El nº 23 del Boletín de los Mártires Oblatos
se halla en imprenta. Su contenido, en parte, es conocido por quienes
frecuentan este Blog:
- Tres nuevos Mártires Oblatos
- El Calvario de Pozuelo, 4ª entrega
- S. Eugenio Patrono y Protector de las
familias desestructuradas (rotas)
- Orlando
Quevedo, nuevo cardenal oblato, valora el martirio de esos tres presuntos Mártires de Jolo, Filipinas.
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Deseamos a todos una santa Cuaresma y feliz Pascua de Resurrección.
Debajo va todo el Boletín nº 23
Los Misioneros
Oblatos en Filipinas ejercen su apostolado sobre todo al Sur del Archipiélago,
en la tierra de los “Moros”, como los llamaron los españoles, debido a la religión
que profesaban. Hay un diálogo interreligioso ejemplar. Como botón de muestra,
baste decir que tanto en la cadena de colegios católicos denominados Notre Dame como en la Universidad de
Cotabato, que lleva el mismo nombre, fundada y dirigida por los Oblatos, el 60
% de los alumnos son musulmanes, el resto cristianos. El nuevo cardenal de
Filipinas Orlando Quevedo OMI, que fue Rector y ahora es
Presidente de dicha universidad, nos aseguraba recientemente que no sólo reina un
clima de una fraterna convivencia, sino que hasta rezan juntos los cristianos y
los musulmanes. Pero a veces se rompe esa admirable armonía por el fanatismo de
algunos extremistas, sobre todo en el Vicariato apostólico de Jolo, en las
islas Sulu, cuya población es mayoritariamente musulmana, donde se atenta
contra los Misioneros, que son sus mejores bienhechores. Es allí donde han sido
martirizados tres presuntos mártires Oblatos, cuya Causa de canonización se está
iniciando. ¿Quiénes son esos Mártires de
Jolo?
Mons. Benjamín de Jesús, o Ben como familiarmente se le llamaba, había nacido en Malabon, Manila, el 25 de julio de 1940. Entró en el noviciado de los Oblatos en 1960 e hizo su primera oblación en 1961. Es ordenado sacerdote en 1967. En 1991 fue nombrado Vicario Apostólico de Jolo, sur de Filipinas. El 6 de enero de 1992, solemnidad de la Epifanía, es ordenado obispo por el Papa Juan Pablo II en la basílica de San Pedro de Roma, junto con otros obispos misioneros. Su lema episcopal era “Amar es servir”. Y a fe que lo vivió. Cinco años después, el 4 de febrero de 1997, al terminar la Misa, salía de la catedral y se disponía a reanudar su amor-servicio cotidiano a favor de su gente, musulmanes sobre todo, fue abatido por los disparos de dos fanáticos “moros”.
Jesús Reynaldo Roda, Rey, "¡Si queréis matarme, hacedlo aquí mismo, en el templo de Dios!" Esas fueron las últimas palabras que dijo el P. Rey a sus asesinos cuando lo sacaban por la fuerza de la capilla donde estaba orando. Se oyeron gritos pidiendo socorro. Fuera de la capilla, en el patio de Notre Dame Tabawan High School, se oyó un disparo que retumbó en la densa oscuridad de la noche. Quienes miraron furtivamente a través de las persianas, sólo divisaron la silueta de los asesinos que arrastraban a su víctima. Después encontraron el cuerpo del Padre Rey fuera de las instalaciones de la escuela, en una carretera cercana a la costa, desde donde los asesinos huyeron a toda velocidad en una lancha fuera bordo. Su cuerpo presentaba varias heridas de disparos y puñaladas: heridas en la cabeza, cara, cuello, abdomen y espalda. Así murió el P. Rey en la noche del 15 de enero de 2008.
Benjamín Inocencio El 28 de diciembre de 1990, día los Santos Inocentes (su fiesta onomástica),le dispararon detrás de la Catedral de Jolo. Benjie, como se le llamaba cariñosamente, era nuevo en Jolo. Antes había pasado unos diez años de su vida misionera en una isla remota del mar Sulu llamada Cagayan Mapum, como maestro y factotum. Para muchos, no era una probable víctima de la violencia. Era una de las personas más amables y más pacíficas del mundo. Tanto como profesor como misionero, prefería hacer las tareas de casa más que tomar parte en las manifestaciones callejeras. Pero también él, cual manso cordero, terminó en el altar del sacrificio, víctima de una violencia sin sentido y de un fanatismo absurdo en nombre de Dios.
