jueves, 16 de enero de 2014

Los Mártires de Frómista

Iglesia de San Martín de Tours, Frómista

María de los Ángeles Primo Medina


Presentamos el testimonio de Mª Ángeles, cuya familia, oriunda de Frómista (Palencia) y residente en Madrid, tuvo estrecha relación con los Mártires, sobre todo con el P. Blanco, natural de Frómista, y con Publio, que, aunque nacido en Tiedra (Valladolid), pasaba temporadas en ese pueblo palentino en el que hundía sus raíces y donde vivía su abuela.

María Ángeles Primo Medina, nacida en Madrid, casada, de profesión bibliotecaria, tiene 75 años cuando hace la declaración que sigue. Siendo niña, conoció personalmente sobre todo a los Mártires Vicente Blanco y Publio Rodríguez porque eran amigos de la familia y los acogieron en su casa durante la persecución. Aporta testimonios interesantes sobre su disposición al martirio.


A continuación, su testimonio. Hacer clic en Más información para leerlo





Declaración de la testigo

Conocí a los Siervos de Dios P. Vicente Blanco Guadilla y Publio Rodríguez Moslares. Del P. Blanco sé que era de Frómista (Palencia) al igual que mi padre; de ahí proviene la amistad con él. Allí también conocí a Publio, aunque no sé si era del pueblo, pero vivía allí. Los conocí cuando yo tenía unos siete años. La amistad de mi padre, y de mi familia en general, con el P. Vicente Blanco era muy grande, al igual que con Catalina Moslares, madre de Publio Rodríguez.
El P. Vicente, cuando yo le conocí en Madrid, era ya sacerdote.

Familia de Publio 

En cuanto a los padres de Publio Rodríguez Moslares, ya he dicho que su madre se llamaba Catalina Moslares, y cuando venía a Madrid, tanto ella como sus hijos, venían a casa.
La condición socioeconómica de la familia de Publio no la conocí pero, por la educación de dos de sus hijos que habían estudiado las carreras de magisterio y medicina, puedo deducir que sería una familia acomodada.
Sobre la religiosidad de la familia puedo decir que Catalina y su hija eran católicas practicantes. Del otro hijo, Ángel, que era médico, no puedo dar testimonio. Recuerdo que, en relación con la vocación de Publio, Catalina comentaba con mi madre que, por una parte, se encontraba contenta porque iba a tener un hijo sacerdote, y, por otra, que se le marchaba de su lado. Mi madre le contestaba que iba a estar con Dios.

Visitas y secuelas de la guerra

Mi padre nos llevaba muchos domingos al Convento de los Misioneros Oblatos en Pozuelo de Alarcón; recuerdo que mi padre se quedaba con el P. Vicente Blanco y Publio se quedaba conmigo y mis hermanos jugando o entreteniéndonos. Por eso nosotros decíamos: “¡Que buenín es Publio!”.
No sé nada sobre la vida de los Siervos de Dios en el seminario, porque al vivir directamente la Guerra Civil española, con sus avatares y circunstancias, siendo niños, mi padre no quería que viviésemos traumatizados con recuerdos anteriores o de la misma guerra; mi padre quedó muy enfermo como consecuencia de los sufrimientos de la guerra, pues estuvo detenido en repetidas ocasiones.  Por ello, y como los Siervos de Dios fueron matados en la guerra, mi padre no quería darnos más datos y no sacaba esta conversación. En consecuencia, todo lo que yo sé es por testimonio directo.

En clima de miedo

El ambiente socio-político que existía en Madrid a mediados del 36 era terrible; nosotros vivíamos en la esquina entre la calle Goya y Velázquez, muy cerca de la Parroquia de la Concepción; era y es el barrio de Salamanca, un barrio que, sobre todo en aquella época, vivía gente de posición económica alta o media-alta, normalmente religiosa, por lo cual era, a mi entender, el barrio más odiado por parte de los milicianos. Al lado de mi casa estaba la vivienda de Gil Robles, fundador de la C.E.D.A. Al comenzar la guerra, tanto la U.G.T. como la C.N.T, se incautaron de la casa y la valoraron en dos millones de pesetas de entonces. Esa casa la convirtieron en el lugar donde iban a refugiarse los que huían de los pueblos conforme avanzaban las tropas de Franco. Como nosotros vivíamos al lado, los milicianos detuvieron e interrogaron a mi padre porque se apellidaba “Primo” para ver si declaraba algo sobre la familia de Primo de Rivera porque creían que tenía algo de relación con él. Se lo llevaron a una “checa” donde lo torturaron.
Todo esto lo he declarado para hacer notar el ambiente de persecución y de miedo con el que vivíamos en Madrid. Entiendo que el ambiente que se respiraba en Pozuelo de Alarcón sería el mismo que el de Madrid: un odio hacia todo lo religioso; a nosotros, los milicianos nos decían que éramos los niños que “olíamos a cera” y, aun siendo niños, nos perseguían y se metían con nosotros.

Ante la amenaza de registro

Una noche del mes de julio de 1936, llegaron a casa el P. Vicente, Publio y tres oblatos más, cuyos nombres no recuerdo, buscando refugio porque no tenían a donde ir, ya que les habían echado de su Convento de Pozuelo. Mis padres habilitaron una habitación, pusieron colchones en el suelo, les dieron ropa para que pudieran dormir y descansar. Estuvieron en casa dos o tres días, porque una noche hacia las dos de la madrugada llamaron a la puerta cuatro o seis milicianos con fusiles y pistolas, amenazando, que venían a registrar la casa. Como teníamos una tienda de ultramarinos, mi padre, pienso que fue el Espíritu Santo el que le iluminó, metió a los milicianos en la tienda, y al ver todo lo que había, hablaron por teléfono pidiendo un camión, levantaron los cierres y cargaron el camión de tal forma que no podía arrancar. Tuvieron que descargar parte del camión para poder marchar.
A la mañana siguiente, mi madre le dijo al P. Blanco que no podían seguir en la casa porque si volvían otra vez los milicianos y registraban la casa, los matarían a ellos y a mi padre, y que qué iba a ser de ella con cuatro niños pequeños. El P. Blanco habló con mi padre y decidieron que se tenían que ir de casa.

