domingo, 2 de noviembre de 2014

El Provincial, un padre celoso y arriesgado





Testifica, bajo juramento, Mons. Acacio Valbuena Rodríguez, 77 años, nació en Horcadas-Riaño (León). Estado y profesión: sacerdote y religioso profeso de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, prelado de la Prefectura Apostólica del Sáhara Occidental. Residencia: Misión Católica, El Aaiún (Sáhara).

Observaciones sobre el testigo y contenido de su deposición: Da testimonio como sacerdote y religioso oblato del conocimiento directo de algunos Siervos de Dios. Es de subrayar la información que ofrece sobre la vida religiosa en los años de la guerra y los inmediatamente posteriores.
A continuación, su testimonio:


Mons. Acacio Valbuena OMI, en su visita "ad límina"  (Roma, 10.06.2007)


Pertenezco al mismo instituto religioso que los Siervos de Dios: Misioneros Oblatos de María Inmaculada. No tengo parentesco con ninguno de ellos.
       Tengo un conocimiento directo y personal con el P. Francisco Esteban, como Superior y profesor de religión en el Seminario Menor de Urnieta, durante el curso 1933-34. En ese mismo lugar y en la misma fecha conocí a los Siervos de Dios: Daniel Gómez Lucas, Justo Fernández González, Pascual Aláez Medina y Clemente Rodríguez Tejerina que eran de unos cursos superiores a mí, pero seminaristas menores como yo. Tengo conocimiento por referencias de todos los demás Siervos de Dios Oblatos por los que fueron sus compañeros y hermanos de religión. Al Siervo de Dios, Cándido Castán San José lo conozco por referencias de mis hermanos en religión. La fuente de mis conocimientos es el trato personal tenido con los Siervos de Dios.

Humus y germen vocacional de nuestros Mártires

       Sobre el origen y desarrollo de la vocación de todos los Siervos de Dios Oblatos puedo decir que Dios los llamó durante su adolescencia (11 a 14 años), desde la religiosidad de unas familias cristianas, en unas parroquias con feligreses mayoritaria o totalmente fieles a las prácticas cristianas, siguiendo el ejemplo de otros adolescentes y alentados por celosos párrocos que procuraban elegir para la Iglesia a aquellos adolescentes en quienes veían o adivinaban una actitud o propensión para el Sacerdocio o la Vida Religiosa.

Seminario menor: vida de piedad y comportamiento

       Puedo decir que la tónica general en cuanto a comportamiento en estudios, piedad, urbanidad, virtudes humanas en general, eran de mucha exigencia, en un plan progresivo, constatado por frecuentes calificaciones públicas que se leían cada quince días al grupo.
       Respecto a la vida de piedad, se tenía la Misa diaria, la comunión diaria normalmente, la confesión semanal, con un confesor libremente elegido al principio de cada curso, media hora diaria de formación espiritual, acentuando la Exposición solemne del Santísimo, el rosario a la Santísima Virgen todos los días y celebración muy especial de las principales fiestas marianas.
      En cuanto al comportamiento durante las vacaciones, se procuraba que estuvieran en buena relación con los párrocos y que siguieran una vida de piedad regular. Una buena parte de los párrocos procuraba informar al final del verano del comportamiento de los seminaristas en sus pueblos.
       Todo lo que he declarado lo he sabido porque yo mismo lo he vivido con los Siervos de Dios Oblatos.

Noviciado: preparación para la vida religiosa

       No hice el Noviciado con ninguno de ellos, pero el que yo hice fue semejante al de ellos, que se caracterizaba por la preparación formal y explícita para la Vida Religiosa bajo la dirección del Maestro de Novicios, de algunos sacerdotes socios o ayudantes de dicho Maestro, a base de un trabajo comunitario y personal, según las exigencias del Derecho Canónico y de las Reglas.

Seminario mayor: vida escondida en la casa de Dios

       Puedo decir que los Siervos de Dios vivían en una Comunidad constituida por estos tres subgrupos de religiosos: el grupo de superiores y profesores, el grupo mayoritario de religiosos estudiantes filósofos y teólogos, y el grupo reducido de hermanos coadjutores, que vivían formando los tres grupos una sola Comunidad, con asistencia común a la oración, oficio divino, lecturas espirituales, culto, comedor, etc., cuya misión principal era la preparación para el sacerdocio mediante esta vida de dedicación y regularidad, en lo escondido de “la Casa de Dios”, sin más proyección exterior que una medida y reglamentada colaboración pastoral en catequesis, capellanías y parroquia.
       Todo esto lo he sabido por experiencia personal y referencia, mil veces comentada y detallada, con los supervivientes de aquella Comunidad de 1936.

