dios sacerdotes,
los PP. Vicente Blanco, José Vega y Juan Antonio Pérez, ayudaban al párroco de
Pozuelo en las misas dominicales, en las predicaciones cuaresmales, en
confesiones y en dos capellanías de religiosas que llevaban exclusivamente: las
religiosas de San José de Cluny y las Franciscanas del Buen Consejo. No
solamente les celebraban la misa, sino que también confesaban a los niños del
colegio y daban charlas en los distintos tiempos del Año Litúrgico.
Los otros Siervos de Dios,
todavía seminaristas, dirigían las catequesis en cuatro centros: dos en Pozuelo,
otro en Aravaca y otro en Majadahonda.
Mención especial, no solamente
por mi vivencia directa, sino también por referencias obtenidas de mi hermano
Porfirio y de otros miembros de la comunidad de entonces, merece el P.
Francisco Esteban Lacal que había sido trasladado de Urnieta a Madrid, por su
condición de Superior Provincial. Anteriormente ya he declarado cómo se
comportaba con nosotros siendo niños. Sobre su comportamiento como Provincial
hizo un apostolado permanente dentro de la Congregación, teniendo fama de
hombre recto, muy cumplidor, “esclavo del deber”, pero, al mismo tiempo, muy
cercano y comprensivo para con los miembros de la congregación que tenía
encomendados en su provincia religiosa. Como anécdota de su rectitud, un seminarista
escolástico cumplió su Servicio Militar en San Sebastián; el seminarista se llamaba
Juan José Cincunegui. En lugar de regresar inmediatamente a Pozuelo, se tomó
unos días de vacaciones con su familia. De casualidad se encontró en una calle
de San Sebastián con el P. Francisco Esteban y le pregunto: “¿Tú que haces
aquí?” El seminarista le respondió: “Es que el médico me recomendó los aires
natales”. A lo que el P. Esteban le respondió: “Estos aires son mucho mejores
en Pozuelo. Saca el billete y vete para allá”.
Bajo su mandato de Provincial,
el P. Francisco impulsó el espíritu misionero abriendo nuevas fundaciones y
enviando misioneros a Argentina y Uruguay, fundaciones que él mismo visitó.
Otra de las características suyas era, no sólo la obediencia canónica, sino la
plena unión y comunión con el Superior General de la Congregación.
En los tres años de su mandato
como Provincial, la Provincia recibió un gran impulso espiritual y material, y
obtuvo una gran renovación, no obstante la pobreza de medios que existía.
Todo esto que he dicho sobre el
P. Francisco Esteban Lacal y su mandato como provincial lo he sabido por mi
contacto directo con Oblatos que convivieron con él durante ese período, y la
buena fama que había dejado en la Congregación.
Detención
Sobre las preguntas que se me
hacen, lo primero que he de decir es que yo no me encontraba en Pozuelo, sino
en Urnieta. Todo lo que sé es por investigaciones mías propias sobre escritos y
referencias orales de testigos que vivieron estos acontecimientos en primera
persona.
El ambiente que se vivía era
muy tenso tanto en lo social como en lo político, sobre todo, a partir de
febrero de 1936. Era un clima plenamente hostil a todo lo religioso, como se
puede observar por la quema y saqueo de iglesias y conventos.
Los religiosos Oblatos de Pozuelo eran muy
apreciados y valorados por los creyentes, y convocados para asistir a
reuniones, celebraciones. En las fiestas patronales, así como en otras
solemnidades, como, por ejemplo, la del Corpus, asistía toda la comunidad que
era invitada a participar activamente con el coro de la comunidad y en la
dirección de los actos piadosos. También eran llamados para dar ejercicios
espirituales. Esta buena fama entre los creyentes, tenía como contraposición,
la animadversión, por odio a la fe, de los grupos extremistas entre los cuales
predominaban, en Pozuelo, la F.A.I. y la C.N.T.. Este clima se debía a que la
Comunidad de los Misioneros Oblatos era la que promovía la vida cristiana en
todo el contorno de Pozuelo: Aravaca, Majadahonda y Humera.
