Testifica, bajo juramento, Mons. Acacio Valbuena Rodríguez, 77 años, nació en Horcadas-Riaño (León). Estado y profesión: sacerdote y religioso profeso de la Congregación
de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, prelado de la Prefectura
Apostólica del Sáhara Occidental. Residencia: Misión Católica, El Aaiún (Sáhara).
Observaciones
sobre el testigo y contenido de su deposición: Da testimonio como sacerdote y religioso oblato del conocimiento
directo de algunos Siervos de Dios. Es de subrayar la información que ofrece
sobre la vida religiosa en los años de la guerra y los inmediatamente
posteriores.
A continuación, su testimonio:
A continuación, su testimonio:
Pertenezco al mismo instituto religioso que los Siervos de Dios:
Misioneros Oblatos de María Inmaculada. No tengo parentesco con ninguno de
ellos.
Tengo un conocimiento directo
y personal con el P. Francisco Esteban, como Superior y profesor de religión en
el Seminario Menor de Urnieta, durante el curso 1933-34. En ese mismo lugar y
en la misma fecha conocí a los Siervos de Dios: Daniel Gómez Lucas, Justo
Fernández González, Pascual Aláez Medina y Clemente Rodríguez Tejerina que eran
de unos cursos superiores a mí, pero seminaristas menores como yo. Tengo conocimiento
por referencias de todos los demás Siervos de Dios Oblatos por los que fueron
sus compañeros y hermanos de religión. Al Siervo de Dios, Cándido Castán San
José lo conozco por referencias de mis hermanos en religión. La fuente de mis
conocimientos es el trato personal tenido con los Siervos de Dios.
Humus y germen vocacional de
nuestros Mártires
Sobre el origen y desarrollo
de la vocación de todos los Siervos de Dios Oblatos puedo decir que Dios los
llamó durante su adolescencia (11 a 14 años), desde la religiosidad de unas
familias cristianas, en unas parroquias con feligreses mayoritaria o totalmente
fieles a las prácticas cristianas, siguiendo el ejemplo de otros adolescentes y
alentados por celosos párrocos que procuraban elegir para la Iglesia a aquellos
adolescentes en quienes veían o adivinaban una actitud o propensión para el
Sacerdocio o la Vida Religiosa.
Seminario menor: vida de
piedad y comportamiento
Puedo decir que la tónica
general en cuanto a comportamiento en estudios, piedad, urbanidad, virtudes
humanas en general, eran de mucha exigencia, en un plan progresivo, constatado
por frecuentes calificaciones públicas que se leían cada quince días al grupo.
Respecto a la vida de piedad,
se tenía la Misa diaria, la comunión diaria normalmente, la confesión semanal,
con un confesor libremente elegido al principio de cada curso, media hora
diaria de formación espiritual, acentuando la Exposición solemne del Santísimo,
el rosario a la Santísima Virgen todos los días y celebración muy especial de
las principales fiestas marianas.
En
cuanto al comportamiento durante las vacaciones, se procuraba que estuvieran en
buena relación con los párrocos y que siguieran una vida de piedad regular. Una
buena parte de los párrocos procuraba informar al final del verano del comportamiento
de los seminaristas en sus pueblos.
Todo
lo que he declarado lo he sabido porque yo mismo lo he vivido con los Siervos
de Dios Oblatos.
Noviciado: preparación para la
vida religiosa
No hice el Noviciado con
ninguno de ellos, pero el que yo hice fue semejante al de ellos, que se
caracterizaba por la preparación formal y explícita para la Vida Religiosa bajo
la dirección del Maestro de Novicios, de algunos sacerdotes socios o ayudantes
de dicho Maestro, a base de un trabajo comunitario y personal, según las
exigencias del Derecho Canónico y de las Reglas.