Apostolado y ministerios diversos

       Sobre el ministerio apostólico y sacerdotal puedo decir que el Siervo de Dios Francisco Esteban era el Superior Provincial, en la sede de la Casa Provincial de los Misioneros Oblatos, y que, además de la dirección y gobierno de la Provincia, tenía como ministerio apostólico y sacerdotal la asistencia a las comunidades religiosas femeninas y a colegios. En cuanto al P. Vicente Blanco y demás sacerdotes de Pozuelo, por prescripción de la Regla, se dedicaban casi exclusivamente a la dirección y enseñanza de las disciplinas eclesiásticas en el Seminario; algunos de ellos tenían también a su cargo algunas capellanías de comunidades religiosas. A los profesores del Seminario se les consideraba muy competentes, al mismo tiempo que religiosos ejemplares, subrayándose por parte de todos los que les conocían la ejemplaridad religiosa, humildad y austeridad del P. Vicente Blanco, Superior de la Comunidad.
       Los hermanos coadjutores tenían trabajos al interior de la Comunidad, dentro de una vida humilde y regular, ocupándose de tareas como portería, sastrería, cocina, etc. Eran cooperadores en la formación de futuros sacerdotes con su ejemplo, su interés, su entusiasmo y su oración.
       En cuanto a los estudiantes, entraban en diferentes escalas de órdenes menores y mayores: había sacerdotes, diáconos, subdiáconos; estaban totalmente dedicados al estudio y a la propia formación con el propósito y la ilusión de ser sacerdotes y misioneros.
       Todo esto lo he conocido por el trato que he tenido y esta misma vida compartida con los supervivientes que formaban parte de la Comunidad de los Siervos de Dios.

Clima de hostilidad

       El ambiente socio-político que existía en Madrid y en sus alrededores a mediados de 1936 era de pre-revolución, de gran convulsión política y social, producida por los acontecimientos, y claro preanuncio de guerra y revolución violenta. Esto lo he sabido porque yo mismo viví el ambiente que se respiraba, no sólo en Madrid, sino también en el resto de España.
       En cuanto al clima reinante en Pozuelo de Alarcón frente a la Comunidad de los Misioneros Oblatos era de respeto y unión por parte de los cristianos practicantes y aún de los no creyentes, y de clara animosidad y de amenazas por una parte de la población, políticamente muy extremista, y en clara actitud hostil para con todo lo eclesiástico y lo sagrado. Este clima de hostilidad era un reflejo de lo que sucedía en toda España.

El convento convertido en prisión

       Los Siervos de Dios de la Comunidad de Pozuelo fueron detenidos en su mismo Convento, convertido en prisión los días 19 o 20 de julio. La única causa que existía para la detención era el ser ellos religiosos y la casa la de una Comunidad religiosa. La misión que tenían al ser detenidos era la propia de sacerdotes y religiosos que estaban formándose para el sacerdocio. Por lo tanto, su trabajo no tenía ninguna significación política y ninguno se dedicó a actividad política alguna.
       Sobre si preveían su detención se puede decir que se preveía como posible si se precipitaban algunos acontecimientos. Si pudieron evitar el ser detenidos, la Comunidad que vivía en Pozuelo en 1931 hubo de ser trasladada a Urnieta, con ocasión de la quema de conventos en Madrid. Ya los más veteranos, como los hermanos coadjutores, ya habían experimentado este traslado. En julio de 1936, según el testimonio de uno de los supervivientes, el P. Porfirio, tengo oído que los superiores se plantearon la cuestión de enviar fuera a los estudiantes, pero finalmente tomaron la determinación de permanecer en el Convento. La razón, para mí, estribaría en el hecho de que, al tratarse de una medida tan excepcional y singular, que suponía deshacer la Comunidad y exponer la vida de todos los estudiantes, ya que lo que sucediera en Madrid iba a suceder en toda España, a los superiores les pareció más religioso y más prudente esperar a los acontecimientos.
       Los milicianos invadieron el Convento y los religiosos fueron recluidos en el comedor, quedando allí inmovilizados vigilados por milicianos armados con escopetas y fusiles, que les acompañaban en esa actitud de vigilancia armada incluso cuando los religiosos iban al baño. Sé que el 23 de julio por la mañana, habiendo pasado los religiosos la noche en el dormitorio, igualmente custodiados por milicianos armados, fueron a la Capilla a hacer la oración de la mañana, y que procedieron sin misa, por indicación e invitación del P. Superior, Vicente Blanco, a recibir la comunión, en espíritu de comunión-viático, según los comentarios de los propios supervivientes, consumiendo en ella todas las formas consagradas. Sé también que el P. Vicente Blanco, al final de esta conmovida comunión, dijo sollozando a los otros dos sacerdotes que le habían asistido: “¡Qué será de esta casa, ahora sobre todo, que no tenemos al Señor con nosotros!”. Todo lo he sabido por los propios supervivientes con los que conviví en los años posteriores a la Guerra Civil Española. Sé que, ya el primer día, después de la ocupación de la casa y registro y recorrido por salas y habitaciones, comenzaron a ser arrancados por los milicianos y arrojados al suelo, en pasillos y corredores, crucifijos y cuadros religiosos. En las habitaciones de los superiores y profesores se instalaron mandos y jefatura, y se constituyó una especie de tribunal, y en él fueron sometidos a interrogatorios personales y aislados el P. Superior y otros tres profesores y algunos estudiantes.