(Continúa en la página 4)
Parejas de
separados, divorciados, divorciados y casados de nuevo… ¡Cuántas familias en
tales situa- ciones sufriendo incompresiones, dramas y tragedias dolorosas.
La primera víctima fue Mons. Benjamín de Jesús, obispo de Jolo. Ya sea como sacerdote y luego como obispo era bien conocido por los musulmanes. Ellos lo amaban. No han querido que fuera enterrado en otro lugar sino en Jolo, donde fue asesinado. Miles de musulmanes estaban allí para expresar su simpatía y solidaridad con los Oblatos. Acudieron todos a la catedral de Jolo, incluido el jefe del gobierno Moro. También él estaba presente en el funeral, en la iglesia, cuando se celebró la misa de cuerpo presente. Están convencidos de que el obispo Ben (como se le llamaba familiarmente) fue alguien que ofreció su propia vida, no sólo por el bien de los cristianos, sino por la justicia, y la justicia es un valor universal. Todavía no sabemos cuál ha sido el móvil principal de su asesinato. Algunos dicen que fue político, en el sentido de que él los defendía en algunos problemas de la justicia. Pero eso no es sólo una cuestión de justicia, creo que es parte integrante de la fe. Por eso yo creo que no sólo es un mártir de la justicia, sino un mártir de la fe. Si Dios quiere que un día llegue a ser canonizado, será venerado también por los musulmanes. Ellos realmente lo amaban.
Debajo va todo el Boletín nº 23
Boletín informativo de
la Causa de
Canonización. Número 23
Dirección:
JMV, Misioneros Oblatos de María Inmaculada - Vía Aurelia 290 - 00165 Roma - Telf. (+ 39) . 06 398771
Expedición: Casa
Martirial - Avenida Juan Pablo II,
45
- 28224 Pozuelo de Alarcón (Madrid) Telf. (+34) 91 3523416
Tres
nuevos Mártires Oblatos
Mons. Benjamín de Jesús, o Ben como familiarmente se le llamaba, había nacido en Malabon, Manila, el 25 de julio de 1940. Entró en el noviciado de los Oblatos en 1960 e hizo su primera oblación en 1961. Es ordenado sacerdote en 1967. En 1991 fue nombrado Vicario Apostólico de Jolo, sur de Filipinas. El 6 de enero de 1992, solemnidad de la Epifanía, es ordenado obispo por el Papa Juan Pablo II en la basílica de San Pedro de Roma, junto con otros obispos misioneros. Su lema episcopal era “Amar es servir”. Y a fe que lo vivió. Cinco años después, el 4 de febrero de 1997, al terminar la Misa, salía de la catedral y se disponía a reanudar su amor-servicio cotidiano a favor de su gente, musulmanes sobre todo, fue abatido por los disparos de dos fanáticos “moros”.
Jesús Reynaldo Roda, Rey, "¡Si queréis matarme, hacedlo aquí mismo, en el templo de Dios!" Esas fueron las últimas palabras que dijo el P. Rey a sus asesinos cuando lo sacaban por la fuerza de la capilla donde estaba orando. Se oyeron gritos pidiendo socorro. Fuera de la capilla, en el patio de Notre Dame Tabawan High School, se oyó un disparo que retumbó en la densa oscuridad de la noche. Quienes miraron furtivamente a través de las persianas, sólo divisaron la silueta de los asesinos que arrastraban a su víctima. Después encontraron el cuerpo del Padre Rey fuera de las instalaciones de la escuela, en una carretera cercana a la costa, desde donde los asesinos huyeron a toda velocidad en una lancha fuera bordo. Su cuerpo presentaba varias heridas de disparos y puñaladas: heridas en la cabeza, cara, cuello, abdomen y espalda. Así murió el P. Rey en la noche del 15 de enero de 2008.
