sábado, 23 de junio de 2012

El testimonio de una madre





Lo ofrecí a Dios de todo corazón


La madre de Publio Rodríguez, escribe:


En casa leíamos “LA PURÍSIMA”  y  muchas veces me había oído decir:  “¡Qué triste sería tener un hijo en esas misiones que tienen los Oblatos! ¡Pobres madres! ¿Cómo van a vivir, sabiendo que sus hijos están arrostrando peligros tan grandes allá entre los hielos polares o en las tierras calientes, expuestos a morir asesinados?” Por eso él no se atrevía a decirme nada pensando que yo no le dejaría ser Oblato. Traté de convencerle para que hiciera la carrera de cura. Traté hasta de apelar a sus buenos sentimientos, diciéndole: “Tanto como me quieres, ¿no piensas que un día  se casarán tus hermanos  y yo me quedaré sola?” Y me contestaba: “Mis hermanos son mejores que yo, te quieren mucho y no te dejarán sola. Es Dios quien lo quiere, mamá, no sufras ni me hagas sufrir. Sé generosa y dale a Dios contenta lo que es de Él más que tuyo”.
“Yo le ofrecí de todo corazón a Dios y Él me lo aceptó. Sea mil veces bendito”


Doña Catalina Moslares, en 1948, desde Valverde del Majano (Segovia), a petición de los Oblatos, les envía una reseña sobre su hijo. La transcribimos a continuación:

Primera infancia en Tiedra

Hijo de padres muy cristianos, nació el último de cinco hermanos que fueron, el 12 de noviembre de 1912.
Cuando apenas tenía dos años ya sabía rezar en su media lengua el Avemaría, el Jesusito de mi vida y el Angel de la Guarda, que rezaba todos los días al levantarse y acostarse con sus hermanos; tenía mucha  afición a ir conmigo a la iglesia y llevaba muchos días a Misa y a las novenas; cuando ya tenía cuatro o cinco años seguía con mucha curiosidad el curso de la Misa y muchas veces tenía que regañarle porque no se cansaba de hacerme preguntas por todo lo que veía hacer al Sacerdote; un día que era la Misa en un altar lateral cerca de donde tenía mi sitio de costumbre se acercó a comulgar una señorita a la que él quería mucho. Al volverse el sacerdote con la Sagrada Forma en los dedos me preguntó: “¿Y eso que es, mamá?” “El Niño Jesús” le digo, y según le dio la comunión se volvió a mí tembloroso y llorando me decía: “Ya no quiero a Lucía, que ha comido al Niño Jesús”, y por más que yo le quería explicar, como no estaba en edad de entenderme, en mucho tiempo no se le olvidó y cuando algunas veces quería llevarlo a su casa para darle alguna golosina, le decía: “No te quiero porque comiste al Niño Jesús”. Luego, cuando ya era mayor, ella se lo recordaba muchas veces.
Así pasó los primeros años de su vida de niño, muy querido de todos porque él era muy cariñoso con todo el mundo y tenía un carácter muy alegre y muy juguetón.

En la catequesis

A los cuatro años ya iba con su hermana a la Catequesis y los mismo los Sres. Curas que los catequistas lo querían mucho y se admiraban de lo bien que sabía, siendo tan pequeñito, el Avemaría, la Salve  y el Bendita sea tu pureza. Le gustaban mucho las oraciones a la Virgen  y las aprendía enseguida, el Padrenuestro tardaba más en aprenderlo. Iba contentísimo a la catequesis (caquesis, como él decía) y siempre ganaba premios.
Era muy caritativo para los pobres y siempre quería ser el que le diera la limosna.
Cuando llegó la preparación para la primera Comunión demostró un fervor intrépido para su edad; en la catequesis le ponían siempre como modelo a los demás niños. Nunca podré olvidar el día que recibió a Dios por primera vez, estaba emocionado, como si no supiera lo que pasaba; no hacía más que decirnos a todos: “Qué alegría tan grande tengo, ya voy siempre a ser muy bueno” (como si alguna vez hubiera sido malo) y desde entonces ya comenzó a decir que quería ser cura, y así siguió siempre muy piadoso, pero con un carácter alegre y juguetón, queriendo mucho a sus amigos (que tenía muchos) y siempre siendo el intermediario entre ellos si alguna vez reñían.