Se animaban unos a otros

       También conozco, por haberlo oído igualmente a quienes lo vivieron, que a los Siervos de Dios, en medio de todas estas cosas que no entendían, recluidos allí todos juntos, oyendo ruidos, gritos, entrar y salir de milicianos, sólo les quedaba ofrecerse a Dios cada uno en particular, invitarse unos a otros a lo mismo con discreción y rezar. También que, cuando la noche última los pusieron a todos en fila en el corredor y llamaron a los siete Oblatos que ya no volverían, pensaban que los iban a llevar sucesivamente a todos.
       Igualmente puedo decir que, como reflejo de los sentimientos con que vivieron esas horas y, en dichas horas, los momentos de mayor interrogante, la mejor expresión la encontramos en lo que dejo escrito uno de ellos, superviviente, sobre el momento en que se vieron todos ya subidos en el camión de los Guardias de Asalto que llevarían a los supervivientes a la Dirección General de Seguridad, ya sin los siete Oblatos desaparecidos, dice: “Hubo absoluciones y hubo lágrimas. Salimos con nuestra Cruz de Oblatos, queríamos morir abrazados a ella”.

Un seglar, padre de familia, inmolado con los Oblatos

       Respecto al seglar Cándido Castán, no le conocí personalmente, pero por el hecho de haber sido compañero de muerte de los siete Siervos de Dios Oblatos sacados de la casa de Pozuelo, tal y como ya he hecho referencia, mis conocimientos son los siguientes. De los Oblatos supervivientes que le habían conocido coincidían en afirmar que era católico practicante, miembro y presidente alguna vez de un Círculo de Obreros Católicos y buen padre de familia; incluso supe, por las mismas fuentes, que en los años de la República puso en juego su bienestar y el de su familia, dando cobijo en su propia casa a dos jesuitas, cuando la expulsión de la Compañía de Jesús de España. Detenido el 23 de julio en su domicilio fue llevado como prisionero a nuestro Convento, que también había sido convertido en prisión, y allí en la madrugada del 24 de julio fue incluido en el grupo de los siete Oblatos y llevado con ellos a la muerte.
      
Liberados, pero nuevamente detenidos

Puedo decir que el conjunto de los Siervos de Dios Oblatos, exceptuados los siete anteriormente mencionados, vivieron en tres lugares antes de caer en prisión. Algunos, con el P. Francisco Esteban, fueron a refugiarse a la Casa Provincial, otros a casa de familiares, y otros a pensiones o casas de familias conocidas.
       El P. Francisco Esteban Lacal estaba en la calle Diego de León, número 32, hasta el 9 de agosto. Allí encontraron refugio, desde los últimos días de julio hasta el 9 de agosto, un grupo de los Siervos de Dios provenientes de Pozuelo. El 9 de agosto, incautada la Casa Provincial por una organización gubernamental, dependiente del Ministerio de Educación, el P. Francisco y sus hermanos en religión se refugiaron todos en una pensión de la calle Carrera de San Jerónimo, y allí estuvieron hasta el 14 de octubre, fecha en que fueron detenidos y encarcelados.

