Justo Gil Pardo, hijo de una familia tan religiosa como numerosa (once hermanos), nació en Luquin o Lukin, una simpática localidad de Tierra Estella, que conserva orgullosa sus dos iglesias monumentales en las que Justo, de niño y adolescente, ayudaba a Misa como acólito. En ese clima de familia y en esa tierra fecunda, entonces, en vocaciones, no era de extrañar que soñase con subir un día al altar como sacerdote. Para ello, lo normal era llamar a las puertas del seminario diocesano de Pamplona. Pero a Justo no le bastaba ser cura, quería ser misionero en tierras lejanas, como su paisano S. Francisco Javier, Patrono de las Misiones. Dios se sirvió de un celoso sacerdote de Estella, D. José María Solá, que ya había orientado al estellés Gregorio Escobar hacia los Misioneros Oblatos, para ofrecerle la oportunidad de realizar ese segundo sueño. Fray Pedro, el benjamín de la familia, monje Benedictino del legendario y real monasterio de Leyre, fue el testigo más cualificado en el proceso diocesano de canonización. Si te interesa su testimonio, puedes leerlo clicando en Más información…
Monasterio benedictino de Leyre, Navarra
Un santo triste es un triste santo
La alegría no está reñida con la santidad, decía Justo
Un santo triste es un triste santo
La alegría no está reñida con la santidad, decía Justo
Datos generales del testigo
Me llamo Pedro José Gil Pardo, nacido el 24 de Noviembre de
1929 en Luquin (Navarra), hijo de Jesús
y Vicenta, religioso profeso en la Orden Benedictina, domiciliado en el
Monasterio de Leire (Navarra) diócesis de Pamplona. Soy el hermano menor
del Siervo de Dios Justo Gil Pardo. Mi trato con él fue muy poco ya que cuando
yo nací, mi hermano ya había ingresado en el Seminario Menor de Urnieta y tengo un vago recuerdo de una vez que vino a casa de vacaciones. Todas las
referencias son de mi madre y lo que pude oír en comentarios de familia.
Conocimiento de la familia del Siervo de Dios
Nuestros padres se
llamaban Jesús y Vicenta. Mi padre era albañil y mi madre se encargaba de las labores
de la casa. Éramos once hermanos. La conducta moral y religiosa de mis padres
respondía a la de unos verdaderos cristianos practicantes. Cuando falleció mi
padre decían de él que había muerto la mejor persona del pueblo. Él mismo
solicitó del párroco la Unción pocas horas antes de morir. Mis hermanos son también
católicos practicantes.
Sobre las relaciones que
mantenía Justo con la familia, eran muy buenas y de preocupación sobre todo por
los hermanos más pequeños, en concreto por mí. Yo tuve problemas al nacer y su
preocupación por mi salud era constante. Esto lo sé por lo que me contaba mi
difunta madre.
Su padre era un "Auroro"
En mi familia existía
gran devoción al Cristo del pueblo así como a la Eucaristía y a la Santísima
Virgen; también era mi padre quien se encargaba de hacer el “Canto de la
Aurora” que consistía en que cuatro o cinco hombres cristianos iban por todo el
pueblo cantando un cántico de alabanza, y con una campanilla iban anunciando al
pueblo las grandes solemnidades, o acontecimientos como podían ser cantamisas,
difuntos, etc.
Justo destacó por su
devoción a la Santísima Virgen y por su caridad ya que, por lo que me ha referido
mi madre, cada vez que venía al pueblo se preocupaba de los distintos enfermos
que pudiese haber e iba a visitarles. En las fiestas de la Virgen, en el
novenario, que en el pueblo se celebraban muchas misas, ayudaba en todas.
Infancia y adolescencia
Según referencias de mi
madre, mi hermano se preparó para la primera Comunión de una manera especial.
Esta preparación la recibió en el Colegio de las Hijas de la Caridad que había
en el pueblo. En la catequesis fue ejemplar y siempre asistía a la misma.