En Valladolid

Cuando tenía 10 años nos fuimos a vivir a Valladolid, y entonces hizo el ingreso en el Instituto e segunda enseñanza; estudiaba sin ninguna afición, por otra parte yo no decidía hacer gestiones para que entrara en el Seminario Conciliar porque tampo lo veía muy decidido y así siguió estudiando en el Instituto, hasta que, cuando terminó el tercer año de bachiller, siempre disgustado, yo comprendía que estudiaba sólo por no disgustarme.
Lo mismo sus hermanos que yo le queríamos con locura, estaba excesivamente mimado. Desde muy pequeñito  tuvo muchos deseos de ser monaguillo y no se lo consentimos ni su padre ni yo porque Tiedra es un pueblo muy frío y él era muy propenso a los catarros y temíamos las mañanas del invierno  por estar la iglesia en un descampado muy alto. Él se resignaba  contrariado, pero nunca se atrevía a protestar  ni a su padre ni a mí; tantas veces me decía las vecinas, que veían cómo lo teníamos de mimado, “parece que sea este niño tan bueno tan dócil, ¡le vais a hacer malo con tanto mimo!”

Muere su padre

Cuando murió su padre (q.e.p.d.) fue la admiración de todos, y nosotros no podíamos figurarnos, ni sus hermanos ni yo, que fuese capaz de aquella entereza de ánimo. Él nos consolaba a todos haciéndonos los cargos a todos con mucho cariño y serenidad, decía que teníamos que hacernos fuertes  y conformarnos con la voluntad de Dios, y él, que tan fuerte se hacía, a lo mejor lo sorprendíamos con gran desconsuelo donde creía que no lo veíamos. Con tan triste acontecimiento parece que le aumentó el cariño hacia mí, y por eso yo creo que siguió estudiando, aunque con disgusto, para no contristarme.

¿Cura? No es mi vocación

Algunas veces le indiqué si quería que hiciéramos gestiones para entrar en el Seminario y siempre me contestaba lo mismo: “mejor sería eso, pero yo creo que no es mi vocación verdadera”. Así siguieron las cosas hasta que terminó tercero de bachiller, terminó con buenas notas, y sin embargo cada vez más disgustado, y un día que le reprendía  yo por la mala gana con que estudiaba, me dijo: “Estudio a disgusto porque esto no me va a valer  de nada y estoy perdiendo el tiempo”.  Entonces le dije: Pues dime que es lo que quieres, ¿prefieres un oficio o entrar de dependiente en un comercio? Yo buscaré medio de que puedas ser lo que tú quieras; pero él se callaba, se ponía triste, pero no me decía nada, es decir, no se atrevía a decírmelo, y aquel día,  de gran disgusto para él y para mí, le dije: “Tienes que decidirte, no tienes más remedio que trabajar en lo que sea para vivir, porque esperas  tener un medio de vida decoroso y si sigues con ese desánimo, ¿qué va a ser de ti?” Y pasamos unos días cada vez más tristes.

¡Pobres madres!

En casa leíamos hacía mucho tiempo “LA PURÍSIMA” y muchas veces me había oído decir: “¡Qué triste sería tener un hijo en es Misiones que tienen los Oblatos! ¡Pobres madres! ¿Cómo van a vivir, sabiendo que sus hijos están arrostrando peligros tan grandes en los hielos polares o en la tierras calientes, expuestos a morir como han muerto tantos pobrecitos, o asesinados por los salvajes?” Por eso él no se atrevía a decirme nada, pensando que yo no lo dejaría ser Oblato.