Labor arriesgada y heroica del Provincial


Refiriéndome especialmente al P. Francisco Esteban, puedo decir que ya en los últimos días de julio no se escondió ni recluyó en la Comunidad, en aquel Madrid revuelto y peligroso, sino que salía frecuentemente interesándose, por una parte, por las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, residentes en Hortaleza, en un noviciado lleno de novicias jóvenes, por otra parte, también se interesó (sobre todo) por sus propios religiosos de Pozuelo traídos ya a Madrid y escondidos en distintos sitios. Cuando se le advertía que no podía arriesgar tanto decía, refiriéndose a las religiosas, que en ellas había que salvar algo más precioso que la vida. En una de estas salidas, en que acompañaba a una de ellas a casa de la familia de la misma, fueron detenidos por una patrulla. Cuando estaban siendo llevados a un “Tribunal Popular” el chofer se negó a ello y los llevó a una comisaría. Allí, en el interrogatorio, el P. Francisco Esteban declaró a la primera que era sacerdote y religioso, y lo que estaba haciendo. Tal sinceridad hizo que uno de los funcionarios le dijera algo así: “Pero hombre de Dios, diga usted que es profesor u otra cosa, pero no: sacerdote”. Todo esto lo he sabido concretamente por el P. Mariano Martín, superviviente, que ya falleció. En esto anduvo el P. Francisco Esteban, hasta su detención definitiva, también cuando él mismo estaba refugiado en la pensión de la calle de la Carrera de San Jerónimo, atendiendo a las necesidades materiales y espirituales de los suyos, velando porque estuvieran asistidos espiritualmente, en salidas y movimientos llenos de audacia y habilidad.

Cómo vivían en la clandestinidad

       Los Siervos de Dios estuvieron juntos en tres grupos: en la casa del sastre de la calle Gómez Baquero, quien hacía las sotanas y otros vestidos a la Comunidad, se refugió el P. Blanco con un grupo de los estudiantes de Pozuelo; otro grupo más pequeño se refugió en una casa particular en la calle de Magallanes número 3, presidido y dirigido por el Siervo de Dios, José Vega Riaño; y, finalmente, el ya mencionado grupo del P. Francisco Esteban.
       Gracias a la presencia en cada grupo de un sacerdote, religiosos como eran, pudieron mantener su vida religiosa, a su manera, en los diferentes lugares de refugio, y gracias a la organización clandestina de la Iglesia en la ciudad, recibir la comunión con formas consagradas que se llevaban ocultamente. Por ejemplo, a los refugiados en la casa del sastre, el día 12 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Pilar, alguien les hizo llegar unas formas consagradas, probablemente fuera el P. Francisco Esteban o el P. Mariano Martín. Dicen los que lo vivieron que pasaron el día en oración por turno y, atardecido, comulgaron. Comentaban después que fue para ellos otra comunión-viático, porque al día siguiente fueron detenidos y llevados a la Cárcel Modelo.
       La vivencia de todos estos días transcurrió en medio de muchos temores, estrecheces, sobresaltos, y siempre agradecidos a aquellas buenas familias cristianas, que no sin mucho riesgo, les habían proporcionado refugio.

En la Cárcel Modelo y en San Antón

       Los Siervos de Dios fueron detenidos entre el 13 y el 15 de octubre en los lugares donde estaban refugiados, excepto el P. José Vega que fue detenido hacia el día 7 u 8 de octubre y fue llevado a un tribunal, y consiguió que no fuese juzgado allí porque se encontraban entre los componentes de dicho tribunal personas de Pozuelo que le habían estado persiguiendo. Él, como los demás Siervos de Dios, fue llevado a la Cárcel Modelo. El P. José Vega con el hermano Serviliano fueron sacados de la misma Cárcel Modelo los días 7 u 8 de noviembre y conducidos a Torrejón de Ardoz o Paracuellos del Jarama, donde fueron fusilados. Los demás Siervos de Dios fueron trasladados hacia el día 14 o 15 de noviembre al Colegio de los Escolapios de San Antón que lo habían convertido en cárcel, conocida vulgarmente como “Cárcel de San Antón”.

