lunes, 17 de febrero de 2014

Portavoz fiel... 2ª ENTREGA



Pozuelo,  Primera Cruz erigida en honor de los Mártires Oblatos


Reanudamos el testimonio del P. Fortunato sobre los Mártires Oblatos de Pozuelo

En la cárcel

A los Siervos de Dios los van deteniendo poco a poco y los van recluyendo en la Cárcel Modelo y es precisamente ahí, en el infortunio, donde, expresando de manera clara sus profundas convicciones evangélicas, se animaban mutuamente y animaban también a otros. Todo ello, en cuanto les era permitido, desde la oración y la vivencia con espíritu de fe de las humillaciones y malos tratos de que eran objeto. Teniendo en cuenta que en el mes de noviembre en Madrid el clima, a veces, es frío, en la cárcel se hacía intensamente frío por carecer del indispensable abrigo, ya que de lo poco que podían disponer hacían participantes a otros que les parecían más necesitados. Recuerdo que el Padre Francisco Esteban hizo entrega de su propio abrigo a uno de sus compañeros de prisión. Además del frío, “compañeros” de prisión eran también el hambre y los parásitos, que eran tanto porque el número era crecido como por la higiene muy deficiente.

Compañeros de prisión ya beatificados

Fueron compañeros de prisión y de calamidades Hermanos de San Juan de Dios, ya beatificados, y la Comunidad de Agustinos del Escorial, también en proceso de beatificación.
Estos conocimientos proceden del Padre Porfirio Fernández, compañero de cautiverio de los Siervos de Dios en la Cárcel Modelo. De él tengo testimonio que, el 7 de noviembre, el hermano Serviliano Riaño, previendo que era conducido a la muerte, pidió al Padre Mariano Martín que le diera la absolución.

Preparándose para el martirio

Los Siervos de Dios preveían el martirio dado el ambiente de hostilidad que reinaba en todas partes contra la Iglesia y sus miembros. Desde meses antes de su detención estaban advirtiendo que sus vidas corrían peligro por los insultos y amenazas de muerte que con frecuencia les hacían por el simple hecho de ser sacerdotes o religiosos. Esta situación motivaba en todos una preocupación por prepararse a lo que Dios en su providencia amorosa les tuviera reservado, manteniendo una actitud serena en un ambiente de fervor como preparación inmediata a lo que estaban previendo. Convencidos estaban todos que si la muerte les llegaba era sólo por odio a su fe cristiana y al hecho de ser personas consagradas.
De los siete primeros ya he dicho que no se conoce con exactitud el lugar de su martirio. Los restantes fueron fusilados el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama, haciendo excepción de Serviliano Riaño que fue martirizado el 7 de noviembre en Soto de Aldovea y del Padre José Vega, martirizado el mismo día 7 de noviembre en Paracuellos.

Fieles a su Oblación

Resulta fácil comprender que la reacción de los Siervos de Dios ante la muerte y ante los verdugos fue la de auténticos testigos de la fe y de su consagración religiosa, convencidos de que el martirio era una nueva gracia extraordinaria que el Señor les concedía y para la cual se habían preparado con esmero y fervor. Creo que el Padre Esteban dio la absolución a todo el grupo momentos antes de que fueran ejecutados. Esto lo sé por el testimonio que se ha publicado recogiendo la información del sepulturero que señala que uno de ellos trazó la señal de la cruz sobre todos.
Eran libres para poderse escapar de la muerte antes de ser encarcelados, pero prefirieron arriesgar sus propias vidas urgidos por el deseo de ser fieles a su consagración religiosa y a su sacerdocio.

Cómo cunde la fama de martirio

Lo que yo sé sobre la fama de martirio de los Siervos de Dios lo conocí, en primer lugar por mi hermano, Jesús Alonso, que pudo evadirse de la persecución de la que también era objeto en su condición de miembro de la Comunidad. Quedé vivamente impresionado cuando él se dedicó, con todo entusiasmo, a informar a los padres de algunos de los Siervos de Dios, señalando que el único motivo de su muerte era su condición de religiosos. Recuerdo que en casa de mis padres se hicieron presentes la madre del Padre José Vega y el Padre de Juan Pedro Cotillo. Fui testigo cómo la madre del Padre José se desmayó al escuchar el relato de los hechos y pronto pude apreciar que se iba recuperando en la misma medida en que mi hermano señalaba que había muerto como testigo de la fe. De Juan Pedro cabe decir otro tanto, por más que su Padre permaneció con una actitud de serenidad.
       La idea del martirio de toda la Comunidad de los Misioneros Oblatos de Pozuelo cundió de manera muy especial entre sus propias familias y también entre todos cuantos les conocían puesto que provenían de pueblos pequeños donde todos se conocen; así como de modo muy especial entre los supervivientes de esa situación y de todos los Oblatos, primero de la provincia de España y posteriormente  de toda la Congregación. La fama de martirio nace desde el momento mismo en que se conoció la causa de la muerte. Como hechos que testimonian esa fama, viví la experiencia de algo que encontré a mi llegada al Seminario Mayor de Pozuelo en 1944: cada día, a la caída de la tarde, ya sea individualmente, y a veces también en Comunidad, acudíamos ante una cruz levantada en memoria de los mártires expresando nuestra oración, con el convencimiento de que eran auténticos mártires de la fe y testimonio elocuente para nosotros. Los superiores ponían especial empeño en que esta nuestra oración ante la cruz, no supusiese nada de culto público. Otro hecho significativo de esa fama de martirio era que los Superiores organizaron una “academia” para estimular, tanto los valores de la vida consagrada, como el ideal misionero, carisma de la Congregación, viéndonos estimulados por lo que íbamos conociendo de la vida y escritos de algunos de los mártires. Demostración de la fama de martirio es el hecho de que el Ayuntamiento dio el nombre de “Mártires Oblatos” a una calle de Pozuelo; también, que una vez al año, cuando era posible el 28 de noviembre, íbamos a Paracuellos del Jarama evocando su memoria. Fue una grata sorpresa que hacia 1976, leyendo el “Codex Historicus” (crónica) de la casa de Pozuelo, encontré que eran considerados, en el mismo, auténticos mártires.
       Con relación a las familias de los Siervos de Dios, puedo atestiguar que algunas de ellas siempre los han considerado como mártires.
       Si se encomiendan a ellos, me consta de algunas religiosas que sí lo hacen. Me consta que en las Comunidades oblatas de la provincia de España se reza por la pronta beatificación de los mártires y otro tanto cabe decir de las parroquias regentadas por Oblatos.
       Personalmente estoy convencido de que, dada la causa de su muerte, deben ser considerados auténticos mártires de la fe.

