Datos biográficos
Daniel Gómez Lucas nació en Hacinas, cerca de la famosa y secular Abadía de Silos (Burgos) el 10 de abril de 1916. La condición socio-económica de la familia era propia de labradores y ganaderos de la época, sencilla. El ambiente familiar era de dedicación al trabajo y de fuertes convicciones religiosas. En este ambiente, Daniel se fue formando en la piedad y la moral cristiana.
Su formación religiosa debió ser excelente en su infancia. La vocación surgió espontánea en un ambiente de conocimiento de los Misioneros Oblatos. Dos primos suyos eran Oblatos: el P. Simeón Gómez, misionero en Ceilán (hoy Sri Lanka) y el P. Sinforiano Lucas, que fue profesor en San Antonio, Texas, Provincial de España, Asistente General de la Congregación en Roma y finalmente obispo, en el Vicariato Apostólico de Pilcomayo, Paraguay.
Daniel Gómez Lucas nació en Hacinas, cerca de la famosa y secular Abadía de Silos (Burgos) el 10 de abril de 1916. La condición socio-económica de la familia era propia de labradores y ganaderos de la época, sencilla. El ambiente familiar era de dedicación al trabajo y de fuertes convicciones religiosas. En este ambiente, Daniel se fue formando en la piedad y la moral cristiana.
Su formación religiosa debió ser excelente en su infancia. La vocación surgió espontánea en un ambiente de conocimiento de los Misioneros Oblatos. Dos primos suyos eran Oblatos: el P. Simeón Gómez, misionero en Ceilán (hoy Sri Lanka) y el P. Sinforiano Lucas, que fue profesor en San Antonio, Texas, Provincial de España, Asistente General de la Congregación en Roma y finalmente obispo, en el Vicariato Apostólico de Pilcomayo, Paraguay.
Así que a los 12 años Daniel ingresa ya en el seminario menor de Urnieta (Guipúzcoa).
Daniel descubrió en ese tiempo la persecución religiosa, pues ya se apreciaba en aquellos años, en ambientes totalmente distintos a los de su pueblo natal. Cuando los seminaristas salían de paseo al vecino pueblo de Hernani, por ejemplo, les tiraban piedras y los insultaban. Es escalofriante el testimonio del P. Ignacio Escanciano, de un curso posterior a Daniel:
“Aún siendo niños, uno de nuestros temas de conversación era cómo escapar a un posible incendio del seminario provocado por el odio a lo religioso. Al ir de vacaciones, cuando en el viaje algunos percibían que éramos seminaristas, hacían el signo de cortarnos el cuello, incluso a veces con navaja en mano”.
A pesar de ese clima hostil, Daniel siguió adelante en el camino emprendido y llegó al noviciado de Las Arenas, donde hizo su primera profesión en 1935 y pasó a Pozuelo para proseguir los estudios eclesiásticos.
Destacaba en él la tenacidad para cultivar la vida interior y sacar adelante los estudios a los que dedicaba mucho tiempo y entusiasmo. Era gran aficionado a cualquier deporte. Aparecía siempre de buen humor, optimista y confiado.
Detención y martirio
Tras la detención en el convento, traslado a la Dirección General de Seguridad y la consiguiente puesta en libertad el 25 de julio, los quince Oblatos, sin documentación alguna, en un Madrid desconocido para la mayoría de ellos, se organizaron, siguiendo las orientaciones de los superiores, formando varios grupos para no levantar sospechas y poder encontrar refugio.
Daniel se quedó el último y se refugió en la casa del sastre, José Vallejo, que les hacía las sotanas, donde ya había sido amparado el mayor grupo de Oblatos. Esta familia los acogió hasta la segunda y definitiva detención, el 15 de agosto.
Doña Dulce, la mujer del sastre, los visitaba después en la cárcel, donde permanecieron unos tres meses, y les llevaba las noticias de los Oblatos en libertad.
Daniel permaneció en la cárcel Modelo hasta mediados de noviembre, cuando los últimos trece Oblatos que habían de ser martirizados fueron trasladados al Colegio de los Escolapios de la calle Hortaleza de Madrid, habilitado como cárcel y a la que se le conocía como “Cárcel de San Antón”.
El 28 de noviembre fue “sacado” de la cárcel con otros doce Oblatos para ser inmolado con ellos, ese mismo día, en Paracuellos del Jarama. Tenía 20 años.
Testimonios
El P. Porfirio Fernández, uno de los supervivientes, que se incorporó al grupo en la casa del señor Vallejo, narra así los hechos:
“Llegamos el día 11, temprano, José Guerra y yo, encontrándonos con doce compañeros y mutuamente nos contamos lo vivido. El 12, día del Pilar, nos trajeron hostias consagradas; todo el día en adoración, por turno, y, atardecido, comulgamos por primera vez desde Pozuelo. El 13 pasó el día sin contratiempos; nos acostamos. A media noche suena el timbre; al abrir, se anuncia: “la policía”. Yo estaba acostado junto a Daniel Gómez y otros cinco, en el santo suelo. Al entrar y vernos así, ni nos peguntaron; estaba bien a las claras que estábamos escondidos. En seguida llegan dos coches que nos cargan a todos y nos llevan a la comisaría. ¡Menos mal que con la familia no se metieron, gracias a Dios!
Nos metieron en un salón amplio; había pocos detenidos; todos en silencio. A media mañana estábamos tan apiñados que ni nos podíamos sentar en el suelo. Habían comenzado los registros, casa por casa, en horario nocturno (…). Ya oscuro, comienzan a tomar declaración… A media noche nos llaman a todos, también a los civiles, y nos cargan en el coche celular. Los civiles reconocen las calles y dicen: “Nos llevan a la Modelo”, como ocurre, en efecto.
Sobre la situación en que se hallaban en la cárcel Modelo y las disposiciones con que vivían, nos narra el P. Felipe Díez, otro superviviente:
Yo continué en contacto con personas donde habían estado los Oblatos antes de su detención y que iban a llevarles comida. Éstas nos comunicaban las condiciones en las que se encontraban en la cárcel: pasando hambre, llenos de piojos, pero siempre firmes en la fe y manteniendo un auténtico espíritu de caridad de los unos para con los otros.
Y el mismo P. Felipe subraya con qué heroico espíritu de fe vivieron ese largo período de tragedia:
La única razón que había para nuestra detención por parte de los milicianos es que éramos religiosos. Nosotros no sabíamos de cuestiones políticas ni jamás nos habíamos dedicado a eso. Desde el primer momento en que fuimos detenidos, en cada uno de nosotros había un trasfondo de ser asesinados por nuestra condición de religiosos. En nuestro interior, lo único que trascendía era el espíritu de perdón, por una parte, y por otra, el deseo de ofrecer la vida por la Iglesia, por la paz de España y por aquellos mismos de los que pensamos que nos iban a fusilar.
El único móvil que nos guiaba era sobrenatural, ya que humanamente lo perdíamos todo. Éramos conscientes de que si nos mataban era por odio a la fe cristiana.
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