Todos los Siervos de Dios, así
como el resto de la Comunidad, fueron detenidos el día 22 de julio. El día 23
llevaron al Convento, convertido en prisión, entre otros civiles detenidos de
Pozuelo, a Cándido Castán San José. Este señor no tenía nada que ver con la
Comunidad, y mi hermano Porfirio Fernández que vivió personalmente todos estos
acontecimientos, en un escrito que me dejó de sus vivencias, redactado en
Córdoba (Argentina), ni siquiera lo nombra. Los miembros de la Comunidad de los
Misioneros Oblatos fueron detenidos por su condición de religiosos, sacerdotes
y hombres de fe. La detención se realizó entre las tres y las cuatro de la
tarde del citado día 22 por un asalto al Convento de los grupos de milicianos
armados.
Sobre si los Siervos de Dios o
el resto de la Comunidad tenían tareas o trabajos de alguna significación
política, he de manifestar que no; en absoluto tenían ningún trabajo
relacionado con actividad política alguna. De todas mis investigaciones y
conversaciones con los testigos supervivientes, puedo manifestar que nadie,
perteneciente a los Oblatos en Pozuelo, había tenido ninguna participación, ni
como simpatizante, en actividad política alguna.
La misión de los sacerdotes era
exclusivamente ministerial, y la del resto de los Siervos de Dios la propia de
los seminaristas y estudiantes.
Sobre si preveían su detención,
los días anteriores al 22 de julio, aunque no salían del Convento, sin embargo
estaban siendo testigos de lo que ocurría a su alrededor: los humos que se
veían de las quemas de iglesias y conventos en Madrid; las idas y venidas de
los distintos grupos de milicianos por las calles; las amenazas directas,
cuando pasaban por delante del Convento, provocando y diciendo: “¡Mueran los
frailes!”. Todo esto hacía que la Comunidad previera que, de un momento a otro,
fueran a por ellos. Tanto es así que cuando entraron, el hermano portero avisó
al Padre Delfín Monje, a la sazón ecónomo de la casa, y le dijo: “Ya están
ahí”.
La situación de alerta en que
se vivía era tal que los Padres deliberaron en consejo si dispersar a la
Comunidad o quedarse, y decidieron quedarse alegando la salvaguarda de la
Comunidad. Sobre por quiénes fueron detenidos, además de lo que ya he dicho
anteriormente, he de añadir que las fuerzas de los milicianos que entraron en
el Convento constituyeron en el mismo sus respectivos “comités”. El “Comité”
era el órgano ejecutivo por excelencia y el que repartía las responsabilidades.
Tanto la F.A.I. como la C.N.T. se repartieron en habitaciones el dominio y
posesión de todo el Convento. A todos los miembros de la Comunidad los recluyeron
en el comedor, que estaba en la planta baja.
Sobre cuál fue la reacción de
los Siervos de Dios y de la Comunidad fue de gran serenidad y de espíritu de
fe, ya que todos se pusieron a rezar.
Vida en la
clandestinidad y en la prisión
La Comunidad permaneció cautiva
hasta el día 24 por la mañana. La única libertad que tuvieron fue para ir
durante unos minutos a la Capilla, momento que aprovecharon para recibir la
comunión y consumir el Santísimo. Ese mismo día de madrugada los ponen en dos
filas en un pasillo largo de la planta baja, los cachean y les quitan todos los
signos religiosos, como el crucifijo. Los religiosos querían mantener el
crucifijo pensando que en ese momento iban a ser fusilados, y no se lo
permitieron. Inmediatamente, fueron nombrando a siete: el P. Juan Antonio
Pérez, Pascual Aláez, Justo González, Cecilio Vega, Manuel Gutiérrez, Francisco
Polvorinos y Juan Pedro Cotillo, así como el seglar Cándido Castán, que como ya
está indicado lo habían traído al Convento por haberlo convertido en cárcel.