Frómista, providencial

Dos o tres días después del disgusto antes dicho, me dijo si le dejaba ir a Frómista a pasar las vacaciones con su abuela y les dejé ir a él y a su hermana. A los pocos días escribían contentísimos y mi madre me decía que nunca había visto tan contento a Publio que se había hecho muy amigo de su primo Olegario Díez que entonces había llegado  a pasar las vacaciones del Juniorado de Urnieta. Por él supe que supe que todo el día lo pasaban hablando de los Oblatos y que sólo le traía triste el pensar cómo me lo diría a mí.; pero ya no podía perder más tiempo, porque ya hacía más de un año que estaba luchando entre su vocación y el miedo de darme un disgusto a mí, si no le daba consentimiento. También me decían de allí que todos los días iba a ayudar a Misa al Sr. Cura Párroco y comulgaba con mucha frecuencia y salía con él de paseo todos los días.

Ser misionero, pero Oblato

Pocos días antes de terminárseles las vacaciones para volver a cas recibí una carta de un hermano mío (que también ha estado en el Juniorado, primero en Soto y después en Urnieta) y me decía que Publio le había dicho que quería ser Misionero Oblato y que el Sr. Cura le había dicho: “He sondeado mucho a su sobrino y he comprendido que tiene una gran vocación y que desea con muchas ansias ser misionero, pero Oblato, que era es la Congregación y no otra donde deseaba ingresar”, y añadió que le haríamos muy desgraciado; e intercedía para que yo le concediera mi consentimiento.
Esto mismo me decía también mi madre, y me animaba y decía que ella estaría contentísima de que su nieto tuviera tan hermosa vocación.

Dale a Dios lo que es suyo

Llegó a casa y yo, antes de que él me dijera nada, le di mi consentimiento al verle tan feliz, pero me apenaba mucho que cuando cantara Misa a lo mejor me lo mandarían a alguna Misión y ya no lo volvería a ver. Así que antes de llevarle yo misma, traté de convencerle para que hiciese la carrera de cura; pero, por más cargas que le hice, no lo pude conseguir. Traté hasta apelar a sus buenos sentimientos, diciéndole: “Tanto como me quieres, ¿no piensas que algún día  se casarán tus hermanos  y yo me quedaré sola?” Y me contestaba: “Mis hermanos son mejores que yo, te quieren mucho y no te dejarán nunca sola. Es Dios quien lo quiere, mamá, no sufras ni me hagas sufrir. Bastante he luchado  más de un año. Sé generosa y dale a Dios lo que es de Él más que tuyo”.

Por fin, junior en Urnieta

Al fin lo llevé a Urnieta y, al despedirme de él en la estación, (a pesar de que mientras estuve allí procuré estar alegre), al separarme  de él no pude más y me vinieron las lágrimas. Él me hizo reír con sus ocurrencias: “Verás qué contenta estarás cuando veas a tu hijo Obispo misionero con unas barbas así”, y señalaba la cintura.
Pasó su primer año escribiendo en cada carta más contento. Llegaron las vacaciones y vino cambiadísimo física y moralmente, rebosante de salud y alegría.
Los primeros días los pasamos en Valladolid. Su ocupación era: por la mañana temprano ir a Misa y comulgar en la Parroquia. Muchos días solía ir también a Misa en que se exponía el Santísimo o para la Adoración Perpetua. Por la tarde iba a la Reserva y Bendición y allí cantaba con los sacristanes y lo mismo hacía en las procesiones. Enseguida adquiría amistad con los sacerdotes de la Parroquia.

