Relación con el Siervo de Dios sobre el que va a testificar
Soy hermana mayor del Siervo de Dios Clemente Rodríguez Tejerina y conviví
con él durante diez años, hasta que yo me fui al Convento. Además de los datos
personales, tengo también referencias de mi familia y de oblatos, ya que en mi
casa teníamos mucha relación con ellos; por otra parte, mi Congregación
religiosa está afiliada a los Oblatos. Deseo vivamente la beatificación, no
sólo de mi hermano, sino también de todos los Oblatos Siervos de Dios.
Conocimiento de la familia
del Siervo de Dios.
La condición socioeconómica de mi familia era sencilla, era la propia de los que trabajaban en el campo. La relación en la familia era muy buena, se vivía en un clima de unidad y religiosidad. Teníamos devociones particulares como la novena de la confianza al Sagrado Corazón y la novena a la Virgen del Perpetuo Socorro. Nos llevaban a los hijos a la parroquia a rezar el Rosario.
Éramos doce hermanos,
de los cuales dos éramos religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, dos
capuchinos, y dos oblatos de María Inmaculada. Esto da idea, además de lo que
he declarado, del ambiente religioso de la familia.
La relación del
Siervo de Dios Clemente con la familia era la de un niño obediente y
conciliador: él siempre trataba de ceder en las pequeñas disputas entre
hermanos para que hubiera paz en casa.
Infancia y adolescencia del Siervo de Dios
En la escuela era dócil y respetuoso; en la
parroquia, el párroco, que tenía dificultades en el trato con los niños, le
encomendaba a mi hermano Clemente que los acompañara, aunque no era mucho mayor
que los otros niños. Todos los días iba a misa y ayudaba. Cuando faltaba el
sacerdote en el pueblo por enfermedad, Clemente y su hermano Miguel iban al
pueblo de al lado a misa; esto da a entender su gran devoción a la Eucaristía.
Mi madre, que aunque no había tenido una
gran educación, había leído muchos libros que le procuraban una buena formación
religiosa, formaba en la doctrina cristiana a sus hijos.
En la escuela (Clemente) evitaba las
peleas, ayudaba en lo que hacía falta, como lo hacía en casa. Por otra parte,
también era bondadoso con la demás gente del pueblo, amable, y ayudaba a los
ancianos, con los que tenía muchos detalles de cariño y atención.
Acerca de su vocación religiosa, puedo decir que su
vocación oblata viene por el contacto que tenía mi familia con algunos oblatos
que venían al pueblo, en concreto, con el P. Emilio Alonso, que era amigo de la
familia; y por otra parte, es posible que influyese el hecho de que dos
hermanas mayores que él fuésemos religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos.
Sobre cuándo manifestó los primeros
indicios de su vocación, pienso que sería sobre los diez años. A los once años,
Clemente entró en la Congregación de los Oblatos. Todo esto lo sé porque lo he
vivido.
Vida del Siervo de Dios en la Congregación de los Misioneros
Por las cartas que el P. Superior, Emilio Alonso, enviaba a casa y por los comentarios que me hacían cuando los mismos oblatos iban al convento donde yo estaba, supe que el concepto que tenían de mi hermano, en esta época, era la de un chico sociable, amigo del cumplimiento del deber, buen compañero, conciliador, destacando precisamente éste último rasgo. En las cartas de mi hermano, él expresaba el deseo tan intenso que le llevaba a prepararse bien para ir a las misiones.
De la época
en el Seminario Menor de mi hermano, conozco algunos datos por las cartas que
enviaba a mi casa y algunas que me envío a mí. Recuerdo que él me explicaba
ilusionado cómo preparaban las celebraciones misioneras.
Por las cartas que el P. Superior, Emilio Alonso, enviaba a casa y por los comentarios que me hacían cuando los mismos oblatos iban al convento donde yo estaba, supe que el concepto que tenían de mi hermano, en esta época, era la de un chico sociable, amigo del cumplimiento del deber, buen compañero, conciliador, destacando precisamente éste último rasgo. En las cartas de mi hermano, él expresaba el deseo tan intenso que le llevaba a prepararse bien para ir a las misiones.
