Comenzamos la Semana Grande para los cristianos y... para toda la humanidad, pues Jesús murió por todos, aunque no lo sepan o no lo crean. La Semana Santa culmina con el Misterio Pascual: muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre que asumió nuestra naturaleza humana en el seno virginal de María para poder solidarizarse "con todo hombre que viene a este mundo".
Si quieres una música de fondo para vivir bien este tiempo de gracia, aplícate las palabras de san Pablo: «Me amó y se entregó a la muerte por mí»
Y si quieres tener una mayor consciencia de lo que sufrió, sigue leyendo y tal llores como Pío XII
Un forense describe de manera técnica la tortura y
pasión de Cristo
Aun sin
cuerpo se puede efectuar un "análisis forense retrospectivo"basado
en testimonios y documentación de la época, como los Evangelios y otros textos
apócrifos, que no falsos sino no ortodoxos, y que fueron descartados en el Concilio
de Nicea, y en las improntas de la Sábana Santa, cuyo valor "nadie ha desmentido",
según el forense.
La documentación
histórica romana establece que desde la detención hasta la muerte en la cruz de
Jesús transcurrieron 24 horas, y que, una vez crucificado, sobrevivió dos horas,
cuando algunos crucificados duraban incluso varios días, señal, según Cabrera,
de la intensidad de las torturas previas de las que fue objeto.
Las punciones
en todo el cuero cabelludo señalan que no
fue una corona sino un casco tupido de espinas lo que llevó en la cabeza, espinos
que, según Cabrera, los legionarios romanos no tuvieron que buscar, sino que tenían
cerca porque eran los utilizados para prender el fuego, al igual que en algunas
zonas de España se utilizan sarmientos.
La nariz la
tenía fracturada por un golpe y el
hombro derecho desollado por el peso del "patibulum" o palo corto de la cruz, cuyo
peso era de entre 40 y 50 kilos, ya que no transportó toda la cruz -la parte
grande permanecía clavada en el suelo, a la espera del crucificado-. Los latigazos
los recibió de un "flagelum" romano o látigo que partía de un palo o
asidero y cuyas colas terminaban en bolas de plomo.
La ley prohibía
golpear con este látigo en la cabeza o en otros órganos vitales para provocar
sufrimiento pero no la muerte, de modo que Jesús, que recibió hasta 300
impactos de esas bolas de plomo -el
triple de lo permitido en la ley judía-, ya llevaba varias costillas fracturadas
en el momento de acarrear el "patibulum".
También se desolló ambas rodillas
hasta la rótula por
el efecto de las caídas y el peso del palo de la cruz. Los clavos le
atravesaron las muñecas pasando entre los huesos, mientras que para los pies,
superpuestos, se empleó un solo clavo que entró por los empeines, donde el pie
es más ancho. Según Cabrera, habitualmente se ataba a los crucificados y los
clavos, por ser muy caros, se reservaban para "ocasiones especiales".
El centurión
de la guarnición romana, antes de abandonar el lugar del sacrificio, tenía la
misión de asegurarse de que el crucificado estaba muerto para garantizar que
nadie lo descolgaba con vida, por lo que en el caso de Jesús le atravesó el corazón
clavando la lanza de
abajo a arriba y de derecha a izquierda.
Y de la
herida, según las Sagradas Escrituras, brotó agua y sangre -el agua era el
suero que rodea el corazón cuando la agonía se prolonga durante horas,
según Cabrera-. El forense efectúa igualmente un análisis criminológico de los
elementos que acompañaron las torturas y otro judicial de los
"saltos" que se dieron en el proceso entre las dos leyes vigentes en
Palestina, la romana y la judía, con la idea de perjudicar al reo.
"Pilatos, al final, no tuvo ningún
elemento objetivo para condenar a Jesús, y lo condena por razones
políticas", ha concluido. Cabrera ha recordado que fue en el siglo XX, al
papa Pío XII, al primero que un cirujano, Pierre Barbet, le describió estas
lesiones y los sufrimientos que conllevan desde el punto de vista científico, y
ha asegurado que el papa lloró al admitir: "No lo sabíamos, nadie
nos lo había contado así".
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