viernes, 7 de febrero de 2014

Portavoz fiel de varios supervivientes, 1ª ENTREGA

P. Fortunato Alonso Gutiérrez, o.m.i.

Entre los múltiples testimonios, bajo juramento, que se presentaron para el proceso diocesano de canonización de los Mártires Oblatos de Pozuelo, sobresale el del P. Fortunato, hermano del P. Jesús Alonso, superviviente de la matanza, quien, aprovechando la inesperada liberación en su traslado a la Dirección General de Seguridad, Madrid (km. 0 de la Puerta del Sol) y ante la previsión de una nueva redada, al encontrarse indocumentado, para poder salvar su vida, se enroló en las tropas de Mª Dolores Ibarruri, la famosa Pasionaria, para luego, aprovechando la oscuridad de la noche,  fugarse desde el frente de batalla. Ese había sido el objetivo estratégico de su alistamiento. El P. Jesús, que sería después un gran misionero y predicador excepcional  entre los hispanos de Estados Unidos, donde falleció después  a la edad de 79 años (Wilmington, 30.06.1993), reiteraba por doquier, con aquel entusiasmo y fogosidad tan suyos, su profunda convicción de que los Oblatos de la comunidad de Pozuelo habían sido víctimas de la persecución única y exclusivamente por su estado religioso y por su fidelidad a Cristo.
El mejor eco de sus convicciones, así como las de otros supervivientes, nos lo brinda el P. Fortunato. Su testimonio, al ser extenso, lo presentaremos en dos entregas sucesivas.





 Escolasticado del Pilar, Pozuelo, "Casa Martirial"

  Fortunato  Alonso Gutiérrez o.m.i.

Convivencia con los supervivientes

No he convivido personalmente con los Siervos de Dios, pero he tenido el trato de familia con mi hermano, Jesús Alonso, compañero de los Siervos de Dios y superviviente, y también con otros compañeros y supervivientes de la persecución. Entre ellos, puedo citar al Padre Porfirio Fernández, Juan José Cincunegui y Felipe Díez, compañeros de Comunidad en Argentina y que me fueron relatando en diversas ocasiones cuanto vivieron y padecieron al lado de los Siervos de Dios.
Deseo la beatificación de los Siervos de Dios. Desde que estoy en la Congregación he vivido este deseo. De manera especial, cuando llegué a Pozuelo como seminarista mayor y tomé parte en la relación con sus familias a través de una academia integrada por los escolásticos de la Comunidad de Pozuelo.

Relación con las familias de dos Mártires

Sólo puedo hablar concretamente de la familia de Justo Fernández y Clemente Rodríguez. De Justo Fernández he conocido dos hermanas religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, más otros dos hermanos y todos, tanto las religiosas, como los otros hermanos se distinguieron por una fe profunda, expresada y cultivada con esmero. Otro tanto puedo decir de la familia de Clemente Rodríguez; también he conocido a una hermana religiosa de la Sagrada familia, un hermano Oblato de María Inmaculada, y otro hermano que fue compañero de estudios en el Seminario Menor. Puedo decir de ellos lo que dije de los anteriores. La condición social de las familias de los Siervos de Dios era humilde, labradores.
La relación de estos Siervos de Dios con las familias estaba marcada por un cariño entrañable, iluminado, y así aparece en las cartas, por una fe sincera, por un amor a la Congregación, de lo cual daban testimonio en toda ocasión. En la familia de ambos destacaba el culto a la Eucaristía, expresado en la participación diaria y en una devoción, cultivada con esmero, a la Santísima Virgen.
     
Infancia y vocación

De la etapa de la infancia y adolescencia de estos dos Siervos de Dios puedo decir solamente que se distinguieron por su fervor, de manera especial en la preparación a su primera Comunión, en la bondad y delicadeza en el trato, tanto en la catequesis como en la escuela, y la docilidad para con sus padres. El conocimiento que de estos datos tengo proviene de mi relación con los parientes ya mencionados. Como virtudes y devociones religiosas destacadas en ellos eran la amabilidad, la bondad, la humildad, el culto a la Eucaristía y la devoción a la Santísima Virgen.
Del origen y desarrollo de su vocación religiosa, sacerdotal y misionera, puedo señalar que, en buena parte, como prolongación del llamamiento de Dios, el respaldo lo encontraron, primero en sus padres, y luego en sus propios hermanos, de manera especial en las religiosas ya mencionadas; y por parte de Justo, en sus otros hermanos, de los que tres fueron sacerdotes.
Manifestaron los primeros indicios de vocación en su adolescencia. Justo ingresó en los Oblatos tanto por el respaldo en sus hermanas religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, relacionadas desde la fundación de su Congregación con la de los Oblatos, como por parte de su hermano Tomás, Oblato de María Inmaculada. Mis conocimientos de lo que antecede se deben al trato mantenido con miembros de sus familias.

Primera formación

A propósito de la vida de los Siervos de Dios en el Seminario Menor, la relación con los profesores y con los compañeros era muy buena, siendo con los primeros dóciles y afables. Con los compañeros, destaco a Justo Fernández que se distinguía por una alegría contagiosa. De su vida de piedad, de su amor a la Eucaristía y de su devoción a la Virgen, lo que encontraron en el Seminario fue un respaldo a lo que ya venían cultivando en el entorno familiar.
Durante las vacaciones procuraban prestar servicios en sus respectivas parroquias, tanto en pequeños detalles con el párroco, cuanto en ayudar a otros adolescentes a prestar servicios en la misma parroquia.
Del año del Noviciado sólo sé de Justo Fernández, que escribiendo a su hermana religiosa Dionisia, decía que él ansiaba ardientemente culminar esa etapa de su vida para entregarse de lleno a Dios por la consagración religiosa.