Durante el tiempo de vacaciones que pasaba
con mi familia, Clemente tenía un comportamiento buenísimo. Esto lo sé porque
me lo contaban mis familiares. Daba muy buen ejemplo a todos los otros chicos
e, incluso, a las personas mayores.
Seminario
Mayor o Escolasticado:
Ese año yo estaba en Madrid y vi a mi
hermano sólo una vez, ya que en aquellos tiempos las religiosas no podíamos
salir mucho a la calle. Le encontré animadísimo, contento.
En el año 1935 murió nuestra madre
repentinamente y lo llamé para comunicárselo. Su reacción fue admirable animándome
a confiar en Dios y en que ya estaría en el cielo. Una de las últimas cosas que
hizo mi madre fue, siendo la presidenta de las Marías de los Sagrarios del
pueblo, viniendo de preparar el altar y las flores, comentó en casa que “se
sentía morir”.
Detención del Siervo de Dios
Yo estaba destinada en Madrid en el año 1936, en el Convento que
teníamos en la calle de san Bernardo, cuando estalló la guerra. Como religiosa,
hube de sufrir también la persecución y las vejaciones que nos infirió la
persecución religiosa que se desató contra la Iglesia. Y no solamente cuando
estalló, sino que ya antes, cuando íbamos a coger el tranvía nos llamaban
“carcas” y pasaban de largo dejándonos en tierra. A nosotras en concreto, nos
echaron del Convento; yo, dentro de la Congregación, pertenecía a la rama
sanitaria, y aquella noche del 17 de julio la pasé velando a un enfermo. Cuando
volví al convento ya no pude entrar en él porque se habían incautado de él.
El clima que se respiraba en Pozuelo de
Alarcón sería como el de Madrid. Este clima era debido a un odio a todo lo
religioso. Mi hermano fue detenido en el convento por ser religioso. A él y al
resto de la Comunidad les trataron violentamente, encerrándoles en una
habitación, registrando el Convento, cacheándoles. Mi hermano me contó que se
habían llevado a siete de la Comunidad y que no volvieron a saber nada de
ellos. Después los echaron del Convento.
Mi
hermano preveía la detención porque en el mismo pueblo de Pozuelo de Alarcón
les insultaban cuando los Oblatos salían a la calle, les amenazaban y, en
concreto, cuando salían a la parroquia del Carmen a ayudar. Mi hermano no pudo
evitar el ser detenido.
Ante la detención de mi hermano y la
comunidad, ellos se unieron más, rezaron, se pusieron en condiciones para estar
a bien con Dios y consumieron las formas que quedaban en el Sagrario.
Todo esto lo he sabido por el contacto que
tuve con mi hermano y con otros oblatos en aquellos días.
Vida del Siervo de Dios en la clandestinidad y en la prisión
Después
de detenerlos, los trajeron a Madrid, a la Dirección General de Seguridad. Allí
los dejaron en libertad y vinieron a la Casa Provincial que está en la calle
Diego de León. Yo estaba en Madrid, como ya he declarado, y me enteré que había
venido mi hermano a la Casa Provincial de la Congregación y me vine a verle.
Estuve con él durante unos momentos. Recuerdo que le pregunté cómo estaba de
ánimo y me dijo: “Estamos en peligro y tememos nos separen; juntos nos damos ánimos unos
a otros. Con todo, si hay que morir, estoy dispuesto seguro de que Dios nos
dará la fuerza que necesitamos para ser fieles”. Estas son palabras
textuales de mi hermano, que pronunciadas en aquellos momentos, no se me
olvidaran jamás.
Mientras estábamos hablando vino el P.
