Entre las personas más entusiastas a favor de la beatificaión de los Mártires Oblatos, no podemos olvidar a doña Felipa, sobrina de Teyo (así llamado en familia), Eleurerio Prado Villarroel. Tanto el tío como la sobrina ncieron en Prioro, un pueblo leonés muy conocido por la trasnhumancia pero no menos por su religiosidad: ha dado a la Iglesia numerosas vocaciones sagradas. Entre ellas, dos Mártires: Serviliano y Eleuterio. Hoy nos vamos a detener en éste último, sigiendo el testimonio clarividente de su sobrina Felipa.
En la foto superior vemos a los tres Oblatos de Prioro a los que hace alusión la testigo: Eleuterio, su hermano Máximo y Serviliano Riaño. Puede leerse a continuaicón el testimonio de Felipa:
Felipa Prado Díez
Prioro (León), 53 años, casada, residente en Barcelona, de profesión profesora, católica practicante, sobrina del Beato Eleuterio Prado
Datos sobre la familia, virtudes y la cárcel.
Mi tío, modelo de testimonio de fe.
Soy sobrina carnal, por parte de mi padre, de Eleuterio Prado Villarroel. El conocimiento que tengo de mi tío es por las referencias de mi familia, especialmente, de mis padres, de mi abuela y de mi tío Máximo, hermano de Eleuterio, que pertenecía a la misma Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, ya fallecido, y con el cual tuve mucha relación, sobre todo por escrito, y me hablaba no sólo de mi tío sino también del resto de los Siervos de Dios Oblatos.
Tía Dominga, la rezadora
Los padres de Eleuterio eran Juan Francisco Prado y Dominga Villarroel. Era una familia de condición humilde, labradores con algo de ganado, de una conducta moral intachable y profundamente religiosa. La familia la componían cuatro hermanos, el mayor de los cuales era mi padre, después venían mi tío Gregorio, mi tío Máximo, que era Oblato, y mi tío Eleuterio. Mi abuela era de una acendrada piedad eucarística, fundadora de “Las Marías de los Sagrarios” en el pueblo y en los pueblos de alrededor. Era conocida como “la tía Dominga, la rezadora”, y, curiosamente, venían de otros pueblos, cuando se enfermaba un animal, para que ella rezase la oración de san Antonio, pues pensaban que las oraciones de mi abuela tenían “más alcance” que la del resto de las personas. También se distinguía por la devoción a la Virgen y el rezo del santo Rosario. El Ángelus tampoco faltaba nunca.
Mi abuela Dominga era especialmente caritativa, procurando que esa caridad pasase inadvertida y de esa manera no humillar a la persona que era objeto de la misma. Su caridad era tan real que no daba de lo superfluo sino de lo necesario.
Todo este ambiente religioso lo vivieron los hijos y, fruto del mismo es que, de cuatro varones, dos fuesen Misioneros Oblatos.
Eleuterio en su pueblo
Su vocación para hermano oblato
Sobre el origen de su vocación oblata pienso que influyó su hermano Máximo, y no descarto las oraciones de su madre pidiendo que otro hijo fuese también religioso.
En cuanto a las virtudes de mi tío Eleuterio, además de la devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen, destacaba el ser una persona pacificadora, siempre alegre, colaborador con todos, y solidario.
Eleuterio fue al Seminario Menor de los Misioneros Oblatos en Urnieta (Guipúzcoa). Según las referencias de mi familia, en especial de mi tío Máximo, fue allí donde, por dificultad en los estudios, aceptó de buen agrado la opción de hermano coadjutor, lo cual supone una firme vocación religiosa.
Siempre servicial
Mi tío Eleuterio desde siempre tuvo grandes cualidades y afición a la ebanistería, trabajo que desempeñaba en Pozuelo, según me contaba mi tío Máximo. En cuanto a las virtudes, destacaba, además de la solidaridad con los demás, el hacer su trabajo de buena gana, y una buena predisposición a hacer los trabajos más humildes dentro del Convento.
Prisionero en el convento
Por las referencias de mi familia, Eleuterio fue detenido en el Convento de los Misioneros Oblatos en Pozuelo, hacia mediados del mes de julio sin que pueda precisar su fecha, al igual que Serviliano, que formaba parte de la misma Comunidad. Según los comentarios que he oído en mi casa, sin que pueda dar más detalles, sé que hubo una primera “saca” en el Convento de Pozuelo en la que se llevaron a siete religiosos y un seglar. De los mismos no volvieron a saber más. Según la misma fuente, esto provocó que un responsable del pueblo, para que no se volviera a repetir el hecho de que matasen a más personas, hiciera que condujesen a la Comunidad a la Dirección General de Seguridad en Madrid, donde los dejaron en libertad. Lo que sé desde este momento es que la Comunidad se dispersó, yendo unos a casas de familiares, otros a la Casa Provincial de Diego de León y otros a familias cristianas que los acogieron.
Sobre las reacciones al ser detenidos, por mi familia y, especialmente, por mi tío Máximo, he tenido referencias de que los milicianos les condujeron a todos los Oblatos a una sala que era el comedor del Convento; que fueron a la Capilla para consumir las sagradas formas; que los milicianos les amenazaban de muerte, les sometían a cacheos y se creó un clima de terror. Por las mismas referencias, la reacción de mi tío Eleuterio, como la del resto de la Comunidad, fue la de aceptar la voluntad de Dios.
De la Cárcel “hasta el Cielo”
Sé que los condujeron a la Cárcel Modelo y, entre mis referencias, he de citar las que me llegaron por parte del P. Agustino Felipe Fernández, tío de mi madre, que estuvo en la prisión con mi tío Eleuterio y Serviliano.
