Maruja habla de su hermano “Clementín”
Evocamos de nuevo al mártir Clemente Rodríguez
Tejerina. Es el Benjamín
del grupo de los Mártires Oblatos: 18 años. Había comenzado el noviciado a la
edad de 17 años. Era lo normal entonces. Termina ese año de formación religiosa
y hace la primera oblación o primeros votos temporales en Las Arenas (Vizcaya).
Acto seguido pasa a Pozuelo de Alarcón
(Madrid) para estudiar filosofía y teología a fin de prepararse a la ordenación
sacerdotal e irse después a misiones. Apenas había terminado su primer año de
filosofía cuando, en su propio convento, fue hecho prisionero con toda la comunidad oblata. Fue la primera estación de
su viacrucis. Seguirán las otras: Dirección General de Seguridad, casa provincial, clandestinidad,
Cárcel Modelo, Cárcel de San Antón (colegio de los PP. Escolapios transformado
en prisión) y por fin el Calvario en Paracuellos de Jarama. Pero dejemos que
otra de sus hermanas nos lo cuente.
Testifica María (Maruja) Rodríguez Tejerina, hermana del mártir Clemente.
Maruja nació en Santa Olaja de la Varga (León), es
soltera, maestra logopeda, católica practicante. A la hora de dar su testimonio
tiene 76 años.
Cualidad del testigo: de visu (ocular) y de oír a quienes lo conocieron.
Declara: “Soy hermana del Siervo
de Dios Clemente, aunque no tuve con él trato, puesto que cuando se fue al
Seminario de los Oblatos yo tenía 3 ó 4 años. No obstante, he vivido en
mi casa el proceso de la muerte y martirio de mi hermano.
Seis hermanos consagrados
Nuestros padres fueron
José y Francisca. Éramos una familia humilde, que se dedicaba a los trabajos
del campo. En ella se vivía respeto, amor y un gran ambiente religioso, del que
participábamos todos, incluido mi
hermano Clemente. Yo, por ser bastante más pequeña que él, no lo conocía
personalmente, pero sí que puedo testimoniar de la vivencia de la familia, que
era un niño dócil, obediente y religioso. Del ambiente religioso en que vivía
la familia, puede hablar el hecho de que de los doce hermanos, seis fueron religiosos:
dos hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos, dos Capuchinos y dos Oblatos:
Clemente y Miguel.
Devoción a la Eucaristía
Mi madre nos inculcó
desde muy pequeños el amor a la Eucaristía y la devoción al Sagrado Corazón, de
tal forma que todas las noches nos reunía a todos los hermanos en el comedor, y
rezaba una oración ofreciendo a sus hijos al Sagrado Corazón. Además pedía por
la perseverancia de todos nosotros, aunque en aquellos momentos yo no podía
entender bien lo que aquello significaba. Por otra parte, y al examinar el
comportamiento y martirio de mi hermano Clemente, comprendo perfectamente que
ella nos inculcara una fortaleza grande en el seguimiento de Cristo. Mi madre murió
de repente, tal y como ella lo pedía al Señor y el mismo día de su muerte envío
una carta a mi hermano. Estoy segura de que una de las cosas fundamentales que
le diría tendría relación con esa fortaleza que ella nos inculcó. La devoción
que nos inculcó a la Eucaristía era también muy singular. Ella era “María de
los Sagrarios”, y las fiestas de la Eucaristía tenían una importancia muy singular
haciéndonos participar en la preparación de los altares a todos los hijos, cuidando
hasta los más pequeños detalles, mostrando en todo ello un gran amor al Señor.
Infancia y adolescencia
La infancia y adolescencia
de mi hermano Clemente transcurrió toda ella en el ambiente de religiosidad que
ya he declarado. Tengo que añadir que la preparación a la primera Comunión la
hacía, además de la catequesis que se daba en la parroquia, mi propia madre,
que nos inculcaba ese amor por la Eucaristía.
Sobre cuándo surgió en él la vocación, no lo sé en concreto. Sí
puedo decir que a casa venía con mucha frecuencia un sacerdote, oblato, que
prácticamente era como de la familia y que se llamaba el Padre Emilio. Por otra
parte, el hecho de tener dos hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos probablemente
también influyó en su vocación.
Todos estos conocimientos los tengo por lo que yo he vivido en
mi propia familia.
Ambiente de persecución
Por lo que yo he oído a
mis hermanos, el ambiente sociopolítico que se vivía en Madrid y sus
alrededores era de persecución contra lo religioso. Yo misma experimenté en el
pueblo este mismo ambiente de persecución religiosa, hasta el punto de que mi
madre se presentó en el Ayuntamiento, como representante de familia numerosa,
exigiendo que el crucifijo no fuese quitado de la escuela.
La primera detención que sufrió mi hermano Clemente, según las
referencias que yo he escuchado en mi propia familia de mi hermano Miguel y mi
hermana Josefa, fue cuando los milicianos entraron en el Seminario de Pozuelo y
después de hacer un registro en toda la casa, condujeron a toda la Comunidad al
comedor. Permanecían siempre bajo la amenaza de las armas de los milicianos,
los cuales les hicieron volver a sus habitaciones, para, de nuevo, reunirles.
Tras la primera “saca”, a la espera de la segunda llamada.
Leyeron una lista de
siete Oblatos y un seglar, se los llevaron y ya no se volvió a saber más de
ellos. La reacción de ellos, según las referencias que tengo, fue la de estar
preparados para una segunda llamada y que si así sucedía el Señor les daría la
fortaleza suficiente.
