Iglesia de San Martín de Tours, Frómista
María de los Ángeles Primo Medina
Presentamos el testimonio de Mª Ángeles, cuya familia,
oriunda de Frómista (Palencia) y residente en Madrid, tuvo estrecha relación
con los Mártires, sobre todo con el P. Blanco, natural de Frómista, y con
Publio, que, aunque nacido en Tiedra (Valladolid), pasaba temporadas en ese pueblo
palentino en el que hundía sus raíces y donde vivía su abuela.
María Ángeles Primo Medina, nacida en Madrid, casada, de profesión bibliotecaria, tiene 75 años cuando hace la declaración que sigue. Siendo niña, conoció personalmente sobre todo a los Mártires Vicente Blanco y Publio Rodríguez porque eran amigos de la familia y los acogieron en su casa durante la persecución. Aporta testimonios interesantes sobre su disposición al martirio.
Declaración de la testigo
Conocí a los Siervos de
Dios P. Vicente Blanco Guadilla y Publio Rodríguez Moslares. Del P.
Blanco sé que era de Frómista (Palencia) al igual que mi padre; de ahí proviene
la amistad con él. Allí también conocí a Publio, aunque no sé si era del
pueblo, pero vivía allí. Los conocí cuando yo tenía unos siete años. La amistad de mi padre, y de mi familia en
general, con el P. Vicente Blanco era muy grande, al igual que con Catalina
Moslares, madre de Publio Rodríguez.
El P. Vicente, cuando yo le conocí en Madrid, era
ya sacerdote.
Familia
de Publio
En cuanto a los padres de Publio Rodríguez
Moslares, ya he dicho que su madre se llamaba Catalina Moslares, y cuando venía
a Madrid, tanto ella como sus hijos, venían a casa.
La condición socioeconómica de la familia de
Publio no la conocí pero, por la educación de dos de sus hijos que habían
estudiado las carreras de magisterio y medicina, puedo deducir que sería una
familia acomodada.
Sobre la religiosidad de la familia puedo decir
que Catalina y su hija eran católicas practicantes. Del otro hijo, Ángel, que
era médico, no puedo dar testimonio. Recuerdo que, en relación con la vocación
de Publio, Catalina comentaba con mi madre que, por una parte, se encontraba
contenta porque iba a tener un hijo sacerdote, y, por otra, que se le marchaba
de su lado. Mi madre le contestaba que iba a estar con Dios.
Visitas
y secuelas de la guerra
Mi padre nos llevaba muchos domingos al Convento
de los Misioneros Oblatos en Pozuelo de Alarcón; recuerdo que mi padre se
quedaba con el P. Vicente Blanco y Publio se quedaba conmigo y mis hermanos
jugando o entreteniéndonos. Por eso nosotros decíamos: “¡Que buenín es Publio!”.
No sé nada sobre la vida
de los Siervos de Dios en el seminario, porque al vivir directamente la Guerra
Civil española, con sus avatares y circunstancias, siendo niños, mi padre no
quería que viviésemos traumatizados con recuerdos anteriores o de la misma guerra;
mi padre quedó muy enfermo como consecuencia de los sufrimientos de la guerra,
pues estuvo detenido en repetidas ocasiones. Por ello, y como los Siervos de Dios fueron
matados en la guerra, mi padre no quería darnos más datos y no sacaba esta
conversación. En consecuencia, todo lo que yo sé es por testimonio directo.
En clima de miedo
El ambiente
socio-político que existía en Madrid a mediados del 36 era terrible; nosotros
vivíamos en la esquina entre la calle Goya y Velázquez, muy cerca de la Parroquia
de la Concepción; era y es el barrio de Salamanca, un barrio que, sobre todo en
aquella época, vivía gente de posición económica alta o media-alta, normalmente
religiosa, por lo cual era, a mi entender, el barrio más odiado por parte de
los milicianos. Al lado de mi casa estaba la vivienda de Gil Robles, fundador
de la C.E.D.A. Al comenzar la guerra, tanto la U.G.T. como la C.N.T, se incautaron
de la casa y la valoraron en dos millones de pesetas de entonces. Esa casa la
convirtieron en el lugar donde iban a refugiarse los que huían de los pueblos
conforme avanzaban las tropas de Franco. Como nosotros vivíamos al lado, los
milicianos detuvieron e interrogaron a mi padre porque se apellidaba “Primo”
para ver si declaraba algo sobre la familia de Primo de Rivera porque creían
que tenía algo de relación con él. Se lo llevaron a una “checa” donde lo
torturaron.
Todo esto lo he
declarado para hacer notar el ambiente de persecución y de miedo con el que vivíamos
en Madrid. Entiendo que el ambiente que se respiraba en Pozuelo de Alarcón
sería el mismo que el de Madrid: un odio hacia todo lo religioso; a nosotros,
los milicianos nos decían que éramos los niños que “olíamos a cera” y, aun siendo
niños, nos perseguían y se metían con nosotros.
Ante la amenaza de registro
Una noche del mes de
julio de 1936, llegaron a casa el P. Vicente, Publio y tres oblatos más, cuyos
nombres no recuerdo, buscando refugio porque no tenían a donde ir, ya que les
habían echado de su Convento de Pozuelo. Mis padres habilitaron una habitación,
pusieron colchones en el suelo, les dieron ropa para que pudieran dormir y
descansar. Estuvieron en casa dos o tres días, porque una noche hacia las dos
de la madrugada llamaron a la puerta cuatro o seis milicianos con fusiles y pistolas,
amenazando, que venían a registrar la casa. Como teníamos una tienda de ultramarinos,
mi padre, pienso que fue el Espíritu Santo el que le iluminó, metió a los
milicianos en la tienda, y al ver todo lo que había, hablaron por teléfono
pidiendo un camión, levantaron los cierres y cargaron el camión de tal forma
que no podía arrancar. Tuvieron que descargar parte del camión para poder
marchar.
