Clemente Rodríguez Tejerina
Son las palabras del
más joven de los Mártires Oblatos (18 años), relatadas por su hermana,
religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, en el tribunal diocesano de Madrid.
Fueron 12 hermanos, de los cuales cinco consagraron su vida a Dios en la vida
religiosa: dos Hermanas de la Sagrada Familia, un Capuchino y dos Oblatos de
María Inmaculada. En “la casa grande” y en la iglesia de Santa Olaja, la madre,
mujer fuerte, “María de los Sagrarios”, cultivó con esmero esas semillas vocacionales. Oigamos la portavoz de la familia, una hermana del Mártir…
Clemente con algunos con-novicios,
Las Arenas, Vizcaya, 1934-1935
María Josefa Rodríguez Tejerina, SFB
Nació en Santa Olaja de la Varga,
León, hace 86 años. Reside en la calle Inchaurrondo, residencia “Villa Elvira”, San
Sebastián (Guipúzcoa). Es religiosa profesa de la Sagrada Familia de Burdeos.
Observaciones
sobre la testigo y contenido de su deposición: Es hermana del Mártir Clemente Rodríguez
con el que tuvo trato directo durante los días anteriores al martirio. Indica
su disposición al martirio y las averiguaciones que hizo inmediatamente después
de su muerte.
Venerable Pedro Bienvenido Noailles
Fundador de la Sagrada Familia de Burdeos
Ferviente religiosidad en familia
La condición socioeconómica de mi familia era
sencilla, era la propia de los que trabajaban en el campo. La relación en la
familia era muy buena, se vivía en un clima de unidad y religiosidad. Teníamos
devociones particulares como la novena de la Confianza al Sagrado Corazón y la
novena a la Virgen del Perpetuo Socorro. Nos llevaban a los hijos a la
parroquia a rezar el Rosario.
Éramos doce hermanos, de los cuales dos
éramos religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, ya que mi otra hermana
religiosa murió; dos Capuchinos, y dos Oblatos de María Inmaculada. Esto da
idea, además de lo que he declarado, del ambiente religioso de la familia.
Clemente, desde niño, obediente y
devoto de Jesús Eucaristía
La relación del Siervo de Dios Clemente
con la familia era la de un niño obediente y conciliador: él siempre trataba de
ceder en las pequeñas disputas entre hermanos para que hubiera paz en casa.
En la escuela era dócil y respetuoso; en la
parroquia, el párroco, que tenía dificultades en el trato con los niños, le
encomendaba a mi hermano Clemente que los acompañara, aunque no era mucho mayor
que los otros niños. Todos los días iba a misa y ayudaba. Cuando faltaba el
sacerdote en el pueblo por enfermedad, Clemente y su hermano Miguel iban al
pueblo de al lado a misa; esto da a entender su gran devoción a la Eucaristía.
Formación en
familia, semilla de vocación
Mi madre que, aunque no había
tenido una gran educación, había leído muchos libros que le procuraron una
buena formación religiosa, formaba en la doctrina cristiana a sus hijos.
En la escuela evitaba las
peleas, ayudaba en lo que hacía falta, como lo hacía en casa. Por otra parte,
también era bondadoso con la demás gente del pueblo, amable, y ayudaba a los
ancianos, con los que tenía muchos detalles de cariño y atención.
Acerca de su vocación religiosa, puedo decir que su
vocación oblata viene por el contacto que tenía mi familia con algunos oblatos
que venían al pueblo, en concreto, con el P. Emilio Alonso, que era amigo de la familia; y por otra parte, es
posible que influyese el hecho de que dos hermanas mayores que él fuésemos
religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos.
Sobre cuándo manifestó los primeros indicios de su
vocación, pienso que sería sobre los diez años. A los once años, Clemente entró
en la Congregación de los Oblatos. Todo esto lo sé porque lo he vivido.
Junior ejemplar
De la época en el Seminario
Menor de mi hermano, conozco algunos datos por las cartas que enviaba a mi casa
y algunas que me envío a mí. Recuerdo que él me explicaba ilusionado cómo preparaban
las celebraciones misioneras.
Por las cartas que el P.