Benjamín Inocencio El 28 de diciembre de 1990, día los Santos Inocentes (su fiesta onomástica),le dispararon detrás de la Catedral de Jolo. Benjie, como se le llamaba cariñosamente, era nuevo en Jolo. Antes había pasado unos diez años de su vida misionera en una isla remota del mar Sulu llamada Cagayan Mapum, como maestro y factotum. Para muchos, no era una probable víctima de la violencia. Era una de las personas más amables y más pacíficas del mundo. Tanto como profesor como misionero, prefería hacer las tareas de casa más que tomar parte en las manifestaciones callejeras. Pero también él, cual manso cordero, terminó en el altar del sacrificio, víctima de una violencia sin sentido y de un fanatismo absurdo en nombre de Dios.
EL
CALVARIO DEL ESCOLASTICADO DE POZUELO
Por el P. Delfín Monje Cuevas, o.m.i.
4ª ENTREGA: en la clandestinidad
Hacia Puerta del Sol
Siempre nos hemos preguntado por qué nos obligaron a todos a vestirnos
de paisano; por qué nos pusieron en fila. ¿Es que habían decidido matarnos a
todos y a última hora no se atrevieron a derramar tanta sangre? ¿Es que
quisieron darnos otro susto? Quizás lo ignoremos siempre.
Cuando nos vimos de nuevo tirados en nuestros colchones, nos dedicamos
a reconstruir aquella escena cuya trama ignorábamos.
A media mañana llegó a vernos el alcalde del pueblo. Al entrar en el
comedor nos dice:
- Estén ustedes tranquilos: aquí
no pasará nada.
- ¿No pasará nada y ya nos han llevado a siete esta noche?
- ¿Que les han llevado a siete?
- Sí, señor.
El alcalde lo ignoraba. Salió inmediatamente y se fue a hablar con
Porras, que hacía poco había vuelto a asomar por allí.
La entrevista fue corta y vimos cómo el alcalde se retiraba vencido,
dejando el campo libre al que hasta entonces había sido el árbitro de nuestra
suerte.
Son las doce y comenzamos a comer. No habíamos acabado cuando irrumpen
en la habitación unos fornidos Guardias de Asalto, que preguntan:
- ¿Son estos los detenidos?
- Sí, éstos son, le contestan.
Entonces, nos dicen a nosotros:
- Sigan, sigan comiendo tranquilamente.
A la verdad que la aparición de aquellos nuevos personajes no nos
ofrecía garantía alguna de tranquilidad. Y, sin embargo, serían ellos quienes
nos habían de arrancar de las garras de nuestros verdugos de Pozuelo.
Terminada rápidamente la comida y pasado el tiempo preciso para que los
guardias tomasen algo, nos mandan desalojar.
Hubo absoluciones y hubo también lágrimas. Salimos con nuestra cruz de
Oblatos: queríamos morir abrazados a ella.
Desde el pasillo que da al jardín, delante de la casa, se veía
estacionado un enorme camión y nos ordenan que nos sentemos en el entarimado de
modo que nadie nos pueda ver de fuera. Vamos materialmente prensados: somos 33.
Cuatro guardias de asalto están a los cuatro ángulos del camión con sus
fusiles. Los milicianos, en el jardín, en la terraza y en las ventanas de la
casa, entonan la Internacional con el puño en alto. Al entrar en la carretera
echamos nuestra última mirada al convento: en lo más alto ondea la enorme
bandera comunista.
El camión coge la carretera de Aravaca; los guardias responden a los
saludos que les hacen con el puño en alto.
¿Cuál sería el lugar de nuestro sacrificio? Esta era nuestra constante
preocupación. Entramos en la carretera de la Coruña y comenzamos a bajar la
Cuesta de las Perdices.
Nos matarían, sin duda, a orillas del Manzanares. Mas, pasamos el río
y, al llegar a Puerta de Hierro, el camión tuerce a la izquierda, dirección de
la cárcel Modelo.
¿Nos llevarían a la cárcel?
Pero no. Pasamos por delante de la cárcel sin detenernos. Ya estamos en
la Plaza de España y el camión enfila la Gran Vía. Minutos después estamos a la
puerta de la Dirección General de Seguridad (Puerta del Sol)..
Bajamos del camión. Había allí mucha gente arremolinada. Según íbamos
entrando en el edificio oíamos que decían:
- ¡Cómo huelen a cera estos tíos!
Nos toman la filiación y seguidamente pasamos a los calabozos. Estaba abarrotados
y continuamente entraban más y más detenidos.
Allí había alegría y entusiasmo.
