sábado, 9 de enero de 2010

Clemente Rodríiguez Tejerina


Datos biográficos

Clemente Rodríguez Tejerina nació en Santa Olaja de la Varga (León) el 23 de julio de 1918. Su hermana Josefa,
religiosa de la Sagrada familia de Burdeos, nos dice: “la condición socio-económica de mi familia era sencilla, era la propia de los que trabajaban en el campo”.
Eran doce hermanos, de los cuales, seis consagrados: dos Capuchinos, dos religiosas de la Sagrada Familia y dos Oblatos, Clemente y Miguel. Sólo este hecho da idea del ambiente religioso de la familia.
Su madre era una mujer muy religiosa y, aunque no había tenido una gran educación cultural, había leído muchos libros que le procuraron una buena formación religiosa, que intentaba inculcar a sus hijos.
“Todas las noches, escribe Maruja, hermana de Clemente, nos reunía a todos los hermanos en el comedor y rezaba una oración ofreciendo a sus hijos al Sagrado Corazón. Además pedía por la perseverancia de todos nosotros. Pertenecía a la asociación de las “Marías de los Sagrarios” y las fiestas eucarísticas tenían una importancia muy singular, haciéndonos participar a todos los hijos en la preparación de los altares, cuidando hasta los más pequeños detalles, mostrando en todo ello un gran amor al Señor”.
En ese calor hogareño pronto comenzó Clemente a ser consciente de su vocación. Así, con sólo 11 años, sale ilusionado de la casa paterna para dirigirse al juniorado o seminario menor que los Oblatos tenían en Urnieta (Guipúzcoa).
El 5 de julio de 1934 comenzó el noviciado en Las Arenas (Vizcaya) e hizo su primera oblación el 16 de julio de 1935, día emocionante, pues salieron llorando todos los neoprofesos. Ese mismo día por la noche viajaron en tren hacia Pozuelo (Madrid) y, pasado el tiempo de vacaciones en comunidad, Clemente comenzó sus estudios eclesiásticos.


Se dedicaba con mucha seriedad a su formación religiosa e intelectual. En el tra­to era todo bondad y mansedumbre. No pi­saba con ruido, pisaba con seguridad. Era el hombre bueno y servicial.

Detención y martirio
Apenas terminado el primer curso, el 16 de julio de 1936 Clemente renovó sus votos y seis días más tarde, el 22 de julio, fue detenido con toda la comunidad en el propio convento y, dos días después, llevado con todos a Madrid, a la Dirección General de Seguridad, para ser puesto en libertad al día siguiente.
Después de refugiarse primero en la casa provincial y después, al ser esta confiscada, en una pensión. El 15 de octubre de 1936 fue detenido de nuevo y llevado a la Cárcel Modelo. En ella encuentra a aquellos Oblatos a quienes no había visto desde la salida de Pozuelo y posteriormente, junto con sus hermanos religiosos, será trasladado a San Antón, colegio de las Escuelas Pías, transformado en cárcel.
De allí es “sacado” junto con otros 12 Oblatos y martirizado en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936. Era el benjamín del grupo: tenía solamente 18 años.

Testimonios

Clemente, como queda dicho, se refugió en la casa provincial, que fue finalmente incautada el domingo 9 d agosto. Así lo describe el P. Delfín Monje, milagrosamente liberado cuando lo llevaban a fusilar:




A las once y media de la mañana sonó la campanilla de la portería. Un nutrido grupo de maestros laicos, armados de pistolas, irrumpió en el jardín y nos invitó cortésmente a abandonar el local. Como el R. P. Esteban (Provincial de España) se quejara de la arbitrariedad de aquella medida, siendo así que nosotros éramos ciudadanos pacíficos, ellos le contestaron: “Creemos que ustedes no se han metido en nada, pero muchos curas y frailes sí se han metido; y es lo que pasa, los unos pagan por los otros”
Al marchar dejamos a los nuevos propietarios ocupados en colocar sobre la tapia del jardín un enorme trapo con esta inscripción: “Incautado por el Ministerio de Bellas Artes”.

Josefa, una hermana de Clemente, pudo visitarlo antes de ser expulsados de la casa provincial. De la conversación mantenida con él, pudo deducir la entereza y espíritu de fe que reinaba en su hermano y su clara disposición al martirio. Nos dice:

Estuve con él durante unos momentos. Recuerdo que le pregunté cómo estaba de ánimo y me dijo: "Estamos en peligro y tememos que nos separen; juntos, nos damos ánimo unos a otros. Con todo, si hay que morir, estoy dispuesto, seguro de que Dios nos dará la fuerza que necesitamos para ser fieles”. Estas son palabras textuales de mi hermano, que, pronunciadas en aquellos momentos, no se me olvidarán jamás.
Mientras estábamos hablando, vino el P. Francisco Esteban y me pidió que me marchase enseguida puesto que la comunidad se encontraba muy vigilada y yo también peligraba por mi condición de religiosa. El Provincial también dijo: “Aquí vamos a perecer todos”.

Siempre Josefa, gracias al testimonio de un vecino que estuvo con él en la misma cárcel de San Antón, se enteró de las condiciones en las que estuvo Clemente:

Me contó que los tenían almacenados en el sótano, donde se hallaban las duchas del colegio en malas condiciones, lo que hacía que con frecuencia estuviesen con los pies en el agua y careciendo del más mínimo espacio vital para moverse.
Me decía también que no todos los días comían y que, encima, cuando los carceleros llevaban el rancho, se mofaban de los presos preguntando: “¿Quién no ha comido ayer?” También me dijo que todos los que estaban allí eran católicos, que se juntaban y rezaban.

esta misma hermana, desconociendo el hecho de su muerte, continuó intentando visitarlo en la cárcel de San Antón. Veamos cómo conoció, después de muchas averiguaciones, la noticia de la muerte de Clemente:

La última vez que intenté verle fue en diciembre de 1936. El miliciano de turno, de malos modos, me dijo que no volviera por allí si no quería quedarme dentro. Como insistí en saber si estaba todavía en la cárcel, me contestó que si quería saber de Clemente me fuese a la calle Santa Bárbara, al Ministerio de Justicia, que en una sala enorme con caballetes y tableros encontraría cajas repletas de fichas. Así lo hice y después de una larga investigación, encontré una ficha que textualmente decía: “Clemente Rodríguez Tejerina puesto en libertad el 28 de noviembre de 1936”. Después de cerciorarme que nadie me veía, cogí la ficha y me marché al Consulado de Chile. Allí me informaron que todas las personas que habían sido “puestas en libertad”, sacándolas de las cárceles, los días 27 y 28 de noviembre de 1936, habían sido fusilados inmediatamente en Paracuellos del Jarama. Desde aquel momento pensé que mi hermano era mártir, porque estaba seguro de que lo iban a matar y que la causa de la muerte no era otra sino la de ser religioso.

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