Superior, Emilio Alonso, enviaba a casa y por los comentarios que me hacían
cuando los mismos oblatos iban al Convento donde yo estaba, supe que el
concepto que tenían de mi hermano, en esta época, era la de un chico sociable,
amigo del cumplimiento del deber, buen compañero, conciliador, destacando
precisamente éste último rasgo.
En las cartas de mi hermano,
él expresaba el deseo tan intenso que le llevaba a prepararse bien para ir a
las misiones.
Durante el tiempo de
vacaciones que pasaba con mi familia, Clemente tenía un comportamiento
buenísimo. Esto lo sé porque me lo contaban mis familiares. Daba muy buen
ejemplo a todos los otros chicos e, incluso, a las personas mayores.
Mártir a los 18
años
En el Seminario Mayor mi
hermano Clemente sólo estuvo un año, porque hizo los primeros votos en el
verano de 1935 y estuvo en Pozuelo el curso 1935-1936. Cuando fue inmolado
tenía sólo dieciocho años.
Ese año yo estaba en Madrid y
vi a mi hermano sólo una vez, ya que en aquellos tiempos las religiosas no
podíamos salir mucho a la calle. Le encontré animadísimo, contento. En el año
1935 murió nuestra madre repentinamente y le llamé para comunicárselo. Su
reacción fue admirable animándome a confiar en Dios y en que ya estaría en el
cielo. Una de las últimas cosas que hizo mi madre fue, siendo la presidenta de
las “Marías de los Sagrarios” del pueblo, viniendo de preparar el altar y las
flores, comentó en casa que “se sentía morir”.
Clima de
persecución en Madrid
Yo estaba destinada en Madrid en el año 1936, en
el Convento que teníamos en la calle de San Bernardo, cuando estalló la guerra.
Como religiosa, hube de sufrir también la persecución y las vejaciones que nos
infirió la persecución religiosa que se desató contra la Iglesia. Y no
solamente cuando estalló, sino que ya antes, cuando íbamos a coger el tranvía
nos llamaban “carcas” y pasaban de largo dejándonos en tierra. A nosotras en
concreto, nos echaron del Convento; yo, dentro de la Congregación, pertenecía a
la rama sanitaria, y aquella noche del 17 de julio la pasé velando a un enfermo
(a domicilio). Cuando volví al Convento ya no pude entrar en él porque se
habían incautado de él.
Detención en
Pozuelo
El clima que se respiraba en
Pozuelo de Alarcón sería como el de Madrid. Este clima era debido a un odio a
todo lo religioso. Mi hermano fue detenido en el Convento por ser religioso. A
él y al resto de la comunidad les trataron violentamente, encerrándoles en una
habitación, registrando el Convento, cacheándoles. Mi hermano me contó que se
habían llevado a siete de la comunidad y que no volvieron a saber nada de
ellos. Después los echaron del Convento.
Sobre la tarea o misión que
tenía mi hermano al ser detenido en Pozuelo, ya he declarado que era un
estudiante de dieciocho años de edad. Nunca tuvo ningún trabajo ni tarea de
significación política.
Mi hermano preveía la
detención porque en el mismo pueblo de Pozuelo de Alarcón les insultaban cuando
los oblatos salían a la calle, les amenazaban y, en concreto, cuando salían a
la Parroquia del Carmen a ayudar. Mi hermano no pudo evitar el ser detenido.
Disposición ante
el martirio
Después de detenerlos, los trajeron a Madrid, a
la Dirección General de Seguridad. Allí los dejaron en libertad y vinieron a la
Casa Provincial que está en la calle Diego de León. Yo estaba en Madrid, como
ya he declarado, y me enteré que había venido mi hermano a la Casa Provincial
de la Congregación y me vine a verle. Estuve con él durante unos momentos. Recuerdo
que le pregunté cómo estaba de ánimo y me dijo: “Estamos en peligro y tememos nos
separen; juntos nos damos ánimos unos a otros. Con todo, si hay que morir, estoy
dispuesto, seguro de que Dios nos dará la fuerza que necesitamos para ser fieles”.
Estas son palabras textuales de mi hermano, que pronunciadas en aquellos
momentos, no se me olvidarán jamás.