Seminario mayor: vida
escondida en la casa de Dios
Puedo decir que los Siervos
de Dios vivían en una Comunidad constituida por estos tres subgrupos de
religiosos: el grupo de superiores y profesores, el grupo mayoritario de religiosos
estudiantes filósofos y teólogos, y el grupo reducido de hermanos coadjutores,
que vivían formando los tres grupos una sola Comunidad, con asistencia común a
la oración, oficio divino, lecturas espirituales, culto, comedor, etc., cuya
misión principal era la preparación para el sacerdocio mediante esta vida de
dedicación y regularidad, en lo escondido de “la Casa de Dios”, sin más
proyección exterior que una medida y reglamentada colaboración pastoral en
catequesis, capellanías y parroquia.
Todo esto lo he sabido por
experiencia personal y referencia, mil veces comentada y detallada, con los supervivientes
de aquella Comunidad de 1936.
Apostolado y ministerios diversos
Sobre el ministerio
apostólico y sacerdotal puedo decir que el Siervo de Dios Francisco Esteban era
el Superior Provincial, en la sede de la Casa Provincial de los Misioneros Oblatos,
y que, además de la dirección y gobierno de la Provincia, tenía como ministerio
apostólico y sacerdotal la asistencia a las comunidades religiosas femeninas y
a colegios. En cuanto al P. Vicente Blanco y demás sacerdotes de Pozuelo, por
prescripción de la Regla, se dedicaban casi exclusivamente a la dirección y
enseñanza de las disciplinas eclesiásticas en el Seminario; algunos de ellos
tenían también a su cargo algunas capellanías de comunidades religiosas. A los
profesores del Seminario se les consideraba muy competentes, al mismo tiempo
que religiosos ejemplares, subrayándose por parte de todos los que les conocían
la ejemplaridad religiosa, humildad y austeridad del P. Vicente Blanco,
Superior de la Comunidad.
Los hermanos coadjutores
tenían trabajos al interior de la Comunidad, dentro de una vida humilde y
regular, ocupándose de tareas como portería, sastrería, cocina, etc. Eran cooperadores
en la formación de futuros sacerdotes con su ejemplo, su interés, su entusiasmo
y su oración.
En cuanto a los estudiantes,
entraban en diferentes escalas de órdenes menores y mayores: había sacerdotes,
diáconos, subdiáconos; estaban totalmente dedicados al estudio y a la propia
formación con el propósito y la ilusión de ser sacerdotes y misioneros.
Todo esto lo he conocido por
el trato que he tenido y esta misma vida compartida con los supervivientes que
formaban parte de la Comunidad de los Siervos de Dios.
Clima de hostilidad
El ambiente socio-político
que existía en Madrid y en sus alrededores a mediados de 1936 era de pre-revolución,
de gran convulsión política y social, producida por los acontecimientos, y
claro preanuncio de guerra y revolución violenta. Esto lo he sabido porque yo
mismo viví el ambiente que se respiraba, no sólo en Madrid, sino también en el
resto de España.
En cuanto al clima reinante
en Pozuelo de Alarcón frente a la Comunidad de los Misioneros Oblatos era de
respeto y unión por parte de los cristianos practicantes y aún de los no
creyentes, y de clara animosidad y de amenazas por una parte de la población,
políticamente muy extremista, y en clara actitud hostil para con todo lo
eclesiástico y lo sagrado. Este clima de hostilidad era un reflejo de lo que
sucedía en toda España.
El convento convertido
en prisión
Los Siervos de Dios de la
Comunidad de Pozuelo fueron detenidos en su mismo Convento, convertido en
prisión los días 19 o 20 de julio. La única causa que existía para la detención
era el ser ellos religiosos y la casa la de una Comunidad religiosa. La misión
que tenían al ser detenidos era la propia de sacerdotes y religiosos que
estaban formándose para el sacerdocio. Por lo tanto, su trabajo no tenía
ninguna significación política y ninguno se dedicó a actividad política alguna.
