El P. Angel Villalba, o.m.i., (1913-2008),
compañero de nuestros Mártires y prisionero con ellos, es un testigo
cualificado de la oblación cruenta (martirio) de todos ellos. Pudo salvar la
vida in extremis, acogido por las Hijas de la Caridad que gozaban de la
protección de la embajada francesa, y salir rumbo a Francia, como él mismo nos
cuenta. De vuelta a España, reanudó su formación oblata y fue ordenado
sacerdote en 1939. En su labor apostólica hay que resaltar la pastoral
familiar: introdujo en España los Cursos de Preparación Matrimonial (S.P.M.) cuyos
pioneros habían sido los Oblatos canadienses en la Universidad de Ottawa. Más
tarde se fue al sur de Estados Unidos para difundirlos entre los católicos
hispanoparlantes. Así pues no sólo fue testigo cualificado de los Mártires,
sino también testigo del sí de por vida de innumerables esposos en la celebración del sacramento
del matrimonio. Falleció de muerte natural en San Antonio, Texas, el 22 de
enero de 2008 a la edad de 94 años. En sus últimas vacaciones en España fue
citado a declarar sobre la vida y martirio de los Oblatos. Lea su interesante declaración.
Citación y Declaración de Ángel Villalba Polanco
“Yo, Angel Villalba Polanco, juro que he de decir toda la verdad y sólo la verdad acerca de las preguntas que se me hagan en este proceso sobre la vida, virtudes, fama de santidad y martirio de los Siervos de Dios Padre Francisco Esteban Lacal y veintiún compañeros, Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y del seglar Cándido Castán San José.
Datos generales del testigo
Me llamo Angel Villalba Polanco, nacido
el 24
de Septiembre de 1913 en Dehesa de Montejo (Palencia), hijo de Fructuoso
y Daniela, de estado sacerdote, religioso profeso en la Congregación de los
Misioneros Oblatos de María Inmaculada, destinado en la Iglesia de Guadalupe,
PO. BOX 6, Sarita, Texas, 78385 (EE.UU.) con Pasaporte nº Z084660.
He conocido a todos los Siervos de
Dios, tanto profesores como compañeros
de estudios, ya que conviví con ellos directamente durante aquellos años.
Infancia y adolescencia
Todos los Siervos de Dios venían al
Seminario de los Misioneros Oblatos por el ambiente religioso que se respiraba
en sus familias. En general eran gente religiosa, cristiana, en los que no se
observó ningún tipo de inmoralidad.
Juniorado (seminario menor)
La mayoría de los Siervos de Dios fueron
condiscípulos míos, aunque estuvieran en distintos cursos. En el Seminario Menor
había un cierto rigor, consecuencia del origen francés de la Congregación.
Teníamos la misa diaria, visita al Santísimo, rezo del Rosario. Recuerdo que
los profesores eran un poco exigentes, llegando a expulsar a algunos compañeros
por motivos que a mi no me parecían tan graves. En general, puedo afirmar que
había un ambiente de estudio y de piedad.
El Siervo de Dios, Francisco Esteban, era
el Superior de la Comunidad. Recuerdo que era un hombre rígido, fruto de la
educación de su padre que era Guardia Civil.
Noviciado
El Siervo de Dios Vicente Blanco era el
Maestro de Novicios y Superior de la Comunidad. Era un hombre austero y de buen
corazón. Lo que recuerdo de mi época de Noviciado es que éramos unos catorce y
entre ellos estaban los Siervos de Dios: Publio Rodríguez, Francisco
Polvorinos, José Guerra y Juan Pedro Cotillo. La convivencia entre nosotros era
normal, buena. Era un ambiente exigente al que nosotros nos adaptábamos
bastante bien. No recuerdo ninguna cosa especial, el Noviciado transcurrió con
normalidad. Sólo quiero destacar, aunque no en relación con los Siervos de Dios
sino con otros compañeros, que algunos novicios enfermaron y tuvieron que
marchar a sus casas a recuperarse.
Escolasticado (seminario mayor)
Desde el Noviciado me mandaron al
Escolasticado de Pozuelo en el curso 1932-33, donde tuve la oportunidad de ser
compañero de todos los Siervos de Dios, incluidos los hermanos coadjutores,
todos miembros de la misma Comunidad.
El ambiente del Escolasticado era normal,
bueno, el propio de unos estudiantes. Nos gastábamos bromas, incluso el P.
Blanco, siendo tan austero como era, estaba orgulloso de los Autos Sacramentales
que los escolásticos representábamos.
Yo no creo que los Superiores fueran
conscientes de la posibilidad de una guerra. No recuerdo que se nos preparara,
de una manera especial, para afrontar una persecución religiosa, aunque la
formación espiritual que se nos daba estaba muy bien fundada. Probablemente
ellos no esperaban un desenlace tan fuerte como el que ocurrió.
El ministerio que realizábamos era el
propio de unos seminaristas: ayudar en catequesis en distintos lugares, animar
las celebraciones litúrgicas con el canto... Los sacerdotes eran capellanes de
algunas Comunidades religiosas de los alrededores del Convento.
