Lo ofrecí a Dios de todo corazón
La madre de Publio Rodríguez, escribe:
En casa leíamos “LA
PURÍSIMA” y muchas veces me había oído decir: “¡Qué triste sería tener un hijo en esas
misiones que tienen los Oblatos! ¡Pobres madres! ¿Cómo van a vivir, sabiendo
que sus hijos están arrostrando peligros tan grandes allá entre los hielos
polares o en las tierras calientes, expuestos a morir asesinados?” Por eso él
no se atrevía a decirme nada pensando que yo no le dejaría ser Oblato. Traté de
convencerle para que hiciera la carrera de cura. Traté hasta de apelar a sus
buenos sentimientos, diciéndole: “Tanto como me quieres, ¿no piensas que un
día se casarán tus hermanos y yo me quedaré sola?” Y me contestaba: “Mis
hermanos son mejores que yo, te quieren mucho y no te dejarán sola. Es Dios
quien lo quiere, mamá, no sufras ni me hagas sufrir. Sé generosa y dale a Dios
contenta lo que es de Él más que tuyo”.
“Yo le ofrecí de todo corazón a Dios y Él me lo aceptó. Sea mil
veces bendito”
Doña Catalina Moslares, en 1948, desde
Valverde del Majano (Segovia), a petición de los Oblatos, les envía una reseña
sobre su hijo. La transcribimos a continuación:
Primera infancia en
Tiedra
Cuando apenas tenía dos años ya sabía rezar en su media lengua el
Avemaría, el Jesusito de mi vida y el Angel de la Guarda, que rezaba todos los
días al levantarse y acostarse con sus hermanos; tenía mucha afición a ir conmigo a la iglesia y llevaba
muchos días a Misa y a las novenas; cuando ya tenía cuatro o cinco años seguía
con mucha curiosidad el curso de la Misa y muchas veces tenía que regañarle
porque no se cansaba de hacerme preguntas por todo lo que veía hacer al
Sacerdote; un día que era la Misa en un altar lateral cerca de donde tenía mi
sitio de costumbre se acercó a comulgar una señorita a la que él quería mucho.
Al volverse el sacerdote con la Sagrada Forma en los dedos me preguntó: “¿Y eso
que es, mamá?” “El Niño Jesús” le digo, y según le dio la comunión se volvió a
mí tembloroso y llorando me decía: “Ya no quiero a Lucía, que ha comido al Niño
Jesús”, y por más que yo le quería explicar, como no estaba en edad de
entenderme, en mucho tiempo no se le olvidó y cuando algunas veces quería
llevarlo a su casa para darle alguna golosina, le decía: “No te quiero porque
comiste al Niño Jesús”. Luego, cuando ya era mayor, ella se lo recordaba muchas
veces.
Así pasó los primeros años de su vida de niño, muy querido de todos
porque él era muy cariñoso con todo el mundo y tenía un carácter muy alegre y
muy juguetón.
En la catequesis
Era muy caritativo para los pobres y siempre quería ser el que le diera
la limosna.
Cuando llegó la preparación para la primera Comunión demostró un fervor
intrépido para su edad; en la catequesis le ponían siempre como modelo a los
demás niños. Nunca podré olvidar el día que recibió a Dios por primera vez,
estaba emocionado, como si no supiera lo que pasaba; no hacía más que decirnos
a todos: “Qué alegría tan grande tengo, ya voy siempre a ser muy bueno” (como
si alguna vez hubiera sido malo) y desde entonces ya comenzó a decir que quería
ser cura, y así siguió siempre muy piadoso, pero con un carácter alegre y
juguetón, queriendo mucho a sus amigos (que tenía muchos) y siempre siendo el
intermediario entre ellos si alguna vez reñían.
En Valladolid
Lo mismo sus hermanos que yo le queríamos con locura, estaba
excesivamente mimado. Desde muy pequeñito
tuvo muchos deseos de ser monaguillo y no se lo consentimos ni su padre
ni yo porque Tiedra es un pueblo muy frío y él era muy propenso a los catarros
y temíamos las mañanas del invierno por
estar la iglesia en un descampado muy alto. Él se resignaba contrariado, pero nunca se atrevía a
protestar ni a su padre ni a mí; tantas
veces me decía las vecinas, que veían cómo lo teníamos de mimado, “parece que
sea este niño tan bueno tan dócil, ¡le vais a hacer malo con tanto mimo!”