Sobre si preveían su
detención se puede decir que se preveía como posible si se precipitaban algunos
acontecimientos. Si pudieron evitar el ser detenidos, la Comunidad que vivía en
Pozuelo en 1931 hubo de ser trasladada a Urnieta, con ocasión de la quema de
conventos en Madrid. Ya los más veteranos, como los hermanos coadjutores, ya
habían experimentado este traslado. En julio de 1936, según el testimonio de
uno de los supervivientes, el P. Porfirio, tengo oído que los superiores se
plantearon la cuestión de enviar fuera a los estudiantes, pero finalmente
tomaron la determinación de permanecer en el Convento. La razón, para mí,
estribaría en el hecho de que, al tratarse de una medida tan excepcional y
singular, que suponía deshacer la Comunidad y exponer la vida de todos los
estudiantes, ya que lo que sucediera en Madrid iba a suceder en toda España, a
los superiores les pareció más religioso y más prudente esperar a los
acontecimientos.
Los milicianos invadieron el
Convento y los religiosos fueron recluidos en el comedor, quedando allí
inmovilizados vigilados por milicianos armados con escopetas y fusiles, que les
acompañaban en esa actitud de vigilancia armada incluso cuando los religiosos
iban al baño. Sé que el 23 de julio por la mañana, habiendo pasado los
religiosos la noche en el dormitorio, igualmente custodiados por milicianos
armados, fueron a la Capilla a hacer la oración de la mañana, y que procedieron
sin misa, por indicación e invitación del P. Superior, Vicente Blanco, a
recibir la comunión, en espíritu de comunión-viático, según los comentarios de
los propios supervivientes, consumiendo en ella todas las formas consagradas.
Sé también que el P. Vicente Blanco, al final de esta conmovida comunión, dijo
sollozando a los otros dos sacerdotes que le habían asistido: “¡Qué será de
esta casa, ahora sobre todo, que no tenemos al Señor con nosotros!”. Todo lo he
sabido por los propios supervivientes con los que conviví en los años posteriores
a la Guerra Civil Española. Sé que, ya el primer día, después de la ocupación
de la casa y registro y recorrido por salas y habitaciones, comenzaron a ser
arrancados por los milicianos y arrojados al suelo, en pasillos y corredores,
crucifijos y cuadros religiosos. En las habitaciones de los superiores y
profesores se instalaron mandos y jefatura, y se constituyó una especie de tribunal,
y en él fueron sometidos a interrogatorios personales y aislados el P. Superior
y otros tres profesores y algunos estudiantes.
Se animaban unos a otros
También conozco, por haberlo
oído igualmente a quienes lo vivieron, que a los Siervos de Dios, en medio de
todas estas cosas que no entendían, recluidos allí todos juntos, oyendo ruidos,
gritos, entrar y salir de milicianos, sólo les quedaba ofrecerse a Dios cada
uno en particular, invitarse unos a otros a lo mismo con discreción y rezar.
También que, cuando la noche última los pusieron a todos en fila en el corredor
y llamaron a los siete Oblatos que ya no volverían, pensaban que los iban a
llevar sucesivamente a todos.
Igualmente puedo decir que,
como reflejo de los sentimientos con que vivieron esas horas y, en dichas
horas, los momentos de mayor interrogante, la mejor expresión la encontramos en
lo que dejo escrito uno de ellos, superviviente, sobre el momento en que se
vieron todos ya subidos en el camión de los Guardias de Asalto que llevarían a
los supervivientes a la Dirección General de Seguridad, ya sin los siete
Oblatos desaparecidos, dice: “Hubo absoluciones y hubo lágrimas. Salimos con
nuestra Cruz de Oblatos, queríamos morir abrazados a ella”.