No hay nada negativo que destaque en contra
de la vida religiosa de los Siervos de Dios.
Detención
En cuanto al ambiente socio-político de
Madrid en 1936 era anticlerical. Cuando los escolásticos salíamos de paseo se
nos insultaba. La Iglesia, a los ojos de la izquierda, caía dentro de un
trípode donde también estaban los militares y los ricos. Creo yo que así lo
entendían. Existía un odio a la Iglesia que les llevaba a quemar conventos y
templos.
Cuando los Siervos de Dios fueron detenidos
estábamos en casa, en la sala de estudio. Los milicianos entraron en casa,
tomándola como posesión suya, y nos llevaron a todos a la planta baja,
convirtiendo el comedor en dormitorio común. Ellos se apropiaron de las
habitaciones de los profesores convirtiéndolas en “checas”. Uno de los Siervos
de Dios, creo que fue Pascual Aláez, fue llamado para ser interrogado. Cuando
regresó, Pascual estaba aterrorizado del interrogatorio. Incluso comentó que le
habían amenazado con una pistola. Recuerdo que también llamaron a otros a
declarar, aunque ya no podría precisar quiénes fueron. Más tarde, los
milicianos nos sacaron del comedor y nos pusieron a todos en fila en el pasillo
y leyeron una lista con siete nombres. Se llevaron a los siete y nunca más se
supo de ellos. Los nombres de los que se llevaron fueron el P. Juan Antonio
Pérez, Pascual Aláez, Cecilio Vega, Francisco Polvorinos, Manuel Gutiérrez,
Justo González y Juan Pedro Cotillo.
Recuerdo que antes de esto, estando los
milicianos en casa, el P. Vicente Blanco pidió permiso para que fuésemos a la
Capilla y allí recibimos la absolución general y consumimos todas las formas
consagradas que estaban en el Sagrario. El P. Blanco lloraba desconsoladamente.
Respecto a la pregunta de si alguno tenía
alguna tarea o trabajo con significación política, puedo decir que ninguno
tenía adscripción o filiación política; ninguno teníamos ningún carnet de
partido político ni nos dedicábamos en absoluto a ninguna actividad política,
alguno podía simpatizar con alguna corriente; pero repito que ninguno tenía
nada que ver con ningún partido político. La
razón por la que nosotros fuimos detenidos, según mi criterio, es porque nos
consideraban anti-marxistas.
Sobre si preveíamos la detención puedo
contestar que al principio no. Nos dimos cuenta de la situación cuando
asaltaron el Convento.
Sobre el ambiente que vivíamos puedo contar
una anécdota personal: tenía una foto de la primera comunión de una hermana
mía. Ante el temor de que me pudiese comprometer la saqué del pupitre de donde
la guardaba y la escondí entre unos matorrales del jardín.
La reacción y la conducta de la Comunidad
ante la detención era de terror; no hablábamos entre nosotros y por dentro
temíamos que nos pudiese pasar como a los siete que habían sacado.
Clandestinidad y prisión
Según quiero recordar, la víspera de
Santiago, el 24 de Julio, nos metieron en unos camiones y nos llevaron a la
Dirección General de Seguridad, sin que nosotros supiésemos dónde nos llevaban.
La Dirección General estaba abarrotada y allí había miembros de otras
congregaciones religiosas. El ambiente era de tanto miedo que algún religioso
de otra congregación perdió la cabeza. No nos sometieron a interrogatorio, sólo
querían desalojar la Dirección General de Seguridad. Al día siguiente nos
sacaron a la calle. Algunos que tenían familia se fueron con ellos. Yo, no sé
si tenía familia, pero, si la tenía estaba, tan obnubilado estaba que no sabía
ni donde vivían. Nos trajeron a la Casa Provincial que estaba en la calle Diego
de León, donde estuve durante un tiempo hasta que la casa fue tomada por
miembros del Ministerio de Educación. Desde aquí el P. Francisco Esteban nos
distribuyó en pensiones, y, en concreto, el P. Francisco y yo fuimos a la misma
pensión de la Carrera de san Jerónimo. Quiero recordar que estaba en el piso
quinto. Curiosamente los dueños de la pensión, un matrimonio, eran “rojos”.
Tenían unos sobrinos, que era un matrimonio, que eran unas bellísimas personas;
él era empleado del ayuntamiento. No sé quién pagaría la pensión nuestra, pero
pienso que serían ellos.
No recuerdo con precisión cuánto tiempo
estuvimos allí, pero sería alrededor de dos meses. Si puedo testificar que estábamos
aterrados, pues cada vez que subía el ascensor no sabíamos si iban a llamar a
nuestra puerta para detenernos. El
ambiente que existía entre nosotros era de espera y de oración. Era difícil
salir a la calle puesto que los porteros de las casas de vecinos comunicaban a
los milicianos cualquier actividad sospechosa. Un día llamaron a la puerta,
entraron en la pensión, miraron el libro de viajeros (huéspedes) y nos pidieron
la documentación que nosotros no teníamos. Nos detuvieron y nos llevaron a la
Cárcel Modelo.
