Especialistas de las Misiones difíciles
Así bautizó Pio XI, el Papa de las
Misiones, a los Oblatos, sopesando sin duda la labor heroica que desarrollaban en el Polo Norte. Nuestros Mártires respiraban a pulmón lleno el espiritu misionero en Pozuelo, donde, además de la academia de misiones, se había traducido el entonces famoso libro de la epopeya blanca titulado En los hielos polares. El beato José Vega, uno de los padres formadores, en un artículo que escribió para la revista oblata La Purísima, junio de 1927, nos deja entrever cómo se cultivaba ese fuego sagrado aprovechando el paso de algún misionero por la comunidad, se trata del P. Pedro Fallaize. Más tarde
pasará también Mons. Guyomar
o.m.i. (1884-1956), otro gigante del trópico y arrastrará
tras sí a Simeón Gómez, primo del beato Daniel Gómez, que fue el primer Oblato español que se embarcó rumbo a Sri Lanka o Ceilán, como se decía entonces.
Mons. Pierre Fallaize. o.m.i., 1887-1964), de quien habla el beato José Vega el artículo que publicamos más abajo, era un normando de pura cepa. Nació en Gonneville-sur-Honfleur (Calvados, Francia). Huérfano de padre y madre, ingresa en el seminario menor de Lisieux en 1899. En esa misma localidad había fallecido dos años antes Santa Teresita del Niño Jesús.
Hace el servicio militar y, al licenciarse, decide seguir los pasos de su paisano Mons. Arsenio Truquetil o.m.i., el legendario obispo de los hielos polares. Solicita entrar en la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y, sin esperar la respuesta, el 25 de diciembre de 1907 se presenta en Bestin (Bélgica) para iniciar el noviciado. Es ordenado sacerdote en 1912 y al año siguiente se embarca rumbo al Polo Norte, donde los Oblatos tenían las misiones consideradas entonces como las más difíciles.
Mons. Pierre Fallaize. o.m.i., 1887-1964), de quien habla el beato José Vega el artículo que publicamos más abajo, era un normando de pura cepa. Nació en Gonneville-sur-Honfleur (Calvados, Francia). Huérfano de padre y madre, ingresa en el seminario menor de Lisieux en 1899. En esa misma localidad había fallecido dos años antes Santa Teresita del Niño Jesús.
Hace el servicio militar y, al licenciarse, decide seguir los pasos de su paisano Mons. Arsenio Truquetil o.m.i., el legendario obispo de los hielos polares. Solicita entrar en la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y, sin esperar la respuesta, el 25 de diciembre de 1907 se presenta en Bestin (Bélgica) para iniciar el noviciado. Es ordenado sacerdote en 1912 y al año siguiente se embarca rumbo al Polo Norte, donde los Oblatos tenían las misiones consideradas entonces como las más difíciles.
Con 44 años, el 13 de septiembre de 1931, es ordenado
Obispo. Pero ocho años después tuvo que presentar la dimisión: el reflejo del sol sobre la nieve le causó la ceguera. Acepta esta contrariedad con paciencia heroica. Los Inuit o esquimales los llamaban Inuk
ilaranaikor (el hombre que nunca se enfada).
Al carecer de la vista, se ve obligado a regresar a su tierra natal, donde cambia el báculo episcopal
por el bastón de los invidentes y se entrega en cuerpo y alma al ministerio de la reconciliación, tanto en la comunidad de Carmelitas de Lisieux como a favor de los numerosos peregrinos que acudían a Lisieux atraídos por la devoción creciente hacia la Santa del "pequeño camino". Allí ejerció ese ministerio durante 40 años.
Pero su corazón misionero añoraba la compañía de sus queridos esquimales. Ciego y todo, en 1960 volvió al Polo y allí, en Fort Smith,
entregó su alma a Dios poco después, el 10 de agosto de 1964.
Usque ad ultimum terrae (hasta el extremo de la tierra) era su lema episcopal y a fe que lo vivió: Somos los últimos, más allá ya no hay más inuit (hombres), le habían asegurado los habitantes del Polo Norte.
Usque ad ultimum terrae (hasta el extremo de la tierra) era su lema episcopal y a fe que lo vivió: Somos los últimos, más allá ya no hay más inuit (hombres), le habían asegurado los habitantes del Polo Norte.