Francisco Esteban. Éste era uno de los sacerdotes Oblatos más conocidos por las
religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos porque era muy solicitado para
predicar retiros y por su bondad. Me pidió que me marchase enseguida puesto que
la Comunidad se encontraba muy vigilada, y yo también peligraba por mi
condición de religiosa. Posteriormente, supe que mi hermano estaba detenido en
el Colegio de los Escolapios de la calle Hortaleza de Madrid, habilitado como
cárcel y a la que se le conocía como “la Cárcel de san Antón”. Varias veces
intenté visitarle, pero no lo conseguí; no obstante, los milicianos me
aseguraban que se encontraba allí. La última vez que intenté verle, recuerdo
que fue en diciembre de 1936. El miliciano de turno, de malos modos, me dijo
que no volviera por allí si no quería quedarme dentro. Como insistí en saber si
estaba todavía en la cárcel me contesto que si quería saber de Clemente me
fuese a la calle santa Bárbara, a un edificio grande que pertenecía al
Ministerio de Justicia. Que encontraría una sala enorme con caballetes y tableros
donde encontraría cajas repletas de fichas.
Así lo hice y después de una larga
investigación encontré una ficha que textualmente decía: “Clemente Rodríguez
Tejerina puesto en libertad el 28 de noviembre de 1936”. Después de cerciorarme
que nadie me veía, cogí la ficha y me marche al Consulado de Chile porque me
habían indicado que en los consulados de las naciones extranjeras eran los
únicos sitios que se habían ocupado de saber y reclamar de la suerte de los que
habían estado bajo su protección. Y fue en este Consulado donde me informaron
que todas las personas que habían sido “puestas en libertad”, sacándolas de las
cárceles, los días 27 y 28 de noviembre de 1936, habían sido inmediatamente
fusilados en Paracuellos del Jarama. Esto me lo dijo un señor del Consulado
que, amablemente, sus primeras palabras al indicarle el motivo por el que me
acercaba allí fueron: “Mal asunto” y me dio la explicación que acabo de
relatar.
Cuando este señor del Consulado me informó
de que los habían matado a todos los que habían sacado de la cárcel en esos
días, yo enseguida pensé que mi hermano era mártir porque él estaba seguro de
que lo iban a matar y que la causa de su muerte no era otra sino la de ser
religioso. Recuerdo también, que en la breve visita que le hice a mi hermano en
la Casa Provincial de Diego de León, el P. Francisco Esteban me había dicho:
“Aquí vamos a perecer todos”.
Yo no puedo relatar cuál fue la vida de mi
hermano desde que se marchó de la Casa de Diego de León hasta que lo detuvieron
porque no tengo datos. Sin embargo, para que se pueda entender el ambiente en
el que vivíamos puedo testificar que yo, al expulsarnos del Convento, me puse a
trabajar como empleada de hogar en la casa de un médico, llamado José Facio,
que vivía en la Plaza de Jesús, lo cual explica la cierta movilidad que yo
tenía. Supe que en la Calle de san Jerónimo se encontraba, en una pensión, el
P. Mariano Martín con otros oblatos, y que se las arreglaban para tener formas
consagradas. Yo fui a esa casa durante algunos días y me daban algunas formas,
que yo me las llevara clandestinamente a la casa donde vivía, y allí las partía
en trocitos para poder comulgar todos los días y, también, para poder tener
ratos de adoración en mi cuarto, a escondidas. Hube de dejar de visitar aquella
pensión porque les comprometía a ellos.
Sobre el trato que recibieron en la cárcel,
yo lo que supe, en aquella época, fue precisamente por parte de un vecino que
vivía en el mismo inmueble en el que yo habitaba. Se trataba de un matrimonio
mayor, que tenían un hijo sacerdote al que habían matado por ser sacerdote, y a
este señor que había estado en la misma cárcel que mi hermano le dejaron en
libertad dadas sus precarias condiciones de salud. Estaba muy enfermo como
consecuencia de todo lo que había padecido. Me contó que los tenían almacenados
en el sótano, donde se hallaban las duchas del colegio en malas condiciones, lo
que hacía que con frecuencia estuviesen con los pies en el agua y careciendo
del más mínimo espacio vital para moverse. Me comentaba que aquello no era
vivir y que era mejor que los matasen que vivir en aquellas condiciones.