Por referencias de mi hermana y de mi hermano Miguel, supe que
el Superior de la Comunidad, el Padre Vicente Blanco, reunió a toda la
Comunidad en la Capilla para consumir el Santísimo, que les fue a decir unas
palabras de aliento a los seminaristas y comenzó a repartir la comunión, no
pudiendo continuar debido a la emoción que le embargó, teniendo que continuar
otros padres con el reparto de la comunión. Parece que al terminar, el mismo
Padre Vicente Blanco sollozando dijo: “Qué va a ser de nosotros ahora que no
tenemos el Santísimo”.
El único delito de todos ellos…
Mi hermano fue detenido (como todos los demás) por el sólo
hecho de que era religioso. Su única misión en el momento de la detención era
la de ser un seminarista estudiante y nunca he oído, en ningún sitio, ni he
leído que mi hermano Clemente, ni ningún otro miembro de la Comunidad tuviesen
adscripción política alguna.
Según mis referencias, dados los hechos que estaban sucediendo
y las circunstancias, mi hermano y los otros compañeros preveían que fuesen
detenidos sin que pudiesen hacer nada por evitarlo. Fueron detenidos por los
milicianos de Pozuelo y, en cuanto a la reacción, ya la he descrito
anteriormente.
Dispersión en la clandestinidad
La Comunidad, a
excepción de los siete a los que ya he hecho referencia, fue conducida a la
Dirección General de Seguridad, donde fueron puestos en libertad. Los Superiores
les aconsejaron que fuesen a casas de familiares o conocidos, y los que no los
tenían fueron a la Casa Provincial en la calle Diego de León.
Confianza: el Señor les daría la gracia de permanecerle fieles
Mi hermana Josefa,
religiosa de la Sagrada Familia, que estaba en Madrid, fue a visitar a mi
hermano que estaba en la Casa Provincial. Estando con él, ella le preguntó cómo
estaba de ánimo, entonces mi hermano le contestó que sabía el peligro que
corría, lo que temían era que los separasen porque estando juntos aunaban su
fuerza; de todas formas si era necesario morir, él confiaba que el Señor les
daría fuerza para serles fieles. Esto lo he sabido por referencias directas de
mi hermana Josefa, después de terminar la guerra.
“Puestos en libertad”
No puedo precisar con
detalle dónde estuvo mi hermano escondido al ser expulsada la Comunidad de
Diego de León; algo recuerdo de una pensión por la Carrera de San Jerónimo. Lo
que sí supe es que en aquella pensión lo volvieron a detener y lo condujeron a
la Cárcel Modelo y más tarde trasladado a la Cárcel de San Antón. Mi hermana
Josefa hizo muchos intentos por verle, y tanto insistía que un día tuvo un
enfrentamiento directo con un guardián de la cárcel que llegó a decir que si
quería ver a su hermano, que estaba allí, se quedara ella también. Que si
quería saber de su hermano fuese a un Departamento de Justicia, que allí podría
encontrar el destino de Clemente. Mi hermana así lo hizo, y efectivamente,
encontró la ficha de mi hermano que decía: “Clemente Rodríguez Tejerina fue
puesto en libertad el 28 de noviembre de 1936”. Como mi hermana sospechaba de
la redacción de ese documento, se dirigió al Consulado de Chile para pedir
información sobre el contenido de la nota y allí le informaron que todos los
que figuraba como “puestos en libertad” en esa fecha habían sido fusilados en
Paracuellos del Jarama.
Previsión del martirio
Sobre si mi hermano
previó el martirio, por lo mismo que ya he declarado, para mí es evidente que
lo preveía y esto, al menos, desde que tuvo la conversación con mi hermana en
la Casa Provincial de Diego de León. La razón por la que preveía el martirio
fue la persecución que estaba sufriendo, y su reacción ante dicho martirio,
como le manifestó a mi propia hermana, fue la de aceptación plena.
Consciente de que lo mataban por ser religioso
El único móvil que le
podía guiar era el seguimiento de Jesucristo y, por las fuentes que he
indicado, era plenamente consciente que, si lo mataban, era por su condición de
religioso, y en consecuencia por odio a su fe cristiana.
Como ya he declarado el martirio tuvo lugar de Paracuellos de
Jarama el 28 de noviembre de 1936.
Por mi propia hermana y también por mi hermano Miguel, supe que
en el grupo de los que iban a fusilar, había un padre mayor que, en el momento
de la muerte, les dio ánimos invocando a Jesucristo y para que perdonasen. Esto
lo supieron mis hermanos por un Señor que presenció la ejecución.
Fama de martirio
En mi familia la fama
del martirio de mi hermano Clemente fue desde el primer momento. Como hecho
concreto puedo declarar que, cuando murió mi padre, nos encontrábamos
prácticamente todos los hijos con él y le dábamos ánimos recordándole cómo
entre las personas que le estarían esperando se encontraba Clemente, su hijo
mártir.
Cuando a mi casa llegó la noticia de la muerte de Clemente y
las circunstancias en las que se había producido, la convicción tanto de mi
padre como de mi hermana mayor es que se trataba de un mártir.
Esta fama sigue viva entre toda nuestra familia, amistades íntimas
y en los padres Oblatos, así como en las religiosas de la Sagrada Familia de
Burdeos. A él, yo lo digo en concreto por mi hermano, me encomiendo yo misma.
Yo personalmente, tengo el convencimiento de que mi hermano es mártir”.
María Rodríguez Tejerina
Don Manuel González, Apóstol de la Eucaristía,
fundador de las "Marías de los Sagrarios Abandonados".
Debajo, su testamento, en su tumba, catedral de Palencia.
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