Pronto se extendió su fama de santidad tanto en los hielos polares como por la patria de la Patrona de las Misiones y por eso la diócesis de
Bayeux-Lisieux puso en marcha el proceso de su canonización.
Para leer el artículo del beato José Vega, resumen de la charla
del entonces P. Fallaize, pinchar aquí:
Por tierras de esquimales
La
transitoria y breve permanencia de los padres de las Misiones extranjeras entre
sus hermanos de Europa, durante los raros viajes de descanso que suelen hacer,
nos traen siempre muy dichosos ratos y hasta dulces ensueños que
espontáneamente nacen en nosotros al contacto con su azarosa vida apostólica.
El suelo
Los
esquimales habitan el gran páramo del Extremo – Norte canadiense, que se
extiende desde la costa del Labrador hasta la costa opuesta del Alaska de Este a Oeste; y de Sur a Norte
desde el fondo de la bahía de Hudson hasta la tierra de Baffin y Océano Glacial,
entre los 55º75º de latitud.
Es este el
suelo más ingrato que exista y que imaginarse pueda; nueve meses del año se
halla enteramente cubierta de hielo y nieve, y ni aún durante los tres meses de
verano brota hierba, árbol o planta laguna, a excepción de lagunas flores en
reducidos oasis vecinos al mar.
Los habitantes – Su condición
A pesar de
la ingratitud y absoluta esterilidad de esta paramera, el Esquimal se ha
identificado de tal modo con ella que parecen haber sido hechos el uno para la
otra, y ni por todo el oro del mundo consentiría en trocarla.
Obligados a
vivir de la pesca y de la caza, van errando por aquellas soledades, cual tribus
esencialmente nómadas, tras el caribú, el oso o la zorra, y otros animales, o
en derredor de lagos y estrechos en busca de las focas. Sus viviendas de nieve
son miserables y siempre provisionales; la leña absolutamente desconocida, no
queriendo el esquimal acercarse jamás a las selvas.
Carácter y costumbres
El carácter
de los Esquimales es muy distinto del de los demás salvajes del Norte.
Se denominan
a sí mismos “modestamente” los hombres por excelencia, mientras que con gran
desprecio designan a los indios un nombre que quiere decir: “los nacidos de las
larvas o gusanos de sus pieles”. Ni se creen tampoco inferiores a los blancos,
a quienes califican con una sola palabra general, que parece significar en su lengua:
los enfurruñados.
Son bastante
inteligentes y también hospitalarios, lo cual no quiere decir sin embargo, que
se pueda vivir con ellos en absoluta tranquilidad, pues esta última sufre
repetidas crisis a causa del efecto, asimismo característico, del Esquimal, y
que podríamos designar con estas dos palabras: carácter infantil.
Y en efecto:
mientras el blanco sonría y al esquimal no le suceda ninguna desgracia, cuales
son la falta de pesca o de caza y otras por el estilo, la hospitalidad es
perfecta, pero si se deja sentir el hambre u otra contrariedad cualquiera,
entonces el esquimal lo mismo que el niño ya no se posee, mas con la notable
diferencia de que para desahogar su cólera no se contenta, como el niño, de
vanos gestos o amenazas, sino que se traducen en actos.
Entre los
mismos esquimales, una inevitable pelea de los perros respectivos puede dar
ocasión hasta a tres y cuatro muertes en la misma tribu.
Evangelización de los esquimales
He aquí,
amables lectores, en una sucinta y general descripción, lo que es el gran
páramo del Extremo – Norte y quienes son los que le habitan.
Para deciros
hasta ahora algo en particular de su evangelización, me limitaré a hablaros de
algunos cientos, con los cuales ha entrado en contacto el P. Falaize y que
andan errando en rededor del Lago Mayor del Oso, en un espacio de miles de kms.
Entre 67º y el 70º de latitud.
Mientras los
Esquimales establecidos en las orillas de ambos océanos vivían, hacía
muchísimos años, en contacto con los blancos, de quienes recibían el material
de caza y pesca a cambio de preciosas pieles con que estos se enriquecían
vendiéndolas en Europa y América, los Esquimales del Lago Mayor del Oso eran
enteramente desconocidos hasta hace 20 años, en que por primera vez se encontró
con ellos el explorador Stephanson. Pocos años más tarde, en 1912, venían a
establecerse ya entre ellos dos jóvenes misioneros Oblatos, los PP. Rouvière y
Le Roux: mas ¡ay! Su apostolado no había de durar mucho, y al año de llegar
ambos dos enrojecían con su sangre las blancas y perpetuas nieves polares,
asesinados por los salvajes, el uno a puñaladas y el otro con su misma escopeta
de caza, sirviendo luego de pasto a la ferocidad y canibalismo de los asesinos.