Un seglar, padre de familia,
inmolado con los Oblatos
Respecto al seglar Cándido
Castán, no le conocí personalmente, pero por el hecho de haber sido compañero
de muerte de los siete Siervos de Dios Oblatos sacados de la casa de Pozuelo,
tal y como ya he hecho referencia, mis conocimientos son los siguientes. De los
Oblatos supervivientes que le habían conocido coincidían en afirmar que era
católico practicante, miembro y presidente alguna vez de un Círculo de Obreros
Católicos y buen padre de familia; incluso supe, por las mismas fuentes, que en
los años de la República puso en juego su bienestar y el de su familia, dando
cobijo en su propia casa a dos jesuitas, cuando la expulsión de la Compañía de
Jesús de España. Detenido el 23 de julio en su domicilio fue llevado como prisionero
a nuestro Convento, que también había sido convertido en prisión, y allí en la
madrugada del 24 de julio fue incluido en el grupo de los siete Oblatos y
llevado con ellos a la muerte.
Liberados, pero nuevamente detenidos
Puedo decir que el conjunto de
los Siervos de Dios Oblatos, exceptuados los siete anteriormente mencionados,
vivieron en tres lugares antes de caer en prisión. Algunos, con el P. Francisco
Esteban, fueron a refugiarse a la Casa Provincial, otros a casa de familiares,
y otros a pensiones o casas de familias conocidas.
El P. Francisco Esteban Lacal
estaba en la calle Diego de León, número 32, hasta el 9 de agosto. Allí
encontraron refugio, desde los últimos días de julio hasta el 9 de agosto, un
grupo de los Siervos de Dios provenientes de Pozuelo. El 9 de agosto, incautada
la Casa Provincial por una organización gubernamental, dependiente del
Ministerio de Educación, el P. Francisco y sus hermanos en religión se
refugiaron todos en una pensión de la calle Carrera de San Jerónimo, y allí
estuvieron hasta el 14 de octubre, fecha en que fueron detenidos y encarcelados.
Labor arriesgada y heroica del
Provincial
Refiriéndome especialmente al P. Francisco Esteban, puedo decir que ya en los últimos días de julio no se escondió ni recluyó en la Comunidad, en aquel Madrid revuelto y peligroso, sino que salía frecuentemente interesándose, por una parte, por las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, residentes en Hortaleza, en un noviciado lleno de novicias jóvenes, por otra parte, también se interesó (sobre todo) por sus propios religiosos de Pozuelo traídos ya a Madrid y escondidos en distintos sitios. Cuando se le advertía que no podía arriesgar tanto decía, refiriéndose a las religiosas, que en ellas había que salvar algo más precioso que la vida. En una de estas salidas, en que acompañaba a una de ellas a casa de la familia de la misma, fueron detenidos por una patrulla. Cuando estaban siendo llevados a un “Tribunal Popular” el chofer se negó a ello y los llevó a una comisaría. Allí, en el interrogatorio, el P. Francisco Esteban declaró a la primera que era sacerdote y religioso, y lo que estaba haciendo. Tal sinceridad hizo que uno de los funcionarios le dijera algo así: “Pero hombre de Dios, diga usted que es profesor u otra cosa, pero no: sacerdote”. Todo esto lo he sabido concretamente por el P. Mariano Martín, superviviente, que ya falleció. En esto anduvo el P. Francisco Esteban, hasta su detención definitiva, también cuando él mismo estaba refugiado en la pensión de la calle de la Carrera de San Jerónimo, atendiendo a las necesidades materiales y espirituales de los suyos, velando porque estuvieran asistidos espiritualmente, en salidas y movimientos llenos de audacia y habilidad.
Cómo vivían en la clandestinidad
Los Siervos de Dios
estuvieron juntos en tres grupos: en la casa del sastre de la calle Gómez
Baquero, quien hacía las sotanas y otros vestidos a la Comunidad, se refugió el
P. Blanco con un grupo de los estudiantes de Pozuelo; otro grupo más pequeño se
refugió en una casa particular en la calle de Magallanes número 3, presidido y
dirigido por el Siervo de Dios, José Vega Riaño; y, finalmente, el ya
mencionado grupo del P. Francisco Esteban.