Misionero en su pueblo natal, Tiedra

Luego nos fuimos al pueblo (Tiedra) a pasar el verano. Allí hacía la misma vida con respecto a la iglesia. Por la tarde salía con sus amigos de paseo a los que quería mucho y ellos lo querían mucho a él. Después he sabido que muchas veces le daban guerra por ver si le hacían perderla vocación, pero él dicen que nunca perdía la paciencia. “Lo que siento es no poder estar más tiempo con vosotros, que, si así fuese, yo sí que os convencería”.
Algunos de estos amigos eran muy fríos en cuanto a la religión, pero llegó el día que empezó la novena de S. Roque y la hacían al anochecer cuando estaban de paseo. En cuanto sentían tocar las campanas, les decía: “Yo voy a la novena. Si alguno quiere venir…” El primer día fueron algunos de los más formalitos, y cada día fue atrayendo alguno más, hasta que los últimos días ya iban todos, cosa que causó la admiración del pueblo, por tratarse de que algunos eran chicos cultos, pero fríos en religión como antes dije.

En la muerte de un amigo

Aquel mismo verano murió un amigo de él, al que durante su enfermedad visitaba todos los días, y el día del entierro al regresar del cementerio la gente (iba) a dar el pésame a la familia a la casa mortuoria. Al ver que todos iban saliendo sin rezar, se puso a la puerta de la calle y levantó la voz  cuanto pudo para que lo oyeran los que ya marchaban y dijo: “Que se queden los que lo deseen, voy a rezar el rosario por mi amigo Nicanor (que en paz descanse), y con toda la fuerza de su voz rezó el rosario con la mayor serenidad. Era un entierro de muchísima concurrencia, de una de las familias más largas y pudientes del pueblo, así que en el acompañamiento iban todos los funcionarios y muchos señores de carrera  y todos se quedaron a rezar.
Yo no tuve la suerte de presenciar aquel acto de mi querido hijo (que tratándose del entierro que era fue un rasgo verdaderamente heroico). Estaban entonces enferma y desde el entierro fueron muchas señoras a verme y a contarme admiradas o que habían presenciado y me decía: “No podemos menos de darte la enhorabuena. ¡Qué hijo tienes! ¡Qué bueno, qué valiente! Parece mentira, él, tan bueno y tan humilde, que haya mostrado tal entereza de carácter”. Todos los que asistieron al entierro hacían el mismo cementerio y muchos me felicitaron.

Prenovicio en Frómista

Los dos años siguientes, antes del Noviciado, transcurrieron igual, demostrando cada vez más y con mayor alegría su gran vocación. Estos dos últimos años ya no íbamos nosotros a Tiedra y él pasaba la mayor parte de las vacaciones  en Frómista en casa de sus tíos (ya no vivía la abuela) y allí se hizo popularísimo.
Tenía mucha devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y en Frómista celebran su fiesta muy solemnemente el día de S. Pedro y hacen la procesión por el pueblo.
El mismo día que llegó reunió a casi todos los chicos y con los que cantaban mejor formó un coro muy numeroso que cantó muy bien en la procesión y en el coro los motetes al Sagrado Corazón. Algunos de aquellos chicos, hoy ya hombres casados, siguen cantando en las fiestas de la Iglesia y con qué cariño nos lo recuerdan todos cuando vamos a Frómista.
El último de esos veranos murió el padre del señor cura Párroco y las tres últimas noches de su enfermedad (y cuando) estuvo de cuerpo presente las pasó ayudando a dicho Sr. y a sus dos hermanas ya muy mayores y delicadas de salud.
Esta familia no se cansaba de alabar su buen corazón y agradecerle las pruebas de cariño y consuelos que les había dado. El Sr. Cura le regaló cuando fue al Noviciado la vida de S. Agustín en dos tomos muy bien encuadernados que llevó al Convento.
Datos de estos serían interminables de contar, pues desde niño tuvo un corazón muy compasivo y cariñoso para con todo el mundo y aún antes  de seguir su vocación allí donde había una pena y él tenía confianza, allí se encontraba consolando, rezando y haciendo rezar.