Nuevo triste ensayo
Mons.
Breynat, vicario apostólico de Mackenzie, afligido en el alma por la pérdida
cruel de dos de sus celosos misioneros, acordándose del célebre Tertuliano:
“Sangre de mártires es semilla de cristianos”, juzgó que no debía detenerse
ante la primera sangre vertida por la noble ambición de ensanchar más el reino
de Cristo en la tierra. En 1919 designó otros dos Padres para empezar de nuevo
la evangelización de este país: los elegidos fueron el P. Frapsauce – quien ya
había hecho un viaje al Lago del Oso en busca de los restos de los dos mártires
-, y el P. Falaize que por aquel entonces tenía su residencia 1500 km. más
abajo, en el Lago Mayor de los Esclavos. Este último no pudo, sin embargo,
partir hasta un año más tarde, y el P. Frapsauce hubo de irse acompañando
solamente por un Hermano.
Al año
siguiente, 1920, emprende el P. Falaize a su vez el largo y peligros viaje: los
1000 primeros km. Serán de relativa tranquilidad, en un barco que le conduce al
caudaloso Mackenzie hasta la misión de Santa Teresa. Los 500 kms que separan a
ésta del Lago del Oso serán de prueba para el misionero y sus acompañantes,
pues el afluente del Mackenzie que comunica con el lago les obliga a hacer
continuas cargas y descargas para avanzar algunos centenares de metros
sirviéndose de sogas y poleas para el arrastre desde ambas orillas.
Así no es de
extrañar que empleasen 54 días en los primeros 130 kms, y que escribiera al
final de la jornada el P. Falaize: “Si el P. Frapsauce no me hubiese aguardado
desde la primera tarde hubiera renunciado al viaje.”
Llegados al
lago y a poca distancia de la misión, intentan señalar su llegada con descargas
de fusilería, pero inútilmente. El Padre, que pocos días antes ha sido visto
pescando bajo el hielo en una de las bahías del lago, no da señales de vida.
Parte en busca
suya el P. Falaize apenas echa pie a tierra, con el alma llena de tristeza y
con el presentimiento de que haya llegado a tiempo para no ser ya el compañero
deseado y sí sólo su sucesor. Al cabo
de tres o cuatro días de inútiles pesquisas el P. Falaize se confirmó en sus
primeras sospechas; no le cabía duda: su predecesor había sido sepultado bajo
hielo.
Las penas del misionero
Debía, pues,
el nuevo misionero empezar solito y sin conocer una palabra del intrincado
lenguaje esquimal, en aquella tierra, que hasta entonces se había mostrado
únicamente ávida de sangre del misionero.
Se puso en
seguida a aprender la lengua, teniendo por diccionario al joven Gabriel, un
esquimal avispado que chapurreaba el inglés.
A fuerza de
trabajo, de paciencia y de sonrisas, la lengua sumamente complicada, fue
entrando. Y no creáis, amables lectores, que lo de las sonrisas es un inútil
pleonasmo; no lo piensa así el misionero, que está hoy muy agradecido a uno de
sus hermanos en religión por haberle dado este excelente consejo antes de
empezar su apostolado entre los esquimales: “Procura no enfadarte nunca con
ellos.”
¿No
recordáis el calificativo que dan los esquimales a los blancos? Pues juzgad
ahora de la ventaja que sobre ellos ha obtenido el Padre.
Le llaman Innuk- Ilaranaittor, es decir, el
esquimal que no mete miedo porque nunca se enfada. Pero no vayas a creer que se
acabaron todas las dificultades, ahora que el misionero sabe la lengua y ha
sido bautizado con tan bonito nombre.
Ahora que el
misionero ya sabe hablar, es menester que abandone su casita, muy semejante a
las chozas esquimales, y que siga con ellos la misma vida errante,
alimentándose como ellos de la pesca y de la caza, bajo una temperatura que
oscila entre los 50º y 60º bajo cero, llegando a veces a los 70º.