Vida de fe

De su vida de fe dan testimonio la fidelidad de los Siervos de Dios y perseverancia en la vocación, desafiando el riesgo que suponía una respuesta a la vocación como don de Dios para mejor servir a los hermanos. Se manifestaba en el cultivo esmerado de la oración, de manera especial en la celebración y participación de la eucaristía diaria, en el rezo diario del rosario y en celebraciones especiales con motivo, tanto de fiestas de la Iglesia universal, como de la familia religiosa a la que pertenecían. Hecho especial que manifiesta esa fe, es el contento con que se celebraba la despedida de los misioneros que salían al extranjero como proclamadores del Evangelio y pregoneros de la Fe. Todo esto lo he sabido tanto por mi hermano como por los otros padres ya mencionados anteriormente.

Vida teologal

Manifestación clara de la virtud de la esperanza es también la perseverancia en la vocación y, de manera muy especial, en los meses que precedieron a su martirio ante las amenazas y el peligro de muerte que estaban presintiendo.  
La caridad para con Dios la ejercitaron como acción de gracias por el don de la vocación, por el cultivo de su vida de fe en la oración y, como ya tengo dicho, ofreciendo sus vidas como un acto heroico de amor a Dios.

Amor recíproco

Con relación al prójimo quiero señalar las muestras de un cariño especial por parte de algunos de los Siervos de Dios para con sus padres y hermanos agradeciéndoles el respaldo que siempre encontraron ellos para vivir gozosamente su entrega a Dios. En relación con sus compañeros de estudio procuraron ser fieles  a lo que, como herencia del fundador de la Congregación, define a la Comunidad oblata: la vivencia profunda de la caridad en las relaciones mutuas.
Los formadores con delicadeza y discretamente trataban de ayudar a los formandos en los días en que se sabían perseguidos y, por parte de los otros Siervos de Dios, en la discreción con que supieron afrontar los insultos y vejaciones.

Fidelidad en su vida consagrada a Dios

Hay que resaltar el don y la virtud de fortaleza conque supieron afrontar situaciones tan difíciles en sus vidas que habrían de culminar en el martirio.
Vivieron la virtud y el voto de pobreza, tanto en el ser, traducido en un compartir dones y cualidades, como en el tener, conformándose en tiempos de carencia de medios económicos con lo que la Comunidad les proveía, procurando al mismo tiempo, brindar sus cualidades en servicios que favorecían la vida de Comunidad. Destacó especialmente la labor de los hermanos coadjutores.

Resalto en los Siervos de Dios, según las referencias a las que he hecho mención anteriormente, la virtud y el voto de obediencia ejercitados en la vida diaria, de manera especial en los días precedentes a su detención, en los Siervos de Dios estudiantes, mostrándose enteramente sumisos a las decisiones tomadas por los Superiores.
Fortunato Alonso Gutiérrez o.m.i.






viernes, 7 de febrero de 2014

Portavoz fiel de varios supervivientes, 1ª ENTREGA

P. Fortunato Alonso Gutiérrez, o.m.i.

Entre los múltiples testimonios, bajo juramento, que se presentaron para el proceso diocesano de canonización de los Mártires Oblatos de Pozuelo, sobresale el del P. Fortunato, hermano del P. Jesús Alonso, superviviente de la matanza, quien, aprovechando la inesperada liberación en su traslado a la Dirección General de Seguridad, Madrid (km. 0 de la Puerta del Sol) y ante la previsión de una nueva redada, al encontrarse indocumentado, para poder salvar su vida, se enroló en las tropas de Mª Dolores Ibarruri, la famosa Pasionaria, para luego, aprovechando la oscuridad de la noche,  fugarse desde el frente de batalla. Ese había sido el objetivo estratégico de su alistamiento. El P. Jesús, que sería después un gran misionero y predicador excepcional  entre los hispanos de Estados Unidos, donde falleció después  a la edad de 79 años (Wilmington, 30.06.1993), reiteraba por doquier, con aquel entusiasmo y fogosidad tan suyos, su profunda convicción de que los Oblatos de la comunidad de Pozuelo habían sido víctimas de la persecución única y exclusivamente por su estado religioso y por su fidelidad a Cristo.
El mejor eco de sus convicciones, así como las de otros supervivientes, nos lo brinda el P. Fortunato. Su testimonio, al ser extenso, lo presentaremos en dos entregas sucesivas.