Sobre su vocación
religiosa, mi hermano mostró siempre vocación hacia el sacerdocio e incluso
pensó entrar en el seminario pero su vocación también era misionera y, por
medio de un sacerdote secular de un pueblo vecino llamado José María Sola, que
ya había enviado a otros chicos a los Oblatos, orientó al Seminario de los Oblatos
a mi hermano. Cuando ingresó en los Oblatos tenía unos quince años.
En
el Seminario Menor
Por los datos que tengo,
mi hermano era en la comunidad una persona muy amable e ingeniosa. Era muy buen
estudiante y la relación con sus superiores era buena, así como con sus
compañeros. En esta época puedo decir que le comentaba a mi madre, que él
quería irse muy lejos de misionero.
En el Seminario Mayor o Escolasticado
Por referencias de mi madre, sé que tenía una
ilusión enorme por ser sacerdote y ordenarse. Se ordenó de subdiácono, y no puedo precisar si
llegó también a ordenarse de diácono. Era tal la ilusión que él tenía por ordenarse
de sacerdote, y que se vivía también en la familia, que en casa tenían el alba
para dicha ordenación, que había sido confeccionada por mi hermana con ayuda de
las Hijas de la Caridad. Dadas las circunstancias que ocurrieron posteriormente
ese alba estuvo muchos años colgada en el armario de mi casa hasta que fue
entregada a la parroquia. Era buen organista y cuando faltaba el organista
primero tocaba él, ensayaba los cantos y esta actividad también la desempeñaba
en el pueblo cuando iba.
Detención
El ambiente
sociopolítico que existía en Madrid y sus alrededores en julio de 1936 era
terrorífico y de odio hacia todo lo que fuese religioso. El clima que se
respiraba en Pozuelo, en concreto contra los Misioneros Oblatos, era exactamente
igual de odio a todo lo religioso y persecución contra ellos, y el hecho está
en que al poco de comenzar la guerra tomaron el Convento. Justo fue detenido,
juntamente con todos sus compañeros el día 22 de julio. Digo detenido porque
convirtieron el Convento en una cárcel. Dada la situación en que se vivía
pienso que preveían la detención y no la pudieron evitar. Los que los
detuvieron fueron los milicianos de Pozuelo, conducidos por uno que se llamaba
Arturo Porras, el cual se hizo dueño de todo el Convento. Todo esto lo sé
porque, tanto en aquellos años de la guerra como en los de la posguerra, mi
hermano mayor Raimundo y su esposa Teresa Fernández vivían en Madrid. En los
años de la posguerra, mi madre vino a Madrid a enterarse más claramente cómo
había sido la muerte de su hijo Justo; incluso estuvo en Paracuellos y cogió
unas piedras que yo conservo en el Monasterio. Ellos, que ya habían sido
preparados espiritualmente por los Superiores, se dieron cuenta de que iban a
matarlos y aceptaron la voluntad de Dios.
Cuando los milicianos se
apoderaron del Convento, dos días después, el 24 de julio, condujeron a toda la
Comunidad a la Dirección General de Seguridad, donde los interrogaron y dejaron
libres teniéndose que refugiar cada uno donde pudo. En concreto, y según
documento que poseo y cuya fotocopia he entregado a la postulación, firmado por
mi cuñada, Teresa Fernández, mi hermano fue a su casa. Estuvo oculto en ella
durante nueve días hasta que los comentarios de la vecindad hacían peligrar
tanto la vida de Justo como la de Raimundo y su esposa Teresa. Por esta razón,
Teresa llevó a mi hermano Justo a la Casa Provincial de los Oblatos en (la
calle) Diego de León 32, donde le acogieron y estuvo hasta el día siguiente en
que pasó a una pensión cuyos dueños eran conocidos de mi hermano Raimundo, pensión
situada en la calle Larra nº 9. Mi hermano conocía la pensión porque daba clases
de música a uno de los hijos de los dueños. En esa pensión estuvo durante dos meses
y medio: desde el 1 de agosto al 15 de octubre de 1936. Lo detuvieron como
consecuencia de un registro general y lo
llevaron a la Cárcel Modelo. Por referencias de mi madre, supe que mi hermano
estuvo en la Cárcel Modelo y en la Cárcel de San Antón; que habían sufrido
mucho, tanto físicamente, por hambre y frío, como moralmente, sobre todo,
cuando escuchaban las listas de los que llamaban para sacarlos de las cárceles
y matarlos. Fue un verdadero calvario que mi hermano llevó con resignación.