Me decía también que no todos los días
comían y que, encima, cuando los carceleros llevaban el rancho se mofaban de
los presos preguntado: “¿Quién no ha comido ayer?”. También me dijo que todos
los que se encontraban allí eran católicos, que se juntaban y rezaban.
El martirio del Siervo de
Dios
Sobre su reacción ante la previsión del
martirio, ya he declarado sus palabras que nunca se me olvidaran: “Estoy
dispuesto, seguro que Dios nos dará la fuerza para ser fieles”.
Aceptaba de buen grado lo que Dios
dispusiese sobre él y el único móvil que le guiaba era sobrenatural. Por la
relación que tuve con él puedo decir que era consciente que si le mataban era
por odio a la fe y por ser religioso.
Sobre el lugar del martirio y quienes
asistieron al mismo, he de decir que, a mi vuelta de Francia, una vez acabada
la guerra civil, supe ya con absoluta certeza, por los Padres Oblatos, que a mi
hermano, como a los otros Oblatos que estaban con él en la Cárcel de san Antón,
los habían martirizado en Paracuellos del Jarama, confirmando lo que me habían
dicho en el Consulado de Chile. En concreto, hacia el año 1940, aprovechando
que vine a hacer unos ejercicios espirituales a Madrid, me acerqué al
Cementerio de Paracuellos del Jarama. Me encontré con un señor que estaba al
cuidado de aquello y entablé conversación con él. Me indicó el lugar donde
había enterrados más religiosos y me dijo que él había presenciado las
ejecuciones; que eran unos chicos jóvenes, muy majos, y que uno de los que
mataron, ya mayor, les animaba a afrontar la muerte dando la vida por Cristo.
Me comentó también que era muy difícil individualizar a los cadáveres porque
eran fosas comunes, muy profundas y que los habían ido colocando como “por
pisos”. Yo no he vuelto a saber nada de este señor.
Yo pude pasar a Francia, después de varias
vicisitudes, gracias a la intervención de un señor que trabajaba en el Liceo
Francés en Madrid, y que ayudó a muchas religiosas.
Fama del martirio del Siervo de Dios
Ya he declarado que en el momento en que
supe, en el mes de diciembre de 1936, que mi hermano había sido fusilado, pensé
que tenía un hermano mártir. En mi familia, desde la muerte de mi hermano, se
le ha considerado mártir. Mi padre dijo textualmente cuando supo de la muerte
de su hijo: “Ya tenemos un mártir en el cielo”. Cuando mi padre estaba
agonizando mis hermanos y yo le animábamos diciéndole que su hijo “Clementín”,
que es mártir, está en el cielo esperándole.
La fama de martirio ha ido creciendo; yo me
encomiendo a él cada vez más para que vele por mi y nuestra familia. La fama de
martirio, tanto de mi hermano como de los otros oblatos, existe, no sólo en la
Congregación de los Misioneros Oblatos, sino también en mi Congregación
Religiosa en la que muchas hermanas se encomiendan a los mártires.
La testigo lo ratificó con las
siguientes palabras:
«Juro haber dicho la verdad y confirmo cuanto he declarado».
Josefa
Rodríguez Tejerina
La
Asociación de la Sagrada Familia de Burdeos (SFB) es una familia religiosa que
ha estado estrechamente unida a la Congregación de los Misioneros Oblatos. Tras
el mutuo acuerdo de “afiliación” tomado por los respectivos fundadores: el
Venerable Pedro Bienvenido Noialles y S. Eugenio de Mazenod, en 1857,
ratificado por el arzobispo de Burdeos el 11 de enero de 1858. En virtud de ese
acuerdo, el Superior general de los Oblatos pasaba a ser Director general de la
Sagrada Familia. En 1963, a raíz de Concilio Vaticano II, cesó ese acuerdo de
afiliación.
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