Muere su padre
Cuando murió su padre (q.e.p.d.) fue la admiración de todos, y nosotros
no podíamos figurarnos, ni sus hermanos ni yo, que fuese capaz de aquella
entereza de ánimo. Él nos consolaba a todos haciéndonos los cargos a todos con
mucho cariño y serenidad, decía que teníamos que hacernos fuertes y conformarnos con la voluntad de Dios, y él,
que tan fuerte se hacía, a lo mejor lo sorprendíamos con gran desconsuelo donde
creía que no lo veíamos. Con tan triste acontecimiento parece que le aumentó el
cariño hacia mí, y por eso yo creo que siguió estudiando, aunque con disgusto,
para no contristarme.
¿Cura? No es
mi vocación
Algunas veces le indiqué si quería que hiciéramos gestiones para entrar
en el Seminario y siempre me contestaba lo mismo: “mejor sería eso, pero yo
creo que no es mi vocación verdadera”. Así siguieron las cosas hasta que
terminó tercero de bachiller, terminó con buenas notas, y sin embargo cada vez
más disgustado, y un día que le reprendía
yo por la mala gana con que estudiaba, me dijo: “Estudio a disgusto
porque esto no me va a valer de nada y
estoy perdiendo el tiempo”. Entonces le
dije: Pues dime que es lo que quieres, ¿prefieres un oficio o entrar de
dependiente en un comercio? Yo buscaré medio de que puedas ser lo que tú
quieras; pero él se callaba, se ponía triste, pero no me decía nada, es decir,
no se atrevía a decírmelo, y aquel día,
de gran disgusto para él y para mí, le dije: “Tienes que decidirte, no
tienes más remedio que trabajar en lo que sea para vivir, porque esperas tener un medio de vida decoroso y si sigues
con ese desánimo, ¿qué va a ser de ti?” Y pasamos unos días cada vez más
tristes.
¡Pobres madres!
En casa leíamos hacía mucho tiempo “LA PURÍSIMA” y muchas veces me
había oído decir: “¡Qué triste sería tener un hijo en es Misiones que tienen
los Oblatos! ¡Pobres madres! ¿Cómo van a vivir, sabiendo que sus hijos están
arrostrando peligros tan grandes en los hielos polares o en la tierras calientes,
expuestos a morir como han muerto tantos pobrecitos, o asesinados por los
salvajes?” Por eso él no se atrevía a decirme nada, pensando que yo no lo
dejaría ser Oblato.
Frómista, providencial
Dos o tres días después del disgusto antes dicho, me dijo si le dejaba
ir a Frómista a pasar las vacaciones con su abuela y les dejé ir a él y a su
hermana. A los pocos días escribían contentísimos y mi madre me decía que nunca
había visto tan contento a Publio que se había hecho muy amigo de su primo
Olegario Díez que entonces había llegado
a pasar las vacaciones del Juniorado de Urnieta. Por él supe que supe
que todo el día lo pasaban hablando de los Oblatos y que sólo le traía triste
el pensar cómo me lo diría a mí.; pero ya no podía perder más tiempo, porque ya
hacía más de un año que estaba luchando entre su vocación y el miedo de darme
un disgusto a mí, si no le daba consentimiento. También me decían de allí que
todos los días iba a ayudar a Misa al Sr. Cura Párroco y comulgaba con mucha
frecuencia y salía con él de paseo todos los días.
Ser misionero, pero
Oblato
Pocos días antes de terminárseles las vacaciones para volver a cas
recibí una carta de un hermano mío (que también ha estado en el Juniorado,
primero en Soto y después en Urnieta) y me decía que Publio le había dicho que
quería ser Misionero Oblato y que el Sr. Cura le había dicho: “He sondeado
mucho a su sobrino y he comprendido que tiene una gran vocación y que desea con
muchas ansias ser misionero, pero Oblato, que era es la Congregación y no otra
donde deseaba ingresar”, y añadió que le haríamos muy desgraciado; e intercedía
para que yo le concediera mi consentimiento.
Esto mismo me decía también mi madre, y me animaba y decía que ella
estaría contentísima de que su nieto tuviera tan hermosa vocación.
Dale a Dios lo que es
suyo
Llegó a casa y yo, antes de que él me dijera nada, le di mi
consentimiento al verle tan feliz, pero me apenaba mucho que cuando cantara
Misa a lo mejor me lo mandarían a alguna Misión y ya no lo volvería a ver. Así
que antes de llevarle yo misma, traté de convencerle para que hiciese la
carrera de cura; pero, por más cargas que le hice, no lo pude conseguir. Traté
hasta apelar a sus buenos sentimientos, diciéndole: “Tanto como me quieres, ¿no
piensas que algún día se casarán tus
hermanos y yo me quedaré sola?” Y me
contestaba: “Mis hermanos son mejores que yo, te quieren mucho y no te dejarán
nunca sola. Es Dios quien lo quiere, mamá, no sufras ni me hagas sufrir.