Ministerio de los superiores y formadores

Del ministerio apostólico de los formadores y del Siervo de Dios Padre Francisco Esteban, puedo señalar, concretamente de este último, que se distinguía como Provincial por su rectitud y el modo cercano de tratar con todos. Por parte de los profesores, el ministerio apostólico, aparte del propio de formadores del Seminario Mayor, se limitaba prácticamente a la atención como capellanes de la Comunidad de Religiosas de San José de Cluny y Franciscanas Misioneras del Buen Consejo, tanto como directores espirituales como en la atención pastoral del alumnado de los colegios respectivos de dichas Comunidades. Como formadores, el Padre Blanco, Superior de la Comunidad, se distinguía por su observancia religiosa, que era estímulo para toda la Comunidad. Los otros formadores se distinguieron, en primer lugar, por su capacidad, dada la preparación adquirida en la universidad Gregoriana de Roma por los padres José Vega y Juan Antonio Pérez, y por la exposición clara en las clases, teniendo una preocupación especial por la formación, tanto a la vida religiosa, como al sacerdocio, procurando cultivar en los formandos los valores que llenan de contenido tan nobles ideales.

Apostolado de los escolásticos

Por parte de los escolásticos (seminaristas mayores), el ministerio pastoral se limitaba prácticamente a dar catequesis en las parroquias de Nuestra Señora del Carmen, de la Asunción de Pozuelo de Alarcón y Majadahonda. Todo esto lo he sabido especialmente a través de los padres Porfirio Fernández, Juan José Cincunegui, Felipe Diez, y, de manera especial, de mi hermano Jesús Alonso.

Admiración del pueblo y rechazo de una minoría

El ambiente sociopolítico que existía en Madrid y alrededores a mediados de julio de 1936 era de auténtica convulsión, dado el enfrentamiento de los distintos partidos políticos, que si en algo coincidían, en una parte de ellos, era en su rechazo a la Iglesia y a sus instituciones.
El clima que se respiraba en Pozuelo de Alarcón frente a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, era de auténtico contraste: por un lado, de admiración por parte de la inmensa mayoría de la gente por lo que constituía para ellos ejemplo de fervor y de entrega la Comunidad religiosa; por otro, clima de rechazo total por parte de unas minorías que rechazaban encarnizadamente todo lo que guardara relación con la Iglesia católica y sus instituciones.

La única causa de su detención

Los Siervos de Dios fueron detenidos el 22 de julio de 1936, precisamente y como única causa, por ser sacerdotes y religiosos. Como ya he declarado anteriormente, su tarea era la de formadores y el ministerio apostólico para unos, y la de estudio y cultivo de las virtudes para otros, sin que, ni en unos ni en otros, hubiera el más mínimo atisbo de política.
Dado el ambiente que se respiraba, todos preveían su posible detención y pudieron evitarla, pero prefirieron ser, desde su compromiso de fe, fieles a la consagración religiosa que libremente habían hecho, en gesto agradecido al don recibido. Así lo decidieron comunitariamente los formadores y profesores, y lo aceptaron gustosamente los escolásticos. Todo esto lo he sabido porque lo he oído a los padres (supervivientes) mencionados anteriormente.

Primeras víctimas del holocausto

Dado el desorden reinante en lo político, los Siervos de Dios fueron detenidos por un grupo desorganizado que les retuvieron el día 22 de julio de 1936 en la casa, mientras los asaltantes requisaban cuanto les parecía útil, mientras buscaban inútilmente armas que no existían.
Siempre, según las referencias citadas, sé que el día 23 está caracterizado como hecho singular; dado el peligro inminente para sus vidas que estaban presintiendo, el Superior de la Comunidad, Padre Blanco, distribuye la Sagrada Comunión a todos los miembros mientras, llorando, exclama “¡Ya no tenemos en la casa al Señor!”. El 24 fueron sacados de la casa y Comunidad siete miembros de ella: el Padre Juan Antonio Pérez y los estudiantes Manuel Gutiérrez, Cecilio Vega, Juan Pedro Cotillo, Pascual Aláez, Justo González y Francisco Polvorinos, y llevados por la fuerza sin que hasta la fecha se sepa con exactitud donde fueron asesinados. El mismo día 24 por la tarde, la Comunidad superviviente fue conducida por la Guardia de Asalto a la Dirección General de Seguridad en Madrid.
La conducta de ellos ante estos acontecimientos fue la de auténticos hombres de fe, manifestada en la oración, en la humildad frente a las vejaciones y humillaciones de que les hacían objeto los mismos que los mantenían en calidad de detenidos. Todo esto lo he sabido de manera muy especial por uno que fue testigo superviviente de los hechos, mi hermano, Jesús Alonso, o.m.i.

Una fiesta del Pilar muy especial
      
Desde la expulsión del Convento, y llevados a la Dirección General de Seguridad, tras una breve declaración, fueron todos puestos en libertad. Siguiendo las indicaciones de los Superiores, cada uno buscó refugio en casas particulares de familiares o conocidos, permaneciendo en esa situación hasta el mes de octubre de 1936. Durante ese tiempo, tanto el Padre Esteban, como el Padre Blanco y el Padre José Vega, arriesgando sus propias vidas, procuraban visitar a los escolásticos en la clandestinidad, animándoles en su fidelidad y compromisos religiosos. Como hecho concreto, recuerdo haber oído al Padre Porfirio que el día 12 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Pilar, patrona del Escolasticado, se reunieron algunos de los Siervos de Dios, y que después de pasar varias horas en adoración al Santísimo, que clandestinamente guardaban, a la caída de la tarde comulgaron lo que habría de ser el Viático.
Continuará



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