Mientras estábamos hablando
vino el P. Francisco Esteban. Éste
era uno de los sacerdotes Oblatos más conocido por las religiosas de la Sagrada
Familia de Burdeos porque era muy solicitado para predicar retiros y por su
bondad. Me pidió que me marchase enseguida puesto que la Comunidad se
encontraba muy vigilada, y yo también peligraba por mi condición de religiosa.
Detenido y
puesto en “libertad”
Posteriormente, supe que mi
hermano estaba detenido en el Colegio de los Escolapios de la calle Hortaleza
de Madrid, habilitado como cárcel y a la que se le conocía como “la Cárcel de
San Antón”. Varias veces intenté visitarle, pero no lo conseguí; no obstante,
los milicianos me aseguraban que se encontraba allí.
La última vez que intenté
verle, recuerdo que fue en diciembre de 1936. El miliciano de turno, de malos
modos, me dijo que no volviera por allí si no quería quedarme dentro. Como insistí
en saber si estaba todavía en la cárcel me contestó que si quería saber de
Clemente me fuese a la calle Santa Bárbara, a un edificio grande que pertenecía
al Ministerio de Justicia. Que encontraría una sala enorme con caballetes y
tableros donde encontraría cajas repletas de fichas. Así lo hice y después de
una larga investigación encontré una ficha que textualmente decía: “Clemente Rodríguez Tejerina puesto en
libertad el 28 de noviembre de 1936”. Después de cerciorarme que nadie me
veía, cogí la ficha y me marché al Consulado de Chile porque me habían indicado
que en los consulados de las naciones extranjeras eran los únicos sitios que se
habían ocupado de saber y reclamar de la suerte de los que habían estado bajo
su protección. Y fue en este Consulado donde me informaron que todas las
personas que habían sido “puestas en
libertad”, sacándolas de las cárceles, los días 27 y 28 de noviembre de
1936, habían sido inmediatamente fusilados en Paracuellos del Jarama. Esto me
lo dijo un señor del Consulado que, amablemente, sus primeras palabras al
indicarle el motivo por el que me acercaba allí fueron: “Mal asunto” y me dio
la explicación que acabo de relatar.
“Vamos a perecer
todos”
Cuando este señor del
Consulado me informó de que los habían matado a todos los que habían sacado de
la cárcel en esos días, yo enseguida pensé que mi hermano era mártir porque él
estaba seguro de que lo iban a matar y que la causa de su muerte no era otra
sino la de ser religioso. Recuerdo también, que en la breve visita que le hice
a mi hermano en la Casa Provincial de Diego de León, el P. Francisco Esteban me había dicho: “Aquí vamos a perecer todos”.
Hostias
clandestinas
Para que se pueda entender el ambiente en el que vivíamos puedo
testificar que yo, al expulsarnos del Convento, me puse a trabajar como
empleada de hogar en la casa de un médico, llamado José Facio, que vivía en la
Plaza de Jesús, lo cual explica la cierta movilidad que yo tenía. Supe que en
la Calle de San Jerónimo se encontraba, en una pensión, el P. Mariano Martín
con otros oblatos, y que se las arreglaban para tener formas consagradas. Yo
fui a esa casa durante algunos días y me daban algunas formas, que yo me las
llevaba clandestinamente a la casa donde vivía, y allí las partía en trocitos
para poder comulgar todos los días y, también, para poder tener ratos de
adoración en mi cuarto, a escondidas. Hube de dejar de visitar aquella pensión
porque les comprometía a ellos.
En condiciones inhumanas
Sobre el trato que recibieron
en la cárcel, yo lo que supe, en aquella época, fue precisamente por parte de
un vecino que vivía en el mismo inmueble en el que yo habitaba. Se trataba de
un matrimonio mayor, que tenía un hijo sacerdote al que habían matado por ser sacerdote,
y a este señor que había estado en la misma cárcel que mi hermano le dejaron en
libertad dadas sus precarias condiciones de salud. Estaba muy enfermo como
consecuencia de todo lo que había padecido. Me contó que los tenían almacenados
en el sótano, donde se hallaban las duchas del colegio en malas condiciones, lo
que hacía que con frecuencia estu
viesen con los pies en el agua y careciendo
del más mínimo espacio vital para moverse. Me comentaba que aquello no era
vivir y que era mejor que los matasen que vivir en aquellas condiciones.