A la mañana siguiente,
mi madre le dijo al P. Blanco que no podían seguir en la casa porque si volvían
otra vez los milicianos y registraban la casa, los matarían a ellos y a mi
padre, y que qué iba a ser de ella con cuatro niños pequeños. El P. Blanco habló
con mi padre y decidieron que se tenían que ir de casa.
Manos sucias
Mi padre les buscó una pensión en la Carrera de
San Jerónimo, donde había muchos toreros y así sería más fácil poder disimular
que llegaban cinco hombres a la pensión. Mi madre les dio ropa, les cortaron el
pelo para que no se les notara la tonsura, y les recomendó que no enseñaran las
manos porque era una de las cosas que los milicianos más miraban; las debían
llevar sucias para que parecieran trabajadores manuales.
Si me
matan, te ayudaré
En mi casa además de hospedarse los oblatos,
vivían con nosotros dos primas religiosas, una de la Congregación de la Sagrada
Familia de Burdeos y otra de las Hijas de la Caridad. Cuando los oblatos
tuvieron que abandonar mi casa, Publio dijo a mi madre: “Justa, no sufras, yo
voy a volver, pero si me pasa algo o me matan, piensa que estaré con Dios y te
ayudaré”. Publio parece que tenía muy claro que lo iban a matar. Como a mí y a
mis hermanos nos extrañó la forma tan dura de despedirse, mi madre nos dijo que
era la manera propia de hacerlo los sacerdotes, una forma distinta de despedirse
de la de los seglares.
De la
pensión y la cárcel, al paseo
De la pensión llamaban a mi padre para decirle
quiénes “salían a pasear”, (se conocía con el nombre de “paseo” o “pasear”
cuando detenían a una persona y se la llevaban para matarla). Así se enteró mi
padre de que habían matado tanto al P. Vicente Blanco como a Publio Rodríguez.
Al enterarse mi padre de que les habían matado investigó de dónde les habían
sacado y a dónde les habían llevado.
Al P. Blanco creo que le sacaron de la pensión
detenido y le llevaron primero a la Cárcel Modelo y, después, a la Cárcel de
San Antón. A Publio Rodríguez lo detuvieron en la calle, lo llevaron a la
Cárcel Modelo y, según tengo entendido, de ahí a Paracuellos del Jarama para
fusilarle, donde está enterrado.
Mi madre, no sé si
porque preguntábamos por ellos o por haber recibido la noticia de su asesinato,
nos dijo: “Al P. Blanco y a Publio los han matado los milicianos por ser
sacerdotes, y ya están con Dios”.
En nuestra mentalidad de
niños, como Publio era el que jugaba con nosotros pensábamos en su buena suerte
porque estaría jugando con Dios.
Madre, no llores, me voy con Dios
Entre aquellas ruinas,
ella buscaba entre las varias celdas y corredores. De repente, comenzó a gritar:
“Aquí, aquí” y se introdujo en una celda que era un habitáculo pequeño.
Entramos con ella y vimos toda una pared escrita, y pude ver cómo hacia un
rincón había unas palabras que destacaban más que las otras porque estaban escritas
en rojo, y que decían: “Madre, me llevan a matar, muero por Dios”. Había una
despedida que en este momento no puedo precisar si era “No llores, me voy con
Dios” o si era “Viva Cristo Rey”. Y firmaba Publio. A mi entender es muy raro
que existiese otro Publio, nombre no común, y que la madre fuese tan directa a
la celda donde estaban estos escritos.
Ella se arrodilló, besó
la pared y, con una especie de navaja, corto un trozo de la pared donde estaba
la inscripción.
Fue en aquel entonces,
cuando supe que a Publio lo habían llevado a matar a Paracuellos del Jarama. Mi
padre lo sabía, pero no había hecho ningún comentario delante de nosotros. Al
terminar la guerra, y antes de que viniese Catalina Moslares, vino a mi casa mi
tío Germán y un hermano de Publio, Ángel, el médico, quien abrazó a mi padre y
éste le dijo: “¡Han matado a tu hermano! Está en Paracuellos”.
Mártires e intercesores
Yo estoy convencida de
que los mataron por odio a la fe. En el caso de Publio así era por los testimonios
que he dado. En cuanto al P. Vicente Blanco, en los pocos días que estuvo en mi
casa refugiado, hablaba mucho con mi padre y yo oí la siguiente conversación:
el P. Vicente Blanco le dice a mi padre: “Dacio, ¿por qué te preocupas? Yo si
muero será siempre como sacerdote y nunca dejaré de ser sacerdote”. Recuerdo
que esta conversación la comenté con una de las primas religiosas refugiada en
casa, quien me dijo que yo eso no lo entendía ahora pero que lo entendería
cuando fuese mayor. El P. Vicente estaba orgulloso de ser sacerdote.
Yo me encomiendo a ellos
y puedo decir que he obtenido algún favor. Me he mejorado bastante de una
dolencia grave de espalda por la invocación a los Siervos de Dios.
Grupo de los Mátires Oblatos, beatificados en Madrid el 17 de diciembre de 2011,
entre ellos, el P. Vicentre Blanco Guadilla y Publio Rodríguez Moslares
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