Gracias a la presencia en
cada grupo de un sacerdote, religiosos como eran, pudieron mantener su vida
religiosa, a su manera, en los diferentes lugares de refugio, y gracias a la
organización clandestina de la Iglesia en la ciudad, recibir la comunión con
formas consagradas que se llevaban ocultamente. Por ejemplo, a los refugiados
en la casa del sastre, el día 12 de octubre, festividad de Nuestra Señora del
Pilar, alguien les hizo llegar unas formas consagradas, probablemente fuera el
P. Francisco Esteban o el P. Mariano Martín. Dicen los que lo vivieron que pasaron
el día en oración por turno y, atardecido, comulgaron. Comentaban después que
fue para ellos otra comunión-viático, porque al día siguiente fueron detenidos
y llevados a la Cárcel Modelo.
La vivencia de todos estos
días transcurrió en medio de muchos temores, estrecheces, sobresaltos, y
siempre agradecidos a aquellas buenas familias cristianas, que no sin mucho riesgo,
les habían proporcionado refugio.
En la Cárcel Modelo y en San Antón
Los Siervos de Dios fueron
detenidos entre el 13 y el 15 de octubre en los lugares donde estaban
refugiados, excepto el P. José Vega que fue detenido hacia el día 7 u 8 de
octubre y fue llevado a un tribunal, y consiguió que no fuese juzgado allí
porque se encontraban entre los componentes de dicho tribunal personas de
Pozuelo que le habían estado persiguiendo. Él, como los demás Siervos de Dios,
fue llevado a la Cárcel Modelo. El P. José Vega con el hermano Serviliano
fueron sacados de la misma Cárcel Modelo los días 7 u 8 de noviembre y
conducidos a Torrejón de Ardoz o Paracuellos del Jarama, donde fueron
fusilados. Los demás Siervos de Dios fueron trasladados hacia el día 14 o 15 de
noviembre al Colegio de los Escolapios de San Antón que lo habían convertido en
cárcel, conocida vulgarmente como “Cárcel de San Antón”.
Caridad recíproca y
preparación para el holocausto
Sobre la vida en prisión
apenas sé nada referido a cada uno de ellos en particular. Pero sí puedo
afirmar en general, que en aquel maremagnun
de tantos y tan precipitadamente detenidos, amontonados en celdas, nuestros
Siervos de Dios estuvieron mezclados entre ellos de modo muy heterogéneo:
religiosos con otros religiosos de otras congregaciones que llegaban entre
ellos a conocerse, religiosos con civiles, y que las penalidades de la vida en
la prisión eran mayores en estas circunstancias, dándose también frecuentes
gestos de caridad entre ellos para aliviar a los más sensibles al frío, o más
delicados de constitución, o más afectados psicológicamente por aquella
situación. Un hecho concreto de estos gestos es que el P. Francisco Esteban,
que disponía de un buen abrigo que le habían regalado, se lo entregó
inmediatamente al P. Delfín Monje; esto mismo me lo dijo el mismo P. Delfín.
Por otra parte, en espacios
de breves semanas que estuvieron, sea en la Cárcel Modelo, sea luego en la de
San Antón, coincidió con los días de las “sacas” y fusilamientos sucesivos, y
fueron días en que se preparaban con la oración confortándose mutuamente para
la muerte posible, y posiblemente próxima, y se despedían precipitadamente al
ser llamados con abrazos, absoluciones, bendiciones. En detalle, sabemos por el
P. Mariano Martín y Porfirio Fernández, ambos supervivientes, que el hermano
Serviliano Riaño al ser “llamado” y pasar por delante de la celda del P.