- Mañana, decían algunos muy convencidos, llega Mola y habrá misa de
campaña en la Castellana.
Nos contagiamos de aquel optimismo, y, los que poco antes habíamos
hecho el sacrificio de nuestra vida, comenzamos a sentir de nuevo ansias de
vivir para disfrutar del triunfo próximo...
Por la noche probamos por primera vez el rancho de la cárcel: unas
lentejas con un trozo de pan. No fue posible dormir. No había sitio donde
tirarse.
Amaneció el 25, sábado, fiesta de Santiago Patrón de España. Mola no
había llegado.
Comenzaron las listas. Nosotros fuimos saliendo por grupos. Nos ponían
en libertad, pero ¿a dónde íbamos?
En las calles pululaban los temibles milicianos. Estábamos sin
documentación.
Formando cola estuvimos casi toda la mañana a la puerta de una de las
oficinas de Seguridad, esperando que nos dieran un salvoconducto para circular
por la calle. Por fin nos dicen que no se despachan salvoconductos. Y entonces
comenzaron las horas angustiosas para encontrar morada.
Dios quiso que, al llegar la noche, unos aquí, otros allá, todos
pudiésemos dormir bajo techado.
Desde aquel día 25 de julio, hasta el mes de octubre, en que nos
volverán a coger a casi todos, ¡cuántas veces hubimos de cambiar de domicilio!,
¡cuántas veces llegó la noche y no sabíamos a qué puerta llamar!, porque ni en
las fondas nos recibían sabiendo que éramos religiosos, temerosos sus dueños de
comprometerse.
En la casa provincial
Nuestra residencia de Madrid, Diego de León, 32 (36 bis ahora), fue
sometida al consabido registro de los milicianos poco antes de estallar el
movimiento. Algunos de ellos le dijeron al Padre Martín:
- Conste que no nos hemos pringado. Nosotros no somos como los jóvenes
de acción Católica. ¡Estos sí que se hubiesen pringado!
Ellos... se resignaron a llevarse la miseria de 35 pesetas que encontraron
en el escritorio del Padre Martín.
La casa de Madrid sirvió de refugio por algún tiempo a varios
supervivientes de Pozuelo. Aunque parezca increíble, nadie nos molestó allí,
hasta el domingo, 9 de agosto.
Ese día, a las once y media de la mañana, sonó la campanilla de la
portería. Un nutrido grupo de maestros laicos, armados de pistolas, irrumpió en
el jardín y nos invitó cortésmente a abandonar el local. Como el pdre Esteban
se quejara de la arbitrariedad de aquella medida, siendo así que nosotros
éramos ciudadanos pacíficos, ellos le contestaron:
- Creemos que ustedes no se han metido en nada, pero muchos curas y
frailes sí se han metido; y es lo que pasa: los unos pagan por los otros.
Nos autorizaron a sacar las cosas de aseo personal, mas nos advirtieron
que no podíamos llevarnos cantidades considerables de dinero. Por si acaso, nos
cachearon al salir.
Al fin y al cabo tuvimos suerte. Tuvimos suerte porque nos habíamos
pasado allí desde el 25 de julio, día en que salimos de los calabozos de la
Dirección de Seguridad, hasta el 9 de agosto. Claro está que viviendo en una
comunidad religiosa estuvimos expuestos constantemente a que viniesen por
nosotros los asesinos de la FAI, nos empujasen al camión y nos pegasen cuatro
tiros en las afueras de Madrid. Pero no vinieron.
Tuvimos suerte además, porque si bien nos echaron de nuevo a la calle,
lo hicieron con mucha pulcritud aquellos maestros laicos que, si eran
izquierdistas, no eran matones.
Al marchar dejamos a los nuevos propietarios ocupados en colocar sobre
la tapia del jardín un enorme trapo con esta inscripción: “Incautado por el
Ministerio de Bellas Artes”.
Nosotros nos fuimos por distintos sitios en busca de albergue y de
almas caritativas que nos diesen de comer de limosna.
Paso por alto los días aquellos que estuvimos ocultos en casas
particulares o en pensiones. Cada vez que sonaba el timbre de la casa era como
si se nos aplicase una corriente eléctrica. ¿Quién habría llamado? ¿Serían
ellos, los milicianos? Cada auto que se aproximaba era otro vuelco del corazón,
que no recobraba su ritmo normal hasta que el coche se alejaba. Y esta
angustia, y este susto y esta zozobra era constantes, de día y de noche, en
aquellos agitados meses de agosto y setiembre.