Bastante he luchado más de un año. Sé
generosa y dale a Dios lo que es de Él más que tuyo”.
Por fin, junior en Urnieta
Pasó su primer año escribiendo en cada carta más contento. Llegaron las
vacaciones y vino cambiadísimo física y moralmente, rebosante de salud y
alegría.
Los primeros días los pasamos en Valladolid. Su ocupación era: por la
mañana temprano ir a Misa y comulgar en la Parroquia. Muchos días solía ir
también a Misa en que se exponía el Santísimo o para la Adoración Perpetua. Por
la tarde iba a la Reserva y Bendición y allí cantaba con los sacristanes y lo
mismo hacía en las procesiones. Enseguida adquiría amistad con los sacerdotes
de la Parroquia.
Misionero en su pueblo
natal, Tiedra
Luego nos fuimos al pueblo (Tiedra) a pasar el verano. Allí hacía la
misma vida con respecto a la iglesia. Por la tarde salía con sus amigos de
paseo a los que quería mucho y ellos lo querían mucho a él. Después he sabido
que muchas veces le daban guerra por ver si le hacían perderla vocación, pero
él dicen que nunca perdía la paciencia. “Lo que siento es no poder estar más
tiempo con vosotros, que, si así fuese, yo sí que os convencería”.
Algunos de estos amigos eran muy fríos en cuanto a la religión, pero
llegó el día que empezó la novena de S. Roque y la hacían al anochecer cuando
estaban de paseo. En cuanto sentían tocar las campanas, les decía: “Yo voy a la
novena. Si alguno quiere venir…” El primer día fueron algunos de los más
formalitos, y cada día fue atrayendo alguno más, hasta que los últimos días ya
iban todos, cosa que causó la admiración del pueblo, por tratarse de que
algunos eran chicos cultos, pero fríos en religión como antes dije.
En la muerte de un amigo
Aquel mismo verano murió un amigo de él, al que durante su enfermedad
visitaba todos los días, y el día del entierro al regresar del cementerio la
gente (iba) a dar el pésame a la familia a la casa mortuoria. Al ver que todos
iban saliendo sin rezar, se puso a la puerta de la calle y levantó la voz cuanto pudo para que lo oyeran los que ya
marchaban y dijo: “Que se queden los que lo deseen, voy a rezar el rosario por
mi amigo Nicanor (que en paz descanse), y con toda la fuerza de su voz rezó el
rosario con la mayor serenidad. Era un entierro de muchísima concurrencia, de
una de las familias más largas y pudientes del pueblo, así que en el
acompañamiento iban todos los funcionarios y muchos señores de carrera y todos se quedaron a rezar.
Yo no tuve la suerte de presenciar aquel acto de mi querido hijo (que
tratándose del entierro que era fue un rasgo verdaderamente heroico). Estaban
entonces enferma y desde el entierro fueron muchas señoras a verme y a contarme
admiradas o que habían presenciado y me decía: “No podemos menos de darte la
enhorabuena. ¡Qué hijo tienes! ¡Qué bueno, qué valiente! Parece mentira, él,
tan bueno y tan humilde, que haya mostrado tal entereza de carácter”. Todos los
que asistieron al entierro hacían el mismo cementerio y muchos me felicitaron.
Prenovicio en Frómista
Los dos años siguientes, antes del Noviciado, transcurrieron igual,
demostrando cada vez más y con mayor alegría su gran vocación. Estos dos
últimos años ya no íbamos nosotros a Tiedra y él pasaba la mayor parte de las
vacaciones en Frómista en casa de sus
tíos (ya no vivía la abuela) y allí se hizo popularísimo.
Tenía mucha devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y en Frómista
celebran su fiesta muy solemnemente el día de S. Pedro y hacen la procesión por
el pueblo.
El mismo día que llegó reunió a casi todos los chicos y con los que
cantaban mejor formó un coro muy numeroso que cantó muy bien en la procesión y
en el coro los motetes al Sagrado Corazón. Algunos de aquellos chicos, hoy ya
hombres casados, siguen cantando en las fiestas de la Iglesia y con qué cariño
nos lo recuerdan todos cuando vamos a Frómista.