Ante la quema de conventos

Aún le tocó pasar contrariedades o disgustos. Poco antes de entrar en el Noviciado, fue cuando le mandaron a casa con ocasión de aquellos disturbios en que quemaron tantos Conventos. Yo hice cuanto pude porque se quedara en casa, pues tenía una pena terrible pensando qué sería de él. Parecía que un Ángel me anunciaba que siguiera su vocación, pero que lo dejara para cuando renaciera la calma en nuestra Patria, aquello era superior a mis fuerzas; me parecía que era entregar yo misma a mi hijo para que lo mataran.
Entonces yo sufrí horrores, pero a él le hice sufrir mucho también; algunos días venía de comulgar y con una resignación que hacía daño decía: “No llores ni sufras más, mamá, haré lo que quieras”. Bien comprendía yo que lo hacía por tranquilizarme y así fue. Me pidió que le dejara ir a pasar unos días a Frómista y le dejé.
Allí pasó una temporada feliz con su buen amigo el Sr. Cura Párroco (que es un verdadero santo y que está retirado a su pueblo enfermo, se llama D. Amesio), que lejos de quitarle su idea se la alababa y  aún le animaba a convencerse.

Noviciado, primera oblación

Por fin volvió a casa tan contento y hasta más grueso; y legó el día que le volvió a llamar el P. Superior (P. Blanco) y aquel día me dijo con la mayor entereza: “¿A quién debo obedecer, mamá? Tú misma me has enseñado desde que era niño que antes que a los padres es a Dios a quien tenemos que amar y obedecer, así que tú, tan buena cristiana, no creo que te opongas a lo que Él me pide”.
Yo creo que él debió en todo ese tiempo pedir mucho por mí, porque yo misma me extrañaba con la facilidad que cedí. Fui yo a llevarle a Las Arenas. Allí el P. Blanco me tranquilizó mucho diciendo que ya estaba todo normal y n o creía que se metieran con ellos, porque sólo se ocupaban en hacer bien al prójimo, socorrer a los obreros parados sin preguntarles su filiación política. Al despedirme le dejaron venir conmigo a la estación de Bilbao. Allí me dio el Crucifijo pequeño que le dieron en Urnieta y me dijo: “Bésale muchas veces y, venga lo que venga, piensa que todo lo que suframos por Él, por mucho que parezca,  será muy poco par lo que Él nos ama y sufrió por nosotros”.

Pozuelo, oblación perpetua y total

A esto le sucedió una época de calma; pasó al Escolasticado de Pozuelo, allí fuimos muchas veces a verle sus hermanas y yo. Siempre le encontrábamos tan dichoso y anhelando que llegara el día de cantar su primera Misa.
¡Con qué alegría escribía  cuando hizo los votos perpetuos! La primera vez que fui a verle me dijo: “¿Estás contenta, mamá? ¿A que sientes mucha alegría por tener un hijo consagrado a aganar almas a Dios?” Y yo también me sentía feliz, sobre todo por verle a él tan contento. Me decía: “Ahora sí que estoy seguro de haber logrado mi anhelo. Pase lo que pase, seré Oblato de mi Madre María Inmaculada”.
Llegó el 36 y el 18 de Julio pasamos tres horas con él. A las diez de la noche su hermano mayor, su hermana y yo nos despedimos de él para siempre.
Perdone que no pueda seguir más adelante. Todo lo que siguió después, el P. Monje, el P. Villalba y el P. Cincunegui pueden darle muchos datos de lo que precedió a su gloriosa muerte. Yo le ofrecí a Dios de todo corazón y Él me lo aceptó, sea mil veces bendito.
                                                            Su madre Catalina Moslares

La abuela Catalina en  Navas de Oro  (Segovia) , con su hija Rosalía (a quien su hermano Publio dedicó varios de sus pomas), su yerno Juan  y  sus nietos, de izqda. a dcha: Carmina, Henar, Rosina, Publio y  Fuencisla

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