Sin ninguna explicación, sin ningún interrogatorio, ninguna opción para la
reclamación, los sacaron del Convento, los introdujeron en dos coches y se los
llevaron para asesinarlos. No consta con
exactitud el lugar de la ejecución.
El resto de la Comunidad volvió
a su lugar de cautiverio hasta las tres de la tarde del día 24 en que fueron
llevados a la Dirección General de Seguridad por los Guardias de Asalto. El día
25 por la mañana salieron de la Dirección General de Seguridad en libertad, se
dispersaron, y fueron a refugiarse en diversos lugares donde tenían algún
conocido, como la casa que tienen los Oblatos en la calle Diego de León, en
pensiones y casas particulares de personas conocidas, creyentes y caritativas
que se jugaban la vida con estas acciones. Una de las pensiones más conocidas
era la de la Carrera de san Jerónimo regentada por dos hermanas del Siervo de
Dios Manuel Sanz Esteban, restaurador de la Orden Jerónima en España y, que
según he oído, tiene incoado el proceso de beatificación por martirio. En esta
pensión se refugiaron el P. Francisco Esteban junto con unos diez Oblatos
después de ser expulsados de la Casa Provincial de Diego de León. La expulsión
tuvo lugar de esta manera: una comisión, llamada “de cultura”, se incautó de la
Casa Provincial y les obligó a salir alegando que el local iba a ser destinado
a escuela de niños, como efectivamente sucedió. Toda la Comunidad, después de
ser cacheada, fue expulsada de la casa y al salir a la calle pudieron apreciar
en su fachada un gran cartelón que tenía escrito: “Incautado por el Ministerio
de Bellas Artes”.
El comportamiento de los
refugiados fue de no actividad excepto los Padres Francisco Esteban y José Vega
que siguieron prestando auxilio espiritual a los Oblatos ocultos y a otras
personas, especialmente religiosas, incluso jugándose la vida. El P. José Vega
se encargó de proteger personalmente a tres escolásticos que estaban con fiebre
buscándoles una familia conocida de él que pudiera acogerles. También se
preocupó de su propia vida espiritual, procurando que el P. Mariano Martín,
escondido en la pensión de la Carrera de san Jerónimo, les visitara para
facilitarles el sacramento de la Penitencia. Otro hecho especial fue que en
otra casa de acogida, el 12 de octubre, Fiesta de Ntra. Sra. del Pilar, alguien
les llevó formas consagradas y pasaron todo el día en adoración al Santísimo.
Al anochecer recibieron la comunión, que fue el viático para casi todos ellos,
porque el día 15 todos fueron detenidos y conducidos a la Cárcel Modelo. Esto
fue debido a que en todo Madrid hubo un registro general buscando a religiosos
o personas que pudieran estar en relación con ellos.
Ahí fue significativo el caso
del P. Francisco Esteban, que al ser detenido sin más explicaciones con un
grupo de once Oblatos, él mismo dio la explicación de su detención: “Sabemos
que nos detenéis por religiosos. Lo somos y estamos aquí porque nos han
expulsado de nuestro Convento”.
Puedo asegurar que todos los
Siervos de Dios, desde su detención hasta su muerte, conservaron una gran
serenidad, un gran espíritu de confianza en la providencia, y por eso rezaban
constantemente. Este es un rasgo común y permanente en los documentos a los que
he tenido acceso y por los testimonios
orales de diez de los supervivientes con los que yo conviví durante más
de un año, y con alguno de ellos, hasta más de cuatro años.
