viernes, 18 de octubre de 2013

Otro Justo más, éste de Tierra Estella




Justo Gil Pardo, hijo de una familia tan religiosa como numerosa (once hermanos), nació en Luquin o Lukin, una simpática localidad de Tierra Estella, que conserva orgullosa sus dos iglesias monumentales en las que Justo, de niño y adolescente, ayudaba a Misa como acólito. En ese clima de familia y en esa tierra fecunda, entonces, en vocaciones, no era de extrañar que soñase con subir un día al altar como sacerdote. Para ello, lo normal era llamar a las puertas del seminario diocesano de Pamplona. Pero a Justo no le bastaba ser cura, quería ser misionero en tierras lejanas, como su paisano S. Francisco Javier, Patrono de las Misiones. Dios se sirvió de un celoso sacerdote de Estella, D. José María Solá, que ya había orientado al estellés Gregorio Escobar hacia los Misioneros Oblatos, para ofrecerle la oportunidad de realizar ese segundo sueño. Fray Pedro, el benjamín de la familia, monje Benedictino del legendario y real monasterio de Leyre, fue el testigo más cualificado en el proceso diocesano de canonización. Si te interesa su testimonio, puedes leerlo clicando en Más información…

Monasterio benedictino de Leyre, Navarra

Un santo triste es un triste santo
La alegría no está reñida con la santidad, decía Justo


Datos generales del testigo

Me llamo Pedro José Gil Pardo, nacido el 24  de Noviembre de 1929 en Luquin   (Navarra), hijo de Jesús y Vicenta, religioso profeso en la Orden Benedictina, domiciliado en el Monasterio de Leire (Navarra) diócesis de Pamplona. Soy el hermano menor del Siervo de Dios Justo Gil Pardo. Mi trato con él fue muy poco ya que cuando yo nací, mi hermano ya había ingresado en el Seminario Menor de Urnieta y tengo un vago recuerdo de una vez que vino a casa de vacaciones. Todas las referencias son de mi madre y lo que pude oír en comentarios de familia.
                   
Conocimiento de la familia del Siervo de Dios

Nuestros padres se llamaban Jesús y Vicenta. Mi padre era albañil y mi madre se encargaba de las labores de la casa. Éramos once hermanos. La conducta moral y religiosa de mis padres respondía a la de unos verdaderos cristianos practicantes. Cuando falleció mi padre decían de él que había muerto la mejor persona del pueblo. Él mismo solicitó del párroco la Unción pocas horas antes de morir. Mis hermanos son también católicos practicantes.

Sobre las relaciones que mantenía Justo con la familia, eran muy buenas y de preocupación sobre todo por los hermanos más pequeños, en concreto por mí. Yo tuve problemas al nacer y su preocupación por mi salud era constante. Esto lo sé por lo que me contaba mi difunta madre.

Su padre era un "Auroro"  

En mi familia existía gran devoción al Cristo del pueblo así como a la Eucaristía y a la Santísima Virgen; también era mi padre quien se encargaba de hacer el “Canto de la Aurora” que consistía en que cuatro o cinco hombres cristianos iban por todo el pueblo cantando un cántico de alabanza, y con una campanilla iban anunciando al pueblo las grandes solemnidades, o acontecimientos como podían ser cantamisas, difuntos, etc.

Justo destacó por su devoción a la Santísima Virgen y por su caridad ya que, por lo que me ha referido mi madre, cada vez que venía al pueblo se preocupaba de los distintos enfermos que pudiese haber e iba a visitarles. En las fiestas de la Virgen, en el novenario, que en el pueblo se celebraban muchas misas, ayudaba en todas.
     

Infancia y adolescencia

Según referencias de mi madre, mi hermano se preparó para la primera Comunión de una manera especial. Esta preparación la recibió en el Colegio de las Hijas de la Caridad que había en el pueblo. En la catequesis fue ejemplar y siempre asistía a la misma.

Sobre su vocación religiosa, mi hermano mostró siempre vocación hacia el sacerdocio e incluso pensó entrar en el seminario pero su vocación también era misionera y, por medio de un sacerdote secular de un pueblo vecino llamado José María Sola, que ya había enviado a otros chicos a los Oblatos, orientó al Seminario de los Oblatos a mi hermano. Cuando ingresó en los Oblatos tenía unos quince años.

En el Seminario Menor
     
Por los datos que tengo, mi hermano era en la comunidad una persona muy amable e ingeniosa. Era muy buen estudiante y la relación con sus superiores era buena, así como con sus compañeros. En esta época puedo decir que le comentaba a mi madre, que él quería irse muy lejos de misionero.

En el Seminario Mayor o Escolasticado

Por referencias de mi madre, sé que tenía una ilusión enorme por ser sacerdote y ordenarse. Se  ordenó de subdiácono, y no puedo precisar si llegó también a ordenarse de diácono. Era tal la ilusión que él tenía por ordenarse de sacerdote, y que se vivía también en la familia, que en casa tenían el alba para dicha ordenación, que había sido confeccionada por mi hermana con ayuda de las Hijas de la Caridad. Dadas las circunstancias que ocurrieron posteriormente ese alba estuvo muchos años colgada en el armario de mi casa hasta que fue entregada a la parroquia. Era buen organista y cuando faltaba el organista primero tocaba él, ensayaba los cantos y esta actividad también la desempeñaba en el pueblo cuando iba.


