A punto de terminar el mes de Octubre, mes dedicado a María, invocándola con el rezo del Rosario, hemos querido saber qué pensaban nuestros Mártires Oblatos de esa arraigada devoción mariana. El P. Patricio Peyton, religioso de Santa Cruz (USA, 1909-1992) y cuyo proceso de canonización está e marcha, se entregó en cuerpo y alma a propagar el rezo del Rosario en familia. Su eslogan era: La familia que reza unida, permanece unida. ¿Existiría ese mismo celo entre nuestros Mártires? Del Beato Marcelino Sánchez (en la foto) dicen los testigos que no soltaba de la mano el rosario... Y es que San Eugenio de Mazenod inculcaba a sus Oblatos que no sólo debían rezarlo, sino también y sobre que debían tener una tierna devoción a María Inmaculada: la tendrán siempre por Madre. Aún más, en su testamento espiritual dejó escrito que, al caer de la tarde, cuando nos examinarán sobre el amor, él estaba plenamente seguro de la gozosa y maternal acogida de esa “Buena Madre” debido a su filial devoción personal hacia Ella y porque además había fundado una Congregación con el fin de hacerla amar y darla a conocer. A fe que nuestros Mártires cumplieron con ese deber. De lo que rebosa el corazón hablan los labios. Como botón de muestra, publicamos a continuación un artículo del “santo padre” Vicente Blanco.
Reina del Santísimo Rosario, rogad por nosotros
Propio
de hijos bien nacidos es hablar de todo cuanto saben agradará a su madre, obrar
lo que conocen ser muy grato a su corazón.
Queremos
ser del número de esos hijos, siempre fieles a su madre, que aprovechan todas
las ocasiones para dirigirla palabras de gratitud y de amor, que la prueban el
cariño que la profesan con obras muy de su agrado.
Tenemos
una Madre en el Cielo que es todo corazón para nosotros, pobres mortales, que
mira por nuestro bien; ¿qué haremos nosotros por Ella?.
Recordarla
los momentos más solemnes y agradables de su vida, dirigirle las palabras más
laudatorias que jamás se oyeron, pensar en todos pasos y acontecimientos que
tanto influyeron en su vida, y en los que Ella intervino, a fin de sacar, y
esto es lo que más contento le causa, enseñanzas muy provechosas para bien de
nuestra alma, muy prácticas para nuestro adelantamiento y perfección cristiana.
Esto
hacemos cuando rezamos el Santo Rosario, la oración más sublime, o mejor, el
más sublime conjunto de oraciones que podemos dirigir a Jesucristo por
mediación de su Madre y Madre nuestra, María Santísima.
En
efecto, si consideramos el Santo Rosario como oración vocal, en primer lugar,
para hablar con nuestro Padre, que está en los cielos, nos servimos de las
mismas palabras con que Jesucristo nos enseñó debíamos acudir a Dios; saludamos
a la Santísima Virgen con aquel Ave venturoso que el arcángel San Gabriel trajo
del Cielo, como mensaje de la augusta Trinidad; y con los elogio que el
Espíritu Santo puso en boca de Santa Isabel, a los cuales se añade el Santa
María, o sea, la expresión genuina de la piedad de la Iglesia católica y de
todos sus fieles hijos al proclamar en Éfeso la divina maternidad de María
(glorioso acontecimiento que ha venido solemnizando durante el presente año la
Iglesia); y engarzarnos con anillo de oro estas sublimes oraciones del
padrenuestro y avemaría, elevando un himno de gloria a la Trinidad beatísima,
repitiendo en la tierra los cantos con que en el cielo se bendice al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo.
Y,
¿no será agradabilísimo a María ese recuerdo que hacemos de sus grandezas y del
momento solemnísimo en el que el mensajero celestial, después de saludarla
llena de gracia, colmada de bendiciones, la predice que sería madre de Dios, el
Mesías prometido, y la pide su consentimiento para la realización de tan gran
misterio?, ¿no saltará de gozo al ver la confianza con que acudimos a Ella para
implorar su protección en nuestras necesidades actuales, y, sobre todo, para el
momento terrible de nuestra muerte?.