Todos los Siervos de Dios,
excepto los siete primeros que fueron sacados del Convento de Pozuelo para el
martirio y no sabemos dónde los martirizaron, estuvieron durante un mes, del 15
de octubre al 15 de noviembre, en la llamada Cárcel Modelo. Posteriormente,
trece de ellos fueron trasladados a la llamada Cárcel de San Antón, de donde
fueron sacados el 28 de noviembre para el martirio.
El trato que los Siervos de
Dios recibieron en la cárcel, según el testimonio recogido en los documentos y
expresado por los testigos oculares, fue despiadado, con muchos desprecios,
pasando frío, hambre, mucha miseria, incluso llenos de piojos. No tengo
constancia de que fueran sometidos a interrogatorios.
El comportamiento de los
Siervos de Dios en la prisión fue de serenidad, de mucha confianza en Dios, al
que invocaban repetidamente, y de mucho compañerismo, ofreciendo alimento y
ropa de abrigo a quienes más lo necesitaban. Sus compañeros de prisión fueron
ellos mismos y quiero hacer resaltar que sus formadores supervivientes
estuvieron presidiendo aquella pequeña Comunidad en cautiverio. Éstos no
hicieron dejación de sus responsabilidades. Los Escolásticos mantuvieron, en todo
momento, la deferencia y la obediencia a sus Superiores.
Los conocimientos que yo tengo
proceden sobre todo de testimonios orales, en primer lugar de mi hermano
Porfirio Fernández, ya fallecido, y de otros nueve supervivientes con los que,
como he mencionado anteriormente, conviví varios años.
El martirio
Puedo afirmar que los Siervos
de Dios tenían en vista la posibilidad muy cercana del martirio, sobre todo,
desde el momento de su detención en el Convento de Pozuelo. Así lo preveían dado el carácter violento de
la detención que venía a confirmar las amenazas repetidas anteriormente con el
grito repetido a la puerta del Convento: “¡Mueran los frailes!”. Esta previsión
fue mucho más evidente a raíz del 24 de julio, cuando fueron llevados al
martirio los siete primeros Siervos de Dios.
La reacción de los Siervos de
Dios ante la previsión del martirio fue de mucha serenidad, dominio de si y
oración al Señor. El móvil que los guiaba era el deseo de consumar su oblación,
hasta el punto de que un superviviente me dijo: “Nunca me he sentido más
preparado para la muerte que en aquellos momentos”. En todos ellos era evidente
que la causa de su muerte era el odio a la fe cristiana que se manifestó ya
desde el primer momento de la detención, al arrebatarlos todo signo religioso
que llevaban, como eran: crucifijos, rosarios, medallas...
Los siete primeros Siervos de
Dios martirizados, y cuyos nombres ya he indicado anteriormente, fueron sacados
del Convento de Pozuelo el día 24 de julio sin que sepa decir dónde tuvo lugar
su ejecución. El P. José Vega fue sacado, con otros varios más de la Cárcel
Modelo el 7 de noviembre de 1936. El lugar de su martirio fue Paracuellos del
Jarama. Serviliano Riaño fue sacado de la misma cárcel el día 7 de noviembre y
ejecutado en Soto de Aldovea, lugar perteneciente al pueblo de Torrejón de
Ardoz. Sus restos fueron identificados en diciembre de 1939, y trasladados,
posteriormente, a Paracuellos del Jarama.
Me consta, por los testimonios
a los que me he referido anteriormente, que la reacción de los Siervos de Dios
ante la muerte fue de mucha calma, serenidad y entrega en manos de Dios. Hacia
los verdugos no manifestaron ningún desprecio, ni hubo insultos, y sí compasión
por considerarles ignorantes, equivocados y, sobre todo, manejados. Los Siervos
de Dios, una vez detenidos, no tuvieron ninguna opción de escapar de la muerte.
