Unidad y Carismas es una
revista de los Religiosos de la Obra de María que intenta poner en comunión
eclesial todos los carismas de la vida consagrada, nuevos y antiguos,
tomando como punto de mira el Testamento de Jesús: «Que todos sean
Uno para que el mundo crea». Esta publicación
llega a muchos países y es editada en diversos idiomas: italiano, francés,
inglés, alemán, portugués, polaco, esloveno y español.
El P. Fabio Ciardi o.m.i., responsable de la edición italiana, me ha pedido
un artículo sobre los Mártires Oblatos de España para dar a conocer, sobre todo
a los jóvenes religiosos, su testimonio, publicándolo en la revista. Mientras
se traduce, se revisa y se imprime, adelanto aquí el borrador.
22 jóvenes Oblatos, 18-30 años, fieles a Cristo
Pone el listón muy alto. Los
jóvenes Oblatos, que se estaban formando en el escolasticado o seminario mayor
de Pozuelo, dieron la talla.
"Fusilamiento" del Sgdo. Corazón en el Cerro de los Ángeles, Madrid
VICTIMAS DE LA PERSECUÓN RELIGIOSA
El trienio 1936 – 1939 fue sangriento y
martirial para la Iglesia en España. A veces se oye decir que los religiosos
ejecutados en ese período fueron mártires de la guerra civil. Pero ellos
ni tomaron parte en esa contienda ni eran miembros de un partido político.
Fueron asesinados única y exclusivamente por odio a la fe.
La persecución
religiosa en España se había desencadenado ya en 1931 con la quema de iglesias
y conventos. En 1934 asesinaron a toda una comunidad de Hermanos de las
Escuelas Cristianas junto con su capellán, un joven sacerdote Pasionista. Son
los Santos Mártires de Turón (Asturias), ya canonizados.
Para implantar la
revolución marxista en un país mayoritariamente católico se topaba con un
obstáculo mayor, la Religión. De ahí la saña en eliminar tanto a las personas
consagradas como sus instituciones “para hacer desaparecer la Iglesia del suelo
de España”. Juan Pablo II lo entendió
bien.
Hubo miles de personas que sufrieron muerte
violenta. Fueron torturadas y fusiladas exclusivamente por su condición de
creyentes. El grupo más numeroso fue el de los eclesiásticos, cerca de 7.000:
12 obispos, más de 4.000 sacerdotes
seculares y 2.950 religiosos.
Dentro de este
clima general de odio y fanatismo antirreligioso es preciso encuadrar el
martirio de 22 Oblatos: padres, hermanos y escolásticos (estudiantes), de la
comunidad formativa de Pozuelo de Alarcón (Madrid).
RELATO MARTIRIAL
Los Misioneros
Oblatos de María Inmaculada se habían establecido en Pozuelo, barrio de la Estación,
en 1929. Era una comunidad de unos 40 religiosos, jóvenes en su mayoría, porque
estaban en primera formación, algunos todavía con votos temporales.
Los formadores,
además de dar clase y acompañar espiritualmente a los formandos, ejercían su ministerio, en calidad de
capellanes, en algunas comunidades de religiosas. Colaboraban pastoralmente
también en las parroquias del entorno: predicación y ministerio de la
reconciliación sobre todo. Los estudiantes oblatos impartían la catequesis en
cuatro parroquias vecinas y, en las grandes fiestas, su coral solemnizaba las
celebraciones litúrgicas.
Esa actividad pastoral comenzó a inquietar a los comités revolucionarios del pueblo, sobre todo en el barrio obrero de la Estación, donde se ubicaba el convento. A los milicianso les preocupaba muy mucho que los "frailes" (así los llamaban) fueran la locomotora que animaba l vida religiosa de Pozuelo y su entorno.
Además consideraban irritante y hasta provocador que los religiosos salieran a la calle en sotana y encima con su Cruz oblata bien visible a la cintura.
Por todo esto, si la comunidad oblata gozaba de mucho aprecio entre la gente, se fue haciendo cada vez más odiosa para esos grupos marxistas.
Los Misioneros Oblatos sin emabargo no se dejaron intimidar. Extremaron las medidas de prudencia, de calma y serenidad, tomando a la vez el compromiso de no responder a ningún insulto o provocación. Se mantuvo el programa de formación espiritual y académico, sin renunciar a las diversas actividades pastorales que venía desarrolando y que formaban parte del programa de formación sacerdotal de esos futuros misioneros.
Aunque las consignas revolucionarias era cada vez más agresivas, los Superiores de los Oblatos no se podían imaginar que las cosas pudieran llegar a donde llegaron. No les cabía en la cabeza que algún día pudieran ser víctimas de tanto odio por su fe y que los llevaran hasta el testimonio supremo de dar la vida por Cristo.