Detención

El ambiente sociopolítico que existía en Madrid y sus alrededores en julio de 1936 era terrorífico y de odio hacia todo lo que fuese religioso. El clima que se respiraba en Pozuelo, en concreto contra los Misioneros Oblatos, era exactamente igual de odio a todo lo religioso y persecución contra ellos, y el hecho está en que al poco de comenzar la guerra tomaron el Convento. Justo fue detenido, juntamente con todos sus compañeros el día 22 de julio. Digo detenido porque convirtieron el Convento en una cárcel. Dada la situación en que se vivía pienso que preveían la detención y no la pudieron evitar. Los que los detuvieron fueron los milicianos de Pozuelo, conducidos por uno que se llamaba Arturo Porras, el cual se hizo dueño de todo el Convento. Todo esto lo sé porque, tanto en aquellos años de la guerra como en los de la posguerra, mi hermano mayor Raimundo y su esposa Teresa Fernández vivían en Madrid. En los años de la posguerra, mi madre vino a Madrid a enterarse más claramente cómo había sido la muerte de su hijo Justo; incluso estuvo en Paracuellos y cogió unas piedras que yo conservo en el Monasterio. Ellos, que ya habían sido preparados espiritualmente por los Superiores, se dieron cuenta de que iban a matarlos y aceptaron la voluntad de Dios.

     Vida en la clandestinidad y en la prisión

Cuando los milicianos se apoderaron del Convento, dos días después, el 24 de julio, condujeron a toda la Comunidad a la Dirección General de Seguridad, donde los interrogaron y dejaron libres teniéndose que refugiar cada uno donde pudo. En concreto, y según documento que poseo y cuya fotocopia he entregado a la postulación, firmado por mi cuñada, Teresa Fernández, mi hermano fue a su casa. Estuvo oculto en ella durante nueve días hasta que los comentarios de la vecindad hacían peligrar tanto la vida de Justo como la de Raimundo y su esposa Teresa. Por esta razón, Teresa llevó a mi hermano Justo a la Casa Provincial de los Oblatos en (la calle) Diego de León 32, donde le acogieron y estuvo hasta el día siguiente en que pasó a una pensión cuyos dueños eran conocidos de mi hermano Raimundo, pensión situada en la calle Larra nº 9. Mi hermano conocía la pensión porque daba clases de música a uno de los hijos de los dueños. En esa pensión estuvo durante dos meses y medio: desde el 1 de agosto al 15 de octubre de 1936. Lo detuvieron como consecuencia de un registro general  y lo llevaron a la Cárcel Modelo. Por referencias de mi madre, supe que mi hermano estuvo en la Cárcel Modelo y en la Cárcel de San Antón; que habían sufrido mucho, tanto físicamente, por hambre y frío, como moralmente, sobre todo, cuando escuchaban las listas de los que llamaban para sacarlos de las cárceles y matarlos. Fue un verdadero calvario que mi hermano llevó con resignación.

El martirio

Yo creo que, desde el principio, mi hermano previó el martirio y lo llevó con resignación. Lo preveía por el ambiente en que vivían y por los otros compañeros de cárcel que estaban sacando para matarlos. Sobre su reacción ante el martirio, según referencias de mi madre, lo llevó con resignación y aceptación de la voluntad de Dios. En concreto, mi madre decía que mi hermano sabía que lo iban a matar y lo aceptaba. Yo estoy seguro que el único móvil que le guiaba era un fin sobrenatural y que lo iban a matar por Cristo. Mi madre hablaba de que los Oblatos estaban contentos, aceptando la muerte, y que, incluso, cantaban a Dios. El martirio tuvo lugar el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama. Repito que la reacción de mi hermano ante la muerte fue de resignación y aceptación de la voluntad de Dios. La aceptación de la muerte, por parte de mi hermano Justo, era tal, que cuando estuvo en casa de mi hermano Raimundo, tanto éste como su esposa le decían que no saliese a la calle y, mucho menos, que lo hiciese con el Crucifijo, como él quería. Justo les contestaba que si ya habían matado a otros compañeros, también a él le podrían matar; lo decía en el sentido de aceptar la muerte por Dios.
Sobre el martirio, recuerdo que mi madre me comentaba que, ya momentos antes de la ejecución, un sacerdote les dio la absolución y que uno del grupo dijo: “Nos matáis porque somos religiosos. ¡Viva Cristo Rey!”. Y así murieron. No puedo especificar la fuente por la que mi madre supo todas estas cosas, pero ya he dicho que ella vino a Madrid a enterarse de las circunstancias de la muerte de su hijo Justo y saber dónde estaba enterrado.

Fama del martirio

En mi familia, desde siempre, se ha tenido a mi hermano Justo como mártir, y mi madre siempre hablaba de su hijo mártir. Esta fama no sólo la tenía entre la familia, sino también en el pueblo: entre las Hijas de la Caridad, el Párroco, el Maestro, es decir, que todo el mundo le tenía por tal. La fama del martirio no sólo era hacia mi hermano sino hacia otros que murieron en parecidas circunstancias. Yo personalmente me he encomendado a mi hermano Justo tanto cuando viví con mi difunta madre, que también se encomendaba, como posteriormente cuando ingresé en el Monasterio, y en la actualidad. Yo estoy seguro que mi hermano me ha ayudado y me sigue ayudando. También otros miembros de mi familia se han encomendado y se siguen encomendando a él.      

Un santo triste es un triste santo

Ya he declarado que cuando mi hermano venía de vacaciones al pueblo, no solamente preguntaba por los enfermos que había, sino que iba a visitarlos. Por una hermana mayor supe que en una ocasión llamó un mendigo a la puerta de mi casa, a la hora de la comida. Mi hermano bajó con el plato, con pan y vino, y le dio de comer quedándose él sin comer.
Con los familiares el recuerdo que se tiene es de ser una persona alegre, muy servicial y siempre dispuesto a todo y con preocupación hacia los hermanos menores. Él decía que la alegría no estaba reñida con la santidad, y que había que ser alegres.
        


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