A la caza de “la quinta columna”
A medida que las tropas nacionales en su empuje arrollador desde Cádiz
se acercaban a la capital, los periódicos, la radio y los oradores en sus
mítines no se cansaban de pedir la depuración más escrupulosa de la
retaguardia. Había que acabar con los componentes de “la quinta columna.”
Parece que un día le preguntaron al invicto general Mola qué columna
habría de tomar Madrid. Y dicen que el general hubo de contestar:
- La quinta columna.
- ¿Y qué columna es esa?
- Los muchos amigos nuestros que tenemos dentro de la ciudad.
¿Fueron ciertas estas declaraciones de Mola? ¿Fue, por el contrario, -
y esto es lo más probable -, una maligna atribución con el fin avieso de
justificar las medidas de rigor que iban a emplear aquellos profesionales del
crimen?
Lo cierto es que al comenzar el mes de octubre se inició una campaña
rabiosa contra “la quinta columna”. Un Ministro de Gobernación, por nombre
Angel Galarza, conocido ya años atrás como inventor de fantásticas
conspiraciones, se dedicó a organizar las famosas “milicias de depuración”.
¿Cuántos miles de hombres movilizaría, pues siendo Madrid lo que es, en menos
de cuatro días aquellas milicias se metieron por todos los rincones de la
ciudad?. Los días 14 y 15 fueron el derroche de los registros domiciliarios.
Casa por casa, piso por piso, habitación por habitación, iban dando caza a los
presuntos componentes de malhadada “quinta columna”.
El día 15, muy de mañana, llega a la pensión donde yo estaba, el P.
Esteban y me dice:
- Malas noticias.
- ¿Qué ocurre?
- Anoche se llevaron a todos los escolásticos que estaban con el P.
Blanco.
- ¿Y dónde los han llevado?
- Parece que están en la Comisaría.
La una de la tarde sería cuando llega la policía a nuestra pensión y
exige la documentación de todos los hombres. Conmigo se hallaba el P. Martín.
Después de un molesto interrogatorio, la policía optó por marcharse;
pero no iba satisfecha. A la legua se veía.
Creímos que la tormenta se había alejado. Pero a las once de la noche
vimos subir las escaleras de la pensión al mismo policía de la mañana, acompañado,
esta vez, de más de diez. Comprendimos sus intenciones. Venía a llevarnos.
Éramos ”la quinta columna”, a la vista estaba. Gente huida de sus pueblos por
temor a los desmanes de los tiranuelos locales. Y allí estábamos todos en la
pensión sin un solo carnet sindical; varios hasta sin cédula.
Encarándose con el P. Martín y conmigo nos dice el policía:
- Ya sé que son ustedes religiosos
Yo le dije que, efectivamente, éramos religiosos. Y que, si estábamos allí, era porque nos habían arrojado de nuestras casas respectivas y en algún sitio había que recogerse.
Yo le dije que, efectivamente, éramos religiosos. Y que, si estábamos allí, era porque nos habían arrojado de nuestras casas respectivas y en algún sitio había que recogerse.
El policía, entonces, cínicamente nos dice:
- Nada, si es así, ustedes van conmigo a la Comisaría, declaran lo que
ha pasado y a la media hora están de vuelta.
Nos sonreímos escépticos. La media hora aquella debía convertirse en
seis meses de cárcel. Y, gracias, porque pudo acabar de muy distinta manera. (continuará).
S. Eugenio, Santo
Patrono y Protector de las familias desestructuradas (“rotas”)
¿Sabías que hubo
un Santo que sufrió mucho a causa del divorcio de sus padres? Fue una espina
que tuvo clavada en el corazón durante toda su vida. Por más que lo intentó, no
pudo restablecer la unión ni la convivencia de sus progenitores; pero él siguió
amándolos entrañablemente.
Él no puede
quedar insensible ante situaciones de un sufrimiento que experimentó en su
propia carne. Por eso, en Estados Unidos y en otras partes, los Misio- neros
Oblatos de María Inmaculada, familia religiosa y misionera por él fundada, lo
proponen como Protector y Patrono de todas esas familias “disfuncionales”.