El 20 de julio de 1936 las juventudes del Frente Popular, socialistas y comunistas, se echaron a la calle y reanudaron los incendios de conventos e iglesias particularmente en Madrid. Pozuelo queda muy cerca de la capital. Así que los milicianos de la localidad siguieron el ejemplo. Asaltaron la capilla-parroquia del barrio y de la Estación, sacaron a la calle los ornamentos e imágenes y les predieron fuego en una orgía sacrílega y repitieron la escena en la parroquia madre del pueblo.
El 22 de julio, a las tres de la tarde, un contingente de milicianos, aramados de pistolas y escopetas, asaltó el convento de los Oblatos. Lo primeron que hicieron fue detener a todos los religiosos, recluyéndolos hacinados en el locutorio, una habtiación muy reducida, y los pusieron manos en alto de cara a la pared, encasñonándolos con las aramas.
Fue un momento de una tensión horrible. Todos creían que les había llegado la hora de morir. De la actitud nerviosa, amenazante y grosera de los milicianos no podían esperar otra cosa.
Uno de los
supervivientes, el P. Felipe Díez, tetifica: "Yo, al ponerme al lado de Isaac (Vega), le dije: Isaac, llegó el
momento de ir al Cielo". En ese momento pasó por allí el P. Vega y nos
dijo: "Hagan el acto de contrición, que les voy a dar la absolución
general". Yo quería rezar el 'Señor mío Jesucristo', pero no me salía, me
salían (en cambio) actos de amor a Dios, de perdón hacia los que pensábamos que
nos iban a fusilar y de ofrecimiento de la vida por los que nos mataban, por la
Iglesia y por España"
Acto seguido los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en busca de armas. Lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo con el fuego en medio de la calle.
Esa actividad pastoral comenzó a inquietar a los comités revolucionarios del pueblo, sobre todo en el barrio obrero de la Estación, donde se ubicaba el convento. A los milicianso les preocupaba muy mucho que los "frailes" (así los llamaban) fueran la locomotora que animaba l vida religiosa de Pozuelo y su entorno.
Además consideraban irritante y hasta provocador que los religiosos salieran a la calle en sotana y encima con su Cruz oblata bien visible a la cintura.
Por todo esto, si la comunidad oblata gozaba de mucho aprecio entre la gente, se fue haciendo cada vez más odiosa para esos grupos marxistas.
Los Misioneros Oblatos sin emabargo no se dejaron intimidar. Extremaron las medidas de prudencia, de calma y serenidad, tomando a la vez el compromiso de no responder a ningún insulto o provocación. Se mantuvo el programa de formación espiritual y académico, sin renunciar a las diversas actividades pastorales que venía desarrolando y que formaban parte del programa de formación sacerdotal de esos futuros misioneros.
Aunque las consignas revolucionarias era cada vez más agresivas, los Superiores de los Oblatos no se podían imaginar que las cosas pudieran llegar a donde llegaron. No les cabía en la cabeza que algún día pudieran ser víctimas de tanto odio por su fe y que los llevaran hasta el testimonio supremo de dar la vida por Cristo.
El 20 de julio de 1936 las juventudes del Frente Popular, socialistas y comunistas, se echaron a la calle y reanudaron los incendios de conventos e iglesias particularmente en Madrid. Pozuelo queda muy cerca de la capital. Así que los milicianos de la localidad siguieron el ejemplo. Asaltaron la capilla-parroquia del barrio y de la Estación, sacaron a la calle los ornamentos e imágenes y les predieron fuego en una orgía sacrílega y repitieron la escena en la parroquia madre del pueblo.
El 22 de julio, a las tres de la tarde, un contingente de milicianos, aramados de pistolas y escopetas, asaltó el convento de los Oblatos. Lo primeron que hicieron fue detener a todos los religiosos, recluyéndolos hacinados en el locutorio, una habtiación muy reducida, y los pusieron manos en alto de cara a la pared, encasñonándolos con las aramas.
Fue un momento de una tensión horrible. Todos creían que les había llegado la hora de morir. De la actitud nerviosa, amenazante y grosera de los milicianos no podían esperar otra cosa.
Acto seguido los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en busca de armas. Lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo con el fuego en medio de la calle.
Los Oblatos fueron hechos prisioneros en su propia casa, siempre muy vigilaos,
concentrándolos en el comedor, cuyas ventanas tenían rejas. Fue su primer
calabozo.
Acto seguido los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en
busca de armas. Lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes,
crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo
eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo
con el fuego en medio de la calle.
Los Oblatos fueron hechos prisioneros en su propia casa, siempre muy vigilaos,
concentrándolos en el comedor, cuyas ventanas tenían rejas. Fue su primer
calabozo.
El
resto de los religiosos permanecieron presos en su propia casa y dedicaban sus
horas de espera a rezar y prepararse a bien morir.