Sí,
muy olorosas son para María todas esas rosas que cortamos en su mismo jardín; y
el conjunto de todas ellas la causan singularísimo placer, pues eso viene a ser
cada avemaría: flores y rosas con que formamos el ramillete vistosísimo que
elevamos hasta las gradas de los altares de María y se llama Rosario.
Alguien,
quizá, pudiera creer que resultara monótona esa sucesión ininterrumpida de
cincuenta avemarías distribuidas en cinco décadas con sus correspondientes
padrenuestros y “Gloria al Padre”;
que reflexione, quien tal creyere, que el amor sólo tiene una palabra y no se
sacia de pronunciar; pero, además, la recitación vocal de esas oraciones ha de
acompañar la consideración, meditación o contemplación de los misterios, que
son los que salpican esas flores de los más variados matices.
En
esa contemplación de los misterios, que recordamos en cada diez del rosario,
encontramos la fuente y manantial fecundo de grandes virtudes, que debemos
desear practicar para seguir las huellas de tan grande Madre y de su Hijo
divino; en la consideración de esos misterios encontramos un remedio poderoso
contra los males que en la actualidad impiden nuestro bienestar, que son en
expresión de S. S. León XIII (encíclica “Laetitiae
Nostrae”, 1893) y que han aumentado con el tiempo, el desprecio de un vivir
modesto y activo, el horror al sufrimiento y el olvido de los bienes eternos
que esperamos; de ahí el descreimiento casi absoluto, rebeldía general,
explícita o implícita, contra Dios y su Cristo y su Iglesia Santa; el grosero
materialismo en las ideas y en las costumbres; en una palabra, el naturalismo
en toda su extensión, o sea, ausencia o por lo menos flojedad y anemia de la
vida sobrenatural en el individuo, en la familia y en la sociedad.
Por
lo mismo, si se quiere mejorar a los individuos, se les ha de inculcar mucho
rosario; si se quiere reformar las familias, que en ellas vuelva a reinar la
práctica de sus antepasados, la recitación cotidiana del rosario, estando todos
los que componen la familia reunidos, si se quiere llevar por los caminos de
bien a los pueblos, trabájese por generalizar y hacer popular y común el rezo
del Santo Rosario. ¡Pueblos, que aun conserváis la santa costumbre del rosario
de la aurora, haced cuanto sea posible para continuar tan santa institución!;
tenéis en el rezo del Santo Rosario el antídoto contra todos esos males.
En
efecto, en los misterios gozosos se presenta a nuestra vista la humildad, la
sencillez, modestia y hasta la pobreza en la familia de Nazaret, con la
Encarnación, Visitación, Nacimiento de un Dios hecho Hombre, en la oscuridad,
en el olvido, en la indigencia.
Para
nuestros dolores y sufrimientos encontramos un lenitivo muy grande en la
contemplación de los misterios dolorosos o sea sufrimientos, tormentos, pasión
y muerte de un Dios que muere por los hombres culpables, siendo Él inocente y
santo. Y, ¿cómo no acordarnos de nuestra verdadera patria y desear los bienes
imperecederos, que nos esperan, al repasar los misterios gloriosos, Jesucristo
resucitado y subido a los cielos, la Asunción y glorificación de nuestra Madre
María en el empíreo?; ¿al considerar todos esos misterios, no brotarán en las
almas cristianas y devotas no sólo grandísimos deseos, sino también la flor de
la resignación en las necesidades, desprendimiento, sencillez, humildad, amor a
la cruz, resignación en los sufrimientos y, finalmente, el abandono de los
bienes presentes por la adquisición de los eternos?.
¡Ea,
pues, durante este mes de Octubre, dedicando de una manera especial al Santo
Rosario, pongamos todos empeño grande por cumplir con esta devoción cual
conviene y hagamos fuerza a Dios, por mediación de María, para que el Señor se
apiade de nosotros y nos de la paz en los espíritus, paz en los individuos, en
la sociedad y en la Iglesia!.
Vicente Blanco. o.m.i.
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