Se trata de Carlos José Eugenio de Mazenod. Desde su tierna infancia sufrió las
consecuencias de la Revolución francesa, que obligó a huir al exilio a toda su
familia para escapar de la guillotina. A partir de los 20 años, cuando pudo
volver a Francia, Eugenio intentó por todos los medios recomponer el matrimonio
roto de sus padres. Todo inútil. La madre había encontrado nueva pareja con
quien tuvo otro hijo y se negó a la convivir con su primer esposo.
La fragilidad de ese matrimonio era
evidente. Su padre, Carlos Antonio de Mazenod, Presiden- te de la
Corte de Cuentas de Provenza, pertenecía, a la nobleza, pero estaba
financieramente arruinado. A la edad de 33 años se casa con María Rosa
Joannis, de 18 años, hija de un adinerado profesor de medicina. Ambos buscan
beneficiarse: ella, de la nobleza, y él, del patrimonio económico. Fue un matrimonio de conveniencia, sin base consistente.
La madre regresa pronto del destierro
y pide el divorcio civil para recuperar los bienes propios y de su marido, confiscados
por los revolucionarios, crea un nuevo hogar y se desentiende del padre de
Eugenio.
Éste, a la edad de 25 años, sale de
esa familia “rota”, ingresa en el seminario de S. Sulpicio de París. Quiere “dedicarse a la salvación y por consiguiente a la verda- dera felicidad de los
hombres”.
San Eugenio, ruega por nosotros
Para rezar con él, visita
el Blog siguiente: http://joaquinmartinezomi.blogspot.com del 26 de febrero 2014
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(Viene de la página 1)
En una entrevista que hemos hecho al Cardenal Orlando Quevedo OMI para la
revista Misioneros Tercer Milenio, le pedimos su
juicio sobre el martirio de esos tres Oblatos. Respondió así:
La primera víctima fue Mons. Benjamín de Jesús, obispo de Jolo. Ya sea como sacerdote y luego como obispo era bien conocido por los musulmanes. Ellos lo amaban. No han querido que fuera enterrado en otro lugar sino en Jolo, donde fue asesinado. Miles de musulmanes estaban allí para expresar su simpatía y solidaridad con los Oblatos. Acudieron todos a la catedral de Jolo, incluido el jefe del gobierno Moro. También él estaba presente en el funeral, en la iglesia, cuando se celebró la misa de cuerpo presente. Están convencidos de que el obispo Ben (como se le llamaba familiarmente) fue alguien que ofreció su propia vida, no sólo por el bien de los cristianos, sino por la justicia, y la justicia es un valor universal. Todavía no sabemos cuál ha sido el móvil principal de su asesinato. Algunos dicen que fue político, en el sentido de que él los defendía en algunos problemas de la justicia. Pero eso no es sólo una cuestión de justicia, creo que es parte integrante de la fe. Por eso yo creo que no sólo es un mártir de la justicia, sino un mártir de la fe. Si Dios quiere que un día llegue a ser canonizado, será venerado también por los musulmanes. Ellos realmente lo amaban.
Podemos decir lo mismo de los otros dos Oblatos, presuntos mártires. El
P. Jesús Reynaldo Roda trabajó mucho
tiempo en Jolo y fue muy querido por los musulmanes de la isla de Tabawan.
También en aquella ocasión miles de musulmanes se solidarizaron con nosotros en
su funeral.
El P. Benjamín Inocencio es
el más joven de los tres. No pudo permanecer mucho tiempo en Jolo, pues lo
mataron muy joven. No sabemos por qué. Lo más probable es porque era sacerdote.
Pero en el caso de Rey Roda sé muy bien que antes de ser asesinado, ya
había recibido amenazas por parte de algunas personalidades de la política,
porque era la voz de los musulmanes, defendía sus derechos, por ejemplo sobre
el uso de los fondos destinados a los servicios de la comunidad. Se lo dijo
abiertamente a los líderes políticos. Así que, al igual que en el caso del
obispo Ben de Jesús, creo que el P. Roda no fue sólo un mártir de la justicia,
sino también un mártir de la fe, porque la justicia hunde sus raíces en la fe
cristiana, en el Evangelio. Joaquín Martínez Vega, o.m.i.
AVISO:
El P. Joaquín Martínez ha cesado como Postulador general. Le sucede el P.
Thomas Klosterkamp
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