El último de esos veranos murió el padre del señor cura Párroco y las
tres últimas noches de su enfermedad (y cuando) estuvo de cuerpo presente las
pasó ayudando a dicho Sr. y a sus dos hermanas ya muy mayores y delicadas de
salud.
Esta familia no se cansaba de alabar su buen corazón y agradecerle las
pruebas de cariño y consuelos que les había dado. El Sr. Cura le regaló cuando
fue al Noviciado la vida de S. Agustín en dos tomos muy bien encuadernados que
llevó al Convento.
Datos de estos serían interminables de contar, pues desde niño tuvo un
corazón muy compasivo y cariñoso para con todo el mundo y aún antes de seguir su vocación allí donde había una
pena y él tenía confianza, allí se encontraba consolando, rezando y haciendo
rezar.
Ante la quema de
conventos
Aún le tocó pasar contrariedades o disgustos. Poco antes de entrar en
el Noviciado, fue cuando le mandaron a casa con ocasión de aquellos disturbios
en que quemaron tantos Conventos. Yo hice cuanto pude porque se quedara en
casa, pues tenía una pena terrible pensando qué sería de él. Parecía que un
Ángel me anunciaba que siguiera su vocación, pero que lo dejara para cuando
renaciera la calma en nuestra Patria, aquello era superior a mis fuerzas; me
parecía que era entregar yo misma a mi hijo para que lo mataran.
Entonces yo sufrí horrores, pero a él le hice sufrir mucho también;
algunos días venía de comulgar y con una resignación que hacía daño decía: “No
llores ni sufras más, mamá, haré lo que quieras”. Bien comprendía yo que lo
hacía por tranquilizarme y así fue. Me pidió que le dejara ir a pasar unos días
a Frómista y le dejé.
Allí pasó una temporada feliz con su buen amigo el Sr. Cura Párroco
(que es un verdadero santo y que está retirado a su pueblo enfermo, se llama D.
Amesio), que lejos de quitarle su idea se la alababa y aún le animaba a convencerse.
Noviciado, primera
oblación
Por fin volvió a casa tan contento y hasta más grueso; y legó el día
que le volvió a llamar el P. Superior (P. Blanco) y aquel día me dijo con la
mayor entereza: “¿A quién debo obedecer, mamá? Tú misma me has enseñado desde
que era niño que antes que a los padres es a Dios a quien tenemos que amar y
obedecer, así que tú, tan buena cristiana, no creo que te opongas a lo que Él
me pide”.
Yo creo que él debió en todo ese tiempo pedir mucho por mí, porque yo
misma me extrañaba con la facilidad que cedí. Fui yo a llevarle a Las Arenas.
Allí el P. Blanco me tranquilizó mucho diciendo que ya estaba todo normal y n o
creía que se metieran con ellos, porque sólo se ocupaban en hacer bien al
prójimo, socorrer a los obreros parados sin preguntarles su filiación política.
Al despedirme le dejaron venir conmigo a la estación de Bilbao. Allí me dio el
Crucifijo pequeño que le dieron en Urnieta y me dijo: “Bésale muchas veces y,
venga lo que venga, piensa que todo lo que suframos por Él, por mucho que
parezca, será muy poco par lo que Él nos
ama y sufrió por nosotros”.
Pozuelo, oblación
perpetua y total
A esto le sucedió una época de calma; pasó al Escolasticado de Pozuelo,
allí fuimos muchas veces a verle sus hermanas y yo. Siempre le encontrábamos
tan dichoso y anhelando que llegara el día de cantar su primera Misa.
¡Con qué alegría escribía cuando
hizo los votos perpetuos! La primera vez que fui a verle me dijo: “¿Estás
contenta, mamá? ¿A que sientes mucha alegría por tener un hijo consagrado a
aganar almas a Dios?” Y yo también me sentía feliz, sobre todo por verle a él
tan contento. Me decía: “Ahora sí que estoy seguro de haber logrado mi anhelo.
Pase lo que pase, seré Oblato de mi Madre María Inmaculada”.
Llegó el 36 y el 18 de Julio pasamos tres horas con él. A las diez de
la noche su hermano mayor, su hermana y yo nos despedimos de él para siempre.
Perdone que no pueda seguir más adelante. Todo lo que siguió después,
el P. Monje, el P. Villalba y el P. Cincunegui pueden darle muchos datos de lo
que precedió a su gloriosa muerte. Yo le ofrecí a Dios de
todo corazón y Él me lo aceptó, sea mil veces bendito.
Su
madre Catalina Moslares
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