Caridad recíproca y preparación para el holocausto

       Sobre la vida en prisión apenas sé nada referido a cada uno de ellos en particular. Pero sí puedo afirmar en general, que en aquel maremagnun de tantos y tan precipitadamente detenidos, amontonados en celdas, nuestros Siervos de Dios estuvieron mezclados entre ellos de modo muy heterogéneo: religiosos con otros religiosos de otras congregaciones que llegaban entre ellos a conocerse, religiosos con civiles, y que las penalidades de la vida en la prisión eran mayores en estas circunstancias, dándose también frecuentes gestos de caridad entre ellos para aliviar a los más sensibles al frío, o más delicados de constitución, o más afectados psicológicamente por aquella situación. Un hecho concreto de estos gestos es que el P. Francisco Esteban, que disponía de un buen abrigo que le habían regalado, se lo entregó inmediatamente al P. Delfín Monje; esto mismo me lo dijo el mismo P. Delfín.
       Por otra parte, en espacios de breves semanas que estuvieron, sea en la Cárcel Modelo, sea luego en la de San Antón, coincidió con los días de las “sacas” y fusilamientos sucesivos, y fueron días en que se preparaban con la oración confortándose mutuamente para la muerte posible, y posiblemente próxima, y se despedían precipitadamente al ser llamados con abrazos, absoluciones, bendiciones. En detalle, sabemos por el P. Mariano Martín y Porfirio Fernández, ambos supervivientes, que el hermano Serviliano Riaño al ser “llamado” y pasar por delante de la celda del P. Mariano Martín, le dijo: “Padre, que me llevan. Deme usted la absolución”. Y en el pasillo pudo despedirse de del hermano Porfirio abrazándole y diciéndole que le despidiera de sus padres. Este era el clima espiritual general. Esto lo sé por los relatos de otros religiosos que compartieron prisión con los nuestros y algunos de ellos sobrevivieron.

Preveían y aceptaban el martirio

       Por todo lo que he oído a mis hermanos Oblatos supervivientes, afirmo claramente que los Siervos de Dios preveían la muerte violenta, como una probabilidad, incluso como la mayor probabilidad, desde que en los últimos días de julio del 36 se vieron detenidos, cautivos, recluidos y, posteriormente, llevados a comisarías, sometidos a interrogatorios. Dicha previsión subió de grado hasta aproximarse a la seguridad de saber que les iban a hacer morir, ante la muerte de sus propios compañeros de la Comunidad de Pozuelo, y compañeros de celda de las Cárceles Modelo y de San Antón, cuando eran llamados y ya no regresaban. También creo que, ante esa clara previsión, reaccionaron aceptando cristianamente la muerte, preparándose para ella personalmente, compartiendo entre ellos estos sentimientos de aceptación y ofrenda. Así lo hicieron también, y nos lo pudieron decir, los hermanos supervivientes. Igualmente, por lo oído a los supervivientes que compartieron la prisión, estaban dispuestos para el martirio, creían que Dios se lo estaba pidiendo, y ofrecían así sus vidas por la Iglesia universal y por la Iglesia de España.

Absolución a las víctimas y perdón a los verdugos

       Sobre la muerte de los fusilados el 28 de noviembre en el Cementerio de Paracuellos del Jarama también se nos ha relatado repetidas veces cómo el que parecía ser un superior cuya descripción coincide, en lo físico y en lo moral, con la del P. Francisco Esteban, pidió la autorización para bendecir a sus hermanos y se le fue concedida. Después de despedir a sus compañeros y darles la absolución pronunció en alta voz estas palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos, lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de todo corazón. ¡Viva Cristo Rey!”. Este relato se lo contó, a los padres Mariano Martín y Emilio Alonso, el enterrador.

Fama de martirio: “somos hijos de santos”

       Acerca de la fama de martirio, pienso que ha sido una realidad innegable desde los primeros momentos. La simple noticia de su muerte, dentro de una persecución de tales características, se convirtió inmediatamente en “fama de martirio”. Así se calificaba cuando se comunicaba la noticia a sus familiares y así fue ratificada, en general, esta fama de martirio por los obispos en sus cartas y actuaciones pastorales, ya en aquellos meses de 1936, y es que el mismo papa Pío XI afirmaba de ellos en noviembre de 1936 que eran “verdaderos mártires en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra”. Entre nosotros, los Oblatos, desde el primer momento se ha hablado siempre de “nuestros mártires”, aunque en ansiosa espera y dócil acatamiento del pronunciamiento oficial de la Iglesia. Me parece bien añadir que en 1939 o 1940, pocos meses después de la reanudación de la vida del Escolasticado en Pozuelo, tuvimos la visita canónica del P. Hilario Balmés (Asistente General) y, en el mismo lugar de donde habían salido estos hermanos nuestros para la muerte, nos exhortaba a la virtud en la lectura espiritual diciéndonos a los escolásticos: “¡Filii sanctorum sumus!” (Somos hijos de santos).
       Desde el principio he conocido casos, yo mismo lo he hecho, de personas que se han encomendado a los mártires y que les rezan. De una manera especial yo rezo a los padres Francisco Esteban y Vicente Blanco, por el testimonio que me brindaron.


Mario León Dorado OMI, sucesor de Mons. Acacio Valbuena, 
es el actual Prefecto Apostólico del Sáhara Occidental.



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