En la Cárcel Modelo nos encontramos con más Oblatos; en mi
celda había cinco o más Oblatos compañeros míos. Casi no teníamos sitio para
sentarnos. Estuvimos juntos en la misma celda el P. Mariano Martín, Máximo
Gutiérrez y otros más. No recuerdo con exactitud cuánto tiempo estuvimos en la
Cárcel Modelo. Cuando llegaron a Madrid las Brigadas Internacionales se dedicaban
a mirarnos por la mirilla de las celdas y a amedrentarnos.
Los carceleros empezaron a llamar a gente,
y recuerdo que nos abrieron las puertas para que mirásemos a los que ya habían
sido llamados y escuchar si nos tocaba a nosotros; también recuerdo con viveza
que vi a Serviliano Riaño entre los que ya habían sido llamados. Recuerdo que
cuando el Hermano Eleuterio Prado fue llamado para ir a otra cárcel, él me
animó a acompañarle y yo le respondí que no, que yo esperaba a que me llamaran.
Él marchó con otros a otra cárcel. Sufrimos un bombardeo de la aviación de las
tropas de Franco y nos metieron en el sótano de la cárcel. En un descanso de
los bombardeos nos trasladaron a la cárcel de Porlier, antiguo Convento de los
PP. Escolapios, según quiero recordar.
En la Cárcel de Porlier dormíamos en el
suelo. Todas las noches oíamos el ruido de autobuses que venían a llamar a
gente, generalmente personas significativas entre los militares y,
posiblemente, algún intelectual. Estas personas eran conducidas en autobuses
para ser fusilados. Esto lo sabíamos los que nos encontrábamos en la Cárcel.
Llegó un momento en que los de la C.N.T., que pasaban por ser los mayores
asesinos anarquistas, quisieron lavarse la cara y crearon unos tribunales ante
uno de los cuales yo comparecí. Al ser preguntado por el motivo de mi detención
expliqué que era un estudiante que había sido detenido sin motivo alguno. Al no
encontrar en mi ningún motivo, me dejaron libre.
Si hubiera hecho caso de la recomendación
del Hermano Eleuterio Prado, me habrían interrogado y habría sido fusilado por
mi condición de religioso.
De la Cárcel de Porlier, al ser liberado,
regresé a la pensión. Allí me invitaron a alistarme por ser joven. Un día que
salí a pasear, al regreso me contó la dueña de la pensión que en mi ausencia
alguien preguntó por mí y dijeron que vendrían a buscarme. Yo abandoné la
pensión y fui a un Convento de la Compañía de las Hijas de la Caridad en la
calle Martínez Campos que estaba bajo la bandera de Francia porque se trataba de un edificio propiedad de
la provincia religiosa de las Hijas de la Caridad, que entonces se llamaba
“franco-española”; y por haber allí monjas de nacionalidad francesa la embajada
francesa la había puesto bajo su protección. Allí, además de haber un gran
número de refugiados, se había improvisado un hospital.
Del Convento marché hacia Francia con una
caravana de coches. Me dejaron en Barcelona a causa de una bronquitis. Allí
estuve durante una semana. De Barcelona me llevaron, en un barco de guerra francés,
sin documentación, a Francia. Allí me encontré con el P. Monje. Antes de
terminada la guerra, nos fueron introduciendo en España por la zona de Irún.
El martirio
Sobre si los Siervos de Dios preveían el
martirio, sabíamos que en cualquier momento podía tocarnos. Cuando los Siervos
de Dios eran llamados reaccionaban con resignación cristiana y aceptación de la
voluntad de Dios; veían que estaba fuera de sus manos el librarse de aquella
situación.
Sobre si eran conscientes de que les
mataban por odio a la fe cristiana, estoy seguro.
En la cárcel no comentábamos estas cosas
sino que estábamos a la espera de si nos tocaba o no nos tocaba. Pero sabíamos
que estábamos allí por ser religiosos. El móvil que nos guiaba era sobrenatural.
Fama del martirio
Sobre la fama de martirio, lo que puedo
decir es que los mataron por pertenecer a la Iglesia. Nosotros siempre, en la
Congregación de los Misioneros Oblatos, los hemos tenido por mártires; y no
solamente nosotros, pues en Pozuelo existe una calle con el título de “Mártires
Oblatos”.
El Amor a Dios fue parte integrante de
nuestra formación religiosa. Como los antiguos mártires nosotros no buscábamos
ser martirizados pero, si llegaba la hora, no nos oponíamos y aceptábamos
gustosos la voluntad de Dios.
Me emociona saber como ha transcurrido la vida de mi tío Angel, yo le he conocido como un tío mas que venía en verano a Aguilar, naturalmente yo era un crío me compraba cosas y nada mas.
ResponderEliminarSi que hice la primera comunión con él y me casó también, pero estas intimidades que cuenta el aquí nunca las había oído, bueno me alegro de haber visto esta página y saber como era.