Mofándose con la
comida
Me decía también que no todos
los días comían y que, encima, cuando los carceleros llevaban el rancho, se
mofaban de los presos preguntado: “¿Quién no ha comido ayer?”. También me dijo
que todos los que se encontraban allí eran católicos, que se juntaban y
rezaban.
Sobre el tiempo en que estuvo
preso mi hermano puedo decir que yo intenté verle desde el mes de octubre al
mes de diciembre de 1936, puesto que, como ya tengo declarado, fue en este mes
cuando supe por el Consulado de Chile que lo habían matado el día 28 de
noviembre de 1936.
Previsión del
martirio
Yo creo que mi hermano, como
ya he declarado, preveía el martirio, al menos desde que yo pude entrevistarme
con él en la Casa de Diego de León a finales de julio de 1936.
Sobre su reacción ante la
previsión del martirio, ya he declarado sus palabras que nunca se me olvidarán:
“Estoy dispuesto, seguro que Dios nos dará la fuerza para ser fieles”.
Aceptaba de buen grado lo que
Dios dispusiese sobre él y el único móvil que le guiaba era sobrenatural. Por
la relación que tuve con él puedo decir que era consciente que si le mataban
era por odio a la fe y por ser religioso.
Testimonio del
enterrador
Sobre el lugar del martirio y
quienes asistieron al mismo, he de decir que, a mi vuelta de Francia, una vez
acabada la Guerra Civil, supe ya con absoluta certeza, por los Padres Oblatos,
que a mi hermano, como a los otros Oblatos que estaban con él en la Cárcel de
San Antón, los habían martirizado en Paracuellos del Jarama, confirmando lo que
me habían dicho en el Consulado de Chile. En concreto, hacia el año 1940,
aprovechando que vine a hacer unos ejercicios espirituales a Madrid, me acerqué
al Cementerio de Paracuellos del Jarama. Me encontré con un señor que estaba al
cuidado de aquello y entablé conversación con él. Me indicó el lugar donde
había enterrados más religiosos y me dijo que él había presenciado las
ejecuciones; que eran unos chicos jóvenes, muy majos, y que uno de los que
mataron, ya mayor, les animaba a afrontar la muerte dando la vida por Cristo.
Me comentó también que era muy difícil individualizar a los cadáveres porque
eran fosas comunes, muy profundas y que los habían ido colocando como “por
pisos”. Yo no he vuelto a saber nada de este señor.
Yo pude pasar a Francia,
después de varias vicisitudes, gracias a la intervención de un señor que trabajaba
en el Liceo Francés en Madrid, y que ayudó a muchas religiosas.
“Ya tenemos un
mártir en el cielo”
Ya he declarado que en el momento en que supe, en
el mes de diciembre de 1936, que mi hermano había sido fusilado, pensé que
tenía un hermano mártir. En mi familia, desde la muerte de mi hermano, se le ha
considerado mártir. Mi padre dijo textualmente cuando supo de la muerte de su
hijo: “Ya tenemos un mártir en el cielo”. Cuando mi padre estaba agonizando mis
hermanos y yo le animábamos diciéndole que su hijo “Clementín”, que es mártir,
estaba en el cielo esperándole.
La fama de martirio ha ido
creciendo; yo me encomiendo a él cada vez más para que vele por mi y nuestra
familia. La fama de martirio, tanto de mi hermano como de los otros oblatos,
existe, no sólo en la Congregación de los Misioneros Oblatos, sino también en
mi Congregación Religiosa en la que muchas hermanas se encomiendan a los
mártires.
Curación de
glaucoma por su intercesión
Atribuyo, como un favor especial de mi hermano,
el hecho de haber quedado bien de una operación de cataratas muy difícil,
complicada con glaucoma, ante la cual toda mi comunidad religiosa estaba muy
preocupada por la posibilidad próxima de perder el ojo. Antes de la operación
me encomendé a él. Lo que he declarado es por sintetizar porque he tenido
muchos contratiempos en ese ojo y, todavía hoy, sigo viendo bien.
Cementerio de Paracuellos de Jarama, al lado del aeropuerto de Madrid.
Aquí fue fusilado y sepultado Clemente con sus hermanos de comunidad
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