Además tengo referencias de otro agustino, el P. Fidel, que también era familiar de mi madre y compañero de prisión de mi tío Eleuterio y de los Oblatos. Por ellos sé que los religiosos del pueblo que estaban en la prisión se reunían en los lugares comunes de la misma; que comentaban entre ellos los hechos que iban sucediendo, como cuando sacaron a Serviliano Riaño y a otro hijo del pueblo llamado Genaro, que era agustino. También comentaban si al día siguiente podrían volver a reunirse todos. Sobre este último comentario, porque se lo he oído a ellos mismos, el 27 de noviembre de 1936, se reunieron Felipe, Fidel y mi tío Eleuterio. A la mañana siguiente, Felipe y Fidel buscaron a Eleuterio y ya no lo encontraron.
Por estas mismas fuentes sé que usaban como una máxima de despedida: “Si no nos volvemos a ver, hasta el Cielo”.
Guiada por su ejemplo de fe
El P. Felipe, así como el P. Fidel, en las conversaciones que mantenían con nosotros, y que a mí me impactaron de forma singular, nos hacían referencia a que los interrogatorios buscaban, fundamentalmente, la apostasía de la fe, cosa que no sucedió en ninguno de los religiosos de distintas congregaciones que había en la cárcel. Era tal la firmeza en la confesión de la fe, que algún miliciano llegó a decir que le daban ganas de seguir su ejemplo, al verlos tan firmes en la fe. Tal era la firmeza con que el P. Felipe y el P. Fidel nos contaban estas cosas que, para mi vida particular, en momentos en los cuales, por las circunstancias y el ambiente del entorno, en la España actual, no eran los más propicios para confesar la Fe, yo me he sentido con la fuerza suficiente para decir que era católica practicante, guiada por el ejemplo y haciendo referencia al testimonio de los que habían vivido aquellos hechos.
Se animaban mutuamente
En cuanto al comportamiento de mi tío Eleuterio y de los otros Oblatos, por las referencias antes dichas, puedo decir que fue de mutua ayuda, donde brillaba de forma singular la virtud de la Caridad, y donde todos se daban ánimos unos a otros. En cuanto a los compañeros de prisión, estaban los Agustinos y los Hermanos de San Juan de Dios, que ya han sido beatificados.
Previsión del martirio
Sobre si mi tío y sus compañeros Oblatos preveían el martirio, creo que sí desde el momento en que se llevaron al primer grupo de Oblatos de Pozuelo. Pienso que dado el tiempo que empezó a transcurrir desde el mes de julio hasta octubre y, por las distintas noticias que iban llegando, quizás pasase por su cabeza el hecho de una liberación, pero ante la nueva detención, estimo que ellos presentirían su muerte y la aceptaran como verdaderos religiosos, sobre todo cuando estando en la cárcel llamaban a compañeros, no sólo de su Comunidad, sino también a otros que estaban con ellos en las cárceles y pertenecían a otras congregaciones.
El único móvil que tenían era el sobrenatural. Creo que eran conscientes de que les mataban por odio a la fe, así como de que si alguno de ellos hubiese apostatado, lo hubieran liberado. Esta creencia era muy unánime, al menos, en el pueblo de Prioro (León), pueblo natal de los Siervos de Dios (hoy Beatos) Serviliano Riaño y Eleuterio Prado.
Impacto en los verdugos
En cuanto al martirio, por los comentarios que he oído en la familia, supe que la reacción de los Siervos de Dios ante su muerte fue la de perdonar a sus verdugos. Por esos mismos comentarios supe que los mismos verdugos, viendo la forma de morir de los Siervos de Dios, su resignación, comentaban cómo a ellos mismos les daban ganas de convertirse. Esto se supo por el hecho de que unos familiares agustinos, anteriormente mencionados y supervivientes, oyeron de los mismos milicianos estos mismos comentarios.
Víctimas de la persecución, no “caídos” de la guerra civil
Yo siempre, desde niña, he conocido la fama de santidad de los Siervos de Dios. Se mezclaban, por lo que yo pude vivir, el dolor de la pérdida de un ser querido con el orgullo de tener un mártir en la familia. Esta fama cundió en el pueblo entero de modo unánime. La gente del pueblo hacía la distinción entre aquellos que habían muerto en la batalla y los que habían fallecido víctimas de la persecución religiosa. Incluso este hecho se da en mi propia familia donde un hermano de Eleuterio, Gregorio, cayó en la Batalla del Segre y todos sabíamos distinguir entre una y otra muerte.
Modelo e intercesor
La fama de santidad continúa hasta nuestros días, y actualmente se vive con bastante intensidad.
En mi familia se encomiendan al Siervo de Dios y yo, personalmente, así lo hago.
Siempre he oído que mi tío era un hombre muy optimista, alegre, en todos los momentos, incluso estando en la cárcel. Creo que esto es un signo de su confianza en Dios, como quien vive muy seguro de que Dios no nos deja nunca de su mano. Esta confianza en Dios es la que le hacía mantenerse alegre cuando las circunstancias que vivía eran adversas y, en el caso de la cárcel, podían hacerle prever, como ya he dicho, una muerte próxima.
Todo esto que he manifestado lo sé por referencias de mi familia, especialmente de mis padres y de mi tío Máximo.
En momentos en los cuales es difícil dar un testimonio de fe, yo no tengo ningún inconveniente de manifestar mi condición de católica practicante, como he dicho antes, aún a sabiendas de no ser el ambiente más propicio para expresar la fe, y de que puede ser incluso rechazada. En esto siempre me he sentido apoyada por mi tío.
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