Mariano Martín, le dijo: “Padre, que me llevan. Deme usted la absolución”. Y en
el pasillo pudo despedirse de del hermano Porfirio abrazándole y diciéndole que
le despidiera de sus padres. Este era el clima espiritual general. Esto lo sé
por los relatos de otros religiosos que compartieron prisión con los nuestros y
algunos de ellos sobrevivieron.
Preveían y aceptaban el
martirio
Por todo lo que he oído a mis
hermanos Oblatos supervivientes, afirmo claramente que los Siervos de Dios
preveían la muerte violenta, como una probabilidad, incluso como la mayor probabilidad,
desde que en los últimos días de julio del 36 se vieron detenidos, cautivos,
recluidos y, posteriormente, llevados a comisarías, sometidos a
interrogatorios. Dicha previsión subió de grado hasta aproximarse a la
seguridad de saber que les iban a hacer morir, ante la muerte de sus propios
compañeros de la Comunidad de Pozuelo, y compañeros de celda de las Cárceles
Modelo y de San Antón, cuando eran llamados y ya no regresaban. También creo
que, ante esa clara previsión, reaccionaron aceptando cristianamente la muerte,
preparándose para ella personalmente, compartiendo entre ellos estos sentimientos
de aceptación y ofrenda. Así lo hicieron también, y nos lo pudieron decir, los
hermanos supervivientes. Igualmente, por lo oído a los supervivientes que
compartieron la prisión, estaban dispuestos para el martirio, creían que Dios
se lo estaba pidiendo, y ofrecían así sus vidas por la Iglesia universal y por
la Iglesia de España.
Absolución a las víctimas y
perdón a los verdugos
Sobre la muerte de los
fusilados el 28 de noviembre en el Cementerio de Paracuellos del Jarama también
se nos ha relatado repetidas veces cómo el que parecía ser un superior cuya descripción
coincide, en lo físico y en lo moral, con la del P. Francisco Esteban, pidió la
autorización para bendecir a sus hermanos y se le fue concedida. Después de
despedir a sus compañeros y darles la absolución pronunció en alta voz estas
palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos, lo somos. Tanto
yo como mis compañeros os perdonamos de todo corazón. ¡Viva Cristo Rey!”. Este
relato se lo contó, a los padres Mariano Martín y Emilio Alonso, el enterrador.
Fama de martirio: “somos hijos
de santos”
Acerca de la fama de
martirio, pienso que ha sido una realidad innegable desde los primeros
momentos. La simple noticia de su muerte, dentro de una persecución de tales
características, se convirtió inmediatamente en “fama de martirio”. Así se
calificaba cuando se comunicaba la noticia a sus familiares y así fue
ratificada, en general, esta fama de martirio por los obispos en sus cartas y
actuaciones pastorales, ya en aquellos meses de 1936, y es que el mismo papa
Pío XI afirmaba de ellos en noviembre de 1936 que eran “verdaderos mártires en
todo el sagrado y glorioso significado de la palabra”. Entre nosotros, los
Oblatos, desde el primer momento se ha hablado siempre de “nuestros mártires”,
aunque en ansiosa espera y dócil acatamiento del pronunciamiento oficial de la
Iglesia. Me parece bien añadir que en 1939 o 1940, pocos meses después de la
reanudación de la vida del Escolasticado en Pozuelo, tuvimos la visita canónica
del P. Hilario Balmés (Asistente General) y, en el mismo lugar de donde habían salido estos
hermanos nuestros para la muerte, nos exhortaba a la virtud en la lectura
espiritual diciéndonos a los escolásticos: “¡Filii
sanctorum sumus!” (Somos hijos de santos).
Desde el principio he
conocido casos, yo mismo lo he hecho, de personas que se han encomendado a los
mártires y que les rezan. De una manera especial yo rezo a los padres Francisco
Esteban y Vicente Blanco, por el testimonio que me brindaron.
Mario León Dorado OMI, sucesor de Mons. Acacio Valbuena,
es el actual Prefecto Apostólico del Sáhara Occidental.
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