LA MATANZA EN PARACUELLOS
El día 24, sobre
las tres de la mañana, se producen las primeras ejecuciones. Sin
interrogatorio, sin acusación, sin juicio, sin defensa, llamaron a siete
religiosos y los separaron del resto. Los primeros sentenciados fueron:
Juan
Antonio Pérez, sacerdote, profesor y formador, 29 años, con otros seis
religiosos profesos, estudiantes: Manuel Gutiérrez,
subdiácono, 23. Cecilio Vega,
subdiácono, 23. Juan Pedro Cotillo, 22. Pascual Aláez, 19. Francisco
Polvorinos, 26. Justo González, 21.
Sin explicación de
ninguna clase fueron introducidos en dos coches y llevados al martirio.
Añadieron al grupo a Cándido Castán, militante
católico, joven padre de familia, 42 años, a quien unas horas antes habían
recluido en el convento.
Al día
siguiente el alcalde de Pozuelo, al enterarse de la primera “saca”,
comunicó a Madrid el riesgo que corrían los demás y ese mismo día 24 de
julio llegó un camión de Guardias de Asalto con orden de llevarlos a la
Dirección General de Seguridad. Allí pasaron la noche y al día siguiente,
inesperadamente, los dejaron libres.
CLANDESTINIDAD
Y CALVARIO EN MADRID
Como no
podían volver al convento, ocupado por los revolucionarios, buscaron refugio en
casas particulares. El Provincial se arriesgaba y desvivía por darles ánimo y
llevarles la comunión. Pero en el mes de octubre, tras una orden de busca y
captura, fueron detenidos nuevamente la mayor parte de ellos y llevados a la
cárcel.
Allí soportaron un
lento martirio de hambre, frío, terror, humillaciones y amenazas. Hay
testimonios de algunos supervivientes de cómo aceptaron con heroica paciencia
esa difícil situación que les hacía entrever la posibilidad del martirio. Los
carceleros les ofrecían la liberación a cambio de abandonar la vida religiosa y
renegar de la fe. “Si no somos capaces de convencer a estos jóvenes, con los
otros mayores será inútil”, decían los milicianos. Uno de ellos osó decir en
alta voz que los envidiaba por su firmeza y que quisiera ser como ellos.
Reinaba entre los prisioneros la caridad en clima de oración silenciosa.
En el mes
de noviembre llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos.
El día 7
fue fusilado el padre José Vega, sacerdote
y formador, de 32 años, y el hermano estudiante Serviliano
Riaño, de 20. Éste, al ser llamado por los verdugos, pudo acercarse a la celda
del padre Mariano Martín y pedirle la absolución sacramental por la mirilla.
Veinte días después tocaría el turno a los otros
trece. El procedimiento fue el mismo para todos. No hubo acusación, ni juicio,
ni defensa, ni explicaciones. Sólo la proclamación de sus nombres a través de
potentes altavoces:
Francisco Esteban, Superior provincial, 48 años. Vicente Blanco, Superior local, 54 años. Gregorio Escobar, recién ordenado presbítero, 24 años. Juan José Caballero, subdiácono, 24
años. Publio Rodríguez, 24 años. Justo Gil, diácono, 26 años. Ángel
Francisco Bocos, hermano oblato, 53 años. Marcelino Sánchez, hermano, 26 años. Eleuterio Prado, hermano, 21 años. José Guerra, 22 años. Daniel
Gómez, estudiante, 20 años. Justo Fernández, estudiante, 18 años. Clemente Rodríguez, 18 años.
Se sabe que el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel, conducidos
a Paracuellos de Jarama y allí ejecutados.
Un joven oblato de
la “saca” siguiente, Juan José Cincunegui, iba en otro camión atado codo con
codo al P. Delfín Monje camino de la muerte. Fueron misteriosamente indultados
cerca del lugar de la ejecución. Juan José había dicho a su compañero: Padre, me dé la absolución general
y usted rece el acto de contrición, que nos llega el fin. El padre Monje, 18 años más
tarde, se lamentaba: ¡Lástima
no haber muerto entonces! ¡Nunca
estaré tan bien preparado!
¡QUÉ DICHA MORIR MÁRTIR!
Hay otros testimonios conmovedores; pero bastan
estos dos para resaltar en qué disposiciones iban al martirio.
Esos jóvenes religiosos se estaban preparando
para ser testigos del Evangelio en misiones ad extra; pero el Señor de
la mies permitió que fueran sus testigos de un modo más claro: derramando su
sangre por Él.
El 17 de Diciembre de 2011, con
ocasión del 150º aniversario de la muerte de S. Eugenio de Mazenod, fundador de
la congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, fueron proclamados
beatos en la catedral de Madrid.
Su
fiesta se celebra el 28 de Noviembre.
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