La única forma de librarse de la muerte hubiese sido una apostasía, pero
optaron por la fidelidad y entrega a Dios
No he recibido ninguna
constancia de personas que presenciaran el martirio, excepto un enterrador que
refirió acerca de un grupo de unos trece religiosos, que antes de ser
fusilados, ante la fosa misma, uno de ellos, cuya descripción física coincide
con las características del P. Esteban, pidió a los verdugos que le permitieran
despedir a sus compañeros. Que hizo una bendición sobre ellos que puede interpretarse
como absolución y, después, se dirigió a los verdugos diciendo: “Sabemos que
nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Lo mismo yo que mis compañeros
os perdonamos de todo corazón”.
Fama del martirio
Sobre la fama de martirio de
los veintidós Siervos de Dios Oblatos puedo afirmar con toda seguridad, porque
son constataciones personales, que ha sido permanente y en aumento. Quienes más
promovieron esta idea de que fueron martirizados fueron los diez supervivientes
con los cuales yo conviví durante varios años. Nos hablaban constantemente de
ellos, recordando incluso lugares físicos que ocuparon en aquellos días en que
el Convento de Pozuelo había sido convertido en cárcel: sus gestos, sus
palabras, su modo de hablar. Quiero
recalcar que desde que yo me incorporé a la Comunidad de Pozuelo en diciembre
de 1939, siempre decíamos: “Nuestros Mártires” en contraposición al lenguaje
muy usado entonces de “caídos” o “difuntos”.
Esta fama de martirio se ha ido
extendiendo; primero entre los oblatos, luego entre familiares de los mártires,
desde el momento en que tuvieron constancia de cómo se desarrolló el proceso de
su muerte, y, posteriormente, entre los creyentes que conocieron las
circunstancias de su muerte.
Tanta era la fama del martirio
que el día 28 de noviembre de 1939, se celebró un funeral y se bendijo una cruz
en recuerdo de todos los Oblatos que habían sido inmolados. Y me consta por
oídas, en aquel entonces, que asistieron muchos familiares y que pedían a la
Comunidad de Oblatos por qué no imprimían estampas de los Siervos de Dios.
Obviamente esta petición no fue atendida.
En Pozuelo de Alarcón, el año
1950, se asignó una calle con este nombre “Mártires Oblatos” que existe en la
actualidad.
Los hechos que manifiestan la
fama de martirio son múltiples: la ya citada cruz de tres metros que permaneció
en Pozuelo, hasta que fue sustituida por una lápida colocada en la ampliación
del edificio, cuya inscripción, antes de los nombres, es: “Laudemos Viros
gloriosos qui plantaverunt Ecclesiam sanguine suo” (Alabemos a los varones gloriosos que implantaron la Iglesia con su
sangre); también se hizo un recordatorio el 28 de noviembre 1939, en el que
se incluía el nombre de todos los
Siervos de Dios, y que llevaba como inscripción: “Digni habiti sunt pro nomine
Jesu contumeliam pati” (Fueron juzgados
dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús); otro testimonio escrito
es el “Codex” de la Comunidad de Pozuelo, donde reiteradamente, los sucesivos
cronistas refieren visitas a Paracuellos, funerales con ocasión de su aniversario,
y siempre repiten, en dicho escrito: “Nuestros Mártires”; incluso en publicaciones
oblatas, se repiten artículos ensalzando la vida de los mártires. En el Convento de Pozuelo se colocaron simples
fotografías de los mártires, sin ningún signo que pudiese interpretarse como
culto, y que servían de estímulo de fidelidad a los nuevos Oblatos.
En mi tiempo de escolástico
solíamos rezar el rosario, individualmente o en grupo, delante de la Cruz, a la
que me he referido anteriormente, también el breviario, y pedíamos por su
beatificación. Personas de fuera del Convento, que nos visitaban, vi que se
ponían a rezar de rodillas delante de la Cruz.
Sobre mi opinión personal puedo
decir que tanto es el cariño y afecto que los profeso, que llevo conmigo, desde
diciembre de 1939, el ya referido recordatorio, cuya fotocopia he entregado a
la postulación.
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