Y no paran
aquí las dificultades: porque esta porción de esquimales son, aunque
inteligentes, muy tardos en comprender lo que hay de más sencillo en el
catecismo, y el misionero deberá resignarse a prolongar su instrucción por años
y años, antes de poder admitirlos al bautismo, aún suponiendo que su labor no
sea enteramente destruida por los varios años de separación que pueden
sucederse entre uno y otro encuentro con el misionero.
¿Cuál es su
religión primitiva? Creen en Dios o en un espíritu bueno, quien por el hecho de
serlo no puede causar mal a nadie, y por consiguiente, en su lógica, no hay por
qué preocuparse. Creen además en otros espíritus malos entre los cuales colocan
en primer término a sus antepasados. A estos, sí hay que tributarles un culto,
porque siendo malos pueden enfadarse y hacer daño a los esquimales.
¿Y qué
pensáis que es el sacerdote de este culto?
Un señor muy
poderoso, sí, y de muchísima influencia en la vida del esquimal. El brujo o el
hechicero, como queráis llamarle, el enemigo mortal del misionero, el que
removerá cielo y tierra para destruir su obra y hasta pondrá en peligro su
vida.
Escuchad una
historieta, que acaso logre, no haceros creer en brujas, no; pero sí tal vez,
entrever los cuernos y quizás también la cola de aquel hombrecillo feo, que
acostumbra esconderse tras de la cruz para hacer muecas.
En una de
las correrías que el Padre suele hacer con los salvajes, hallábase un día
descansando en su cabaña, cuando vienen a decirle que dos ancianos, hermano y
hermana, se han puesto muy malos y que ella ha perdido el habla. Avezado a
tales casos, el misionero toma una medalla de San Benito y una reliquia de
Santa Teresita y se dirige a la cabaña de la anciana.
Efectivamente,
ésta ha perdido el habla, y sólo por gestos da a entender que consiente en
recibir el bautismo de manos del misionero: Y aquí lo de los cuernos y la cola;
apenas la vieja recibe el bautismo, se desata su lengua y empieza a hablar como
si tal cosa, empleando luego gran parte del día en visitar al misionero para
agradecerle el singular servicio que le había prestado. Mas al día siguiente el
caso se repite: la vieja pierde de nuevo el uso de la palabra, y cuando llega
le misionero, se encuentra con que ya es cadáver.
¿Muerte
natural? No; supo más tarde el Padre que la habían estrangulado. Así es la ley
del esquimal. Cuando alguien cae enfermo, se consultaba a los hechiceros, y si
la salud no viene, la carga se hace demasiado pesada y hay que deshacerse de
ella.
La mayor prueba
Juzgad, amables
lectores, de cuanto precede, cuál será la tranquilidad del misionero mientras
vive entre estas gentes y sigue sus caravanas. ¿Que un día mueren dos o tres
esquimales en la tribu? Consulta de brujos, con la siguiente probable
respuesta: “El blanco que habita entre ellos predica cosas nuevas contra las
costumbres de sus antepasados, por lo cual estos, resentidos, envían aquellas
desgracias.” Y ya veis la situación del misionero expuesto a ser hecho
materialmente pedazos.
Pero aún
falta lo más duro para el corazón del misionero; oídlo de su misma boca y
suplid en espíritu la emoción con que él nos lo narraba obligado a hablar así
por la fuerza.
“Nosotros –
decía -, no vamos a las regiones polares en busca de aventuras, vamos porque lo
exige la Congregación, a la cual en nuestra juventud, después de madura
reflexión, prometimos obediencia y fidelidad hasta la muerte. Consuelos no
tenemos, antes al contrario, nuestra vida es triste, muy triste; a 500 kms. del
más cercano sacerdote, nos vemos privados hasta de los sacramentos no pudiendo
confesarnos más que una vez al año y casos ha habido de tener que esperar 18
meses; nuestra vida errante nos impide asimismo a menudo decir Misa, y he aquí
por qué pedimos en ocasiones a Dios que abrevie los días de nuestro destierro,
a pesar de que la permanencia en estas regiones sea voluntaria. Digo esto para
que en vuestra vida penséis en los misioneros del Norte y pidáis al Señor por
ellos. “
Lo mismo
digo yo para terminar, queridos lectores, encomendando a vuestra piedad los
Misioneros del Norte y en especial a éste que enarbola la bandera de la fe en
las avanzadas de la Iglesia, para que siga preparando el camino a sus hermanos,
que en un próximo porvenir habrán de conquistar al reino de Cristo el último
palmo de tierra habitado y habitable.
José
Vega, O. M. I.
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