El martirio
Yo creo que, desde el
principio, mi hermano previó el martirio y lo llevó con resignación. Lo preveía
por el ambiente en que vivían y por los otros compañeros de cárcel que estaban
sacando para matarlos. Sobre su reacción ante el martirio, según referencias de
mi madre, lo llevó con resignación y aceptación de la voluntad de Dios. En
concreto, mi madre decía que mi hermano sabía que lo iban a matar y lo
aceptaba. Yo estoy seguro que el único móvil que le guiaba era un fin
sobrenatural y que lo iban a matar por Cristo. Mi madre hablaba de que los
Oblatos estaban contentos, aceptando la muerte, y que, incluso, cantaban a
Dios. El martirio tuvo lugar el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del
Jarama. Repito que la reacción de mi hermano ante la muerte fue de resignación
y aceptación de la voluntad de Dios. La aceptación de la muerte, por parte de
mi hermano Justo, era tal, que cuando estuvo en casa de mi hermano Raimundo,
tanto éste como su esposa le decían que no saliese a la calle y, mucho menos,
que lo hiciese con el Crucifijo, como él quería. Justo les contestaba que si ya
habían matado a otros compañeros, también a él le podrían matar; lo decía en el
sentido de aceptar la muerte por Dios.
Sobre el martirio,
recuerdo que mi madre me comentaba que, ya momentos antes de la ejecución, un
sacerdote les dio la absolución y que uno del grupo dijo: “Nos matáis porque
somos religiosos. ¡Viva Cristo Rey!”. Y así murieron. No puedo especificar la
fuente por la que mi madre supo todas estas cosas, pero ya he dicho que ella
vino a Madrid a enterarse de las circunstancias de la muerte de su hijo Justo y
saber dónde estaba enterrado.
Fama del martirio
En mi familia, desde
siempre, se ha tenido a mi hermano Justo como mártir, y mi madre siempre
hablaba de su hijo mártir. Esta fama no sólo la tenía entre la familia, sino
también en el pueblo: entre las Hijas de la Caridad, el Párroco, el Maestro, es
decir, que todo el mundo le tenía por tal. La fama del martirio no sólo era
hacia mi hermano sino hacia otros que murieron en parecidas circunstancias. Yo
personalmente me he encomendado a mi hermano Justo tanto cuando viví con mi
difunta madre, que también se encomendaba, como posteriormente cuando ingresé
en el Monasterio, y en la actualidad. Yo estoy seguro que mi hermano me ha
ayudado y me sigue ayudando. También otros miembros de mi familia se han
encomendado y se siguen encomendando a él.
Un santo triste es un triste santo
Ya he declarado que
cuando mi hermano venía de vacaciones al pueblo, no solamente preguntaba por
los enfermos que había, sino que iba a visitarlos. Por una hermana mayor supe
que en una ocasión llamó un mendigo a la puerta de mi casa, a la hora de la
comida. Mi hermano bajó con el plato, con pan y vino, y le dio de comer quedándose
él sin comer.
Con los familiares el
recuerdo que se tiene es de ser una persona alegre, muy servicial y siempre
dispuesto a todo y con preocupación hacia los hermanos menores. Él decía que la
alegría no estaba reñida con la santidad, y que había que ser alegres.
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