Manos sucias

Mi padre les buscó una pensión en la Carrera de San Jerónimo, donde había muchos toreros y así sería más fácil poder disimular que llegaban cinco hombres a la pensión. Mi madre les dio ropa, les cortaron el pelo para que no se les notara la tonsura, y les recomendó que no enseñaran las manos porque era una de las cosas que los milicianos más miraban; las debían llevar sucias para que parecieran trabajadores manuales.

Si me matan, te ayudaré

En mi casa además de hospedarse los oblatos, vivían con nosotros dos primas religiosas, una de la Congregación de la Sagrada Familia de Burdeos y otra de las Hijas de la Caridad. Cuando los oblatos tuvieron que abandonar mi casa, Publio dijo a mi madre: “Justa, no sufras, yo voy a volver, pero si me pasa algo o me matan, piensa que estaré con Dios y te ayudaré”. Publio parece que tenía muy claro que lo iban a matar. Como a mí y a mis hermanos nos extrañó la forma tan dura de despedirse, mi madre nos dijo que era la manera propia de hacerlo los sacerdotes, una forma distinta de despedirse de la de los seglares.

De la pensión y la cárcel, al paseo

De la pensión llamaban a mi padre para decirle quiénes “salían a pasear”, (se conocía con el nombre de “paseo” o “pasear” cuando detenían a una persona y se la llevaban para matarla). Así se enteró mi padre de que habían matado tanto al P. Vicente Blanco como a Publio Rodríguez. Al enterarse mi padre de que les habían matado investigó de dónde les habían sacado y a dónde les habían llevado.
Al P. Blanco creo que le sacaron de la pensión detenido y le llevaron primero a la Cárcel Modelo y, después, a la Cárcel de San Antón. A Publio Rodríguez lo detuvieron en la calle, lo llevaron a la Cárcel Modelo y, según tengo entendido, de ahí a Paracuellos del Jarama para fusilarle, donde está enterrado.
Mi madre, no sé si porque preguntábamos por ellos o por haber recibido la noticia de su asesinato, nos dijo: “Al P. Blanco y a Publio los han matado los milicianos por ser sacerdotes, y ya están con Dios”.
En nuestra mentalidad de niños, como Publio era el que jugaba con nosotros pensábamos en su buena suerte porque estaría jugando con Dios.

Madre, no llores, me voy con Dios

Al terminar la guerra, tenía yo doce años, vino a Madrid la madre de Publio, Catalina. Ella se había enterado que su hijo Publio había estado en la Cárcel Modelo y quería ir a ella. Mi padre intentaba disuadirla porque en la última época de la guerra la Cárcel había estado justamente en la primera línea del frente entre el fuego cruzado de las tropas de Franco y las de los republicanos. No obstante, como ella se empeñó en ir, mi padre quiso que la acompañásemos mi hermana Isabel y yo.
Entre aquellas ruinas, ella buscaba entre las varias celdas y corredores. De repente, comenzó a gritar: “Aquí, aquí” y se introdujo en una celda que era un habitáculo pequeño. Entramos con ella y vimos toda una pared escrita, y pude ver cómo hacia un rincón había unas palabras que destacaban más que las otras porque estaban escritas en rojo, y que decían: “Madre, me llevan a matar, muero por Dios”. Había una despedida que en este momento no puedo precisar si era “No llores, me voy con Dios” o si era “Viva Cristo Rey”. Y firmaba Publio. A mi entender es muy raro que existiese otro Publio, nombre no común, y que la madre fuese tan directa a la celda donde estaban estos escritos.
Ella se arrodilló, besó la pared y, con una especie de navaja, corto un trozo de la pared donde estaba la inscripción.
Fue en aquel entonces, cuando supe que a Publio lo habían llevado a matar a Paracuellos del Jarama. Mi padre lo sabía, pero no había hecho ningún comentario delante de nosotros. Al terminar la guerra, y antes de que viniese Catalina Moslares, vino a mi casa mi tío Germán y un hermano de Publio, Ángel, el médico, quien abrazó a mi padre y éste le dijo: “¡Han matado a tu hermano! Está en Paracuellos”.


Mártires e intercesores

Yo estoy convencida de que los mataron por odio a la fe. En el caso de Publio así era por los testimonios que he dado. En cuanto al P. Vicente Blanco, en los pocos días que estuvo en mi casa refugiado, hablaba mucho con mi padre y yo oí la siguiente conversación: el P. Vicente Blanco le dice a mi padre: “Dacio, ¿por qué te preocupas? Yo si muero será siempre como sacerdote y nunca dejaré de ser sacerdote”. Recuerdo que esta conversación la comenté con una de las primas religiosas refugiada en casa, quien me dijo que yo eso no lo entendía ahora pero que lo entendería cuando fuese mayor. El P. Vicente estaba orgulloso de ser sacerdote.
Yo me encomiendo a ellos y puedo decir que he obtenido algún favor. Me he mejorado bastante de una dolencia grave de espalda por la invocación a los Siervos de Dios.


Grupo de los Mátires Oblatos, beatificados en Madrid el 17 de diciembre de 2011, 
entre ellos, el P. Vicentre Blanco Guadilla y Publio Rodríguez Moslares


         

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