Francisco ESTEBAN LACAL
Provincial de los Oblatos en España.
En el relato martirial de los Mártires de Paracuellos (Madrid) se recoge el “gesto” que se atribuye al Padre Provincial de los Misioneros Oblatos, antes de ser fusilados, con otros religiosos.
Según el testimonio de Mons. Acacio Valbuena, “se lo contó a los padres Mariano Martín y Emilio Alonso el enterrador, que estuvo presente en la ejecución”.
Tras dar la absolución a los futuros mártires, se dirigió a los verdugos con estas palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos, lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón”.
¿Quién era ese “Padre Provincial” que, en esa hora decisiva valientemente hizo pública profesión de fe y se dirigió con tanta entereza a quienes los iban a ejecutar, para ofrecerles, en nombre de todas las víctimas, el perdón?
Era el Padre Francisco Esteban Lacal.
Nota biográfica
El P. Francisco Esteban nació en Soria, diócesis de Osma-Soria, el día 8 de febrero de 1888.
Era miembro de una familia de seis hermanos.
Hizo los estudios secundarios en el Juniorado o seminario menor que los Misioneros Oblatos acababa de abrir en Urnieta (Guipúzcoa).
Allí mismo comenzó el noviciado e sus primeros votos en la Congregación de los Misioneros Oblatos el 16 de julio de 1906.
En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios eclesiásticos y recibió las Órdenes Sagradas que culminaron con el Presbiterado el 29 de junio de 1912.
Al año siguiente se incorporó, como profesor, a la Comunidad del Juniorado de Urnieta, donde estará hasta 1929. Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como auxiliar del Maestro de Novicios.
Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta como Superior; sigue siendo profesor, primero como Superior y, dos años más tarde, también como Provincial, cargo para el que fue nombrado en 1932.
En 1935 trasladó su residencia a Madrid, a la casa que ya tenían los Oblatos en la calle de Diego de León. Allí acogió, como buen pastor, a un grupo de Oblatos que, detenidos en su Comunidad de Pozuelo de Alarcón y llevados después a la Dirección General de Seguridad, fueron puestos en libertad el 25 de julio de 1936.
Detención y relato martirial
Con esos Oblatos en diáspora y con los que ya anteriormente estaban en la Comunidad con él, sufrió las angustias de la persecución religiosa en Madrid y las experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado, con sus hermanos Oblatos, de su propia Comunidad de Diego de León.
Con ellos va a refugiarse a una pensión situada en la calle Carrera de San Jerónimo.
Allí anima a sus hermanos y busca por todos los medios, que eran escasos y con muchos riesgos, alentar material y espiritualmente a los demás Oblatos expulsados de la casa de Pozuelo y refugiados en distintos lugares de Madrid.
Con casi todos ellos se va a encontrar el 15 de octubre, cuando la mayoría son detenidos y llevados a la Cárcel Modelo de Madrid.
Todos los Oblatos “confesaron en todo momento su condición de religiosos”.
“En esta confesión, según la tradición viva de la Congregación, se distinguió siempre el P. Francisco Esteban”.
Un mes más tarde, el 15 de noviembre, es trasladado a la Cárcel de San Antón, Colegio de los Escolapios convertido en prisión. De allí fue “sacado” el 28 de noviembre para ser martirizado con otros 12 Oblatos en Paracuellos del Jarama.
Iba a cumplir los 50 años.
Testimonios
La familia del P. Francisco nos cuenta:
“Soy sobrina carnal del Siervo de Dios Francisco Esteban. Yo conocí a mi tío desde siempre porque venía a vernos a Madrid donde mi familia tenía una tienda. En verano, mi familia se trasladaba a San Sebastián (Guipúzcoa) y acudíamos a visitar a mi tío que entonces se encontraba en Urnieta.
Puedo decir que el trato que tuve con él fue frecuente.Estando en Pozuelo, mi padre nos llevaba a visitar al tío Francisco.
Mi abuelo era Guardia Civil (quizá esto influyó en su educación de ser heroico cumplidor del deber que se le encomendaba).
Mis abuelos fueron católicos practicantes, el ambiente familiar era de una religiosidad profunda.
La relación del Siervo de Dios con su familia era muy buena. Sus hermanos vinieron a vivir a Madrid y esto le facilitaba la relación frecuente con el P. Francisco.
Muchas veces en mi familia, ante algún problema de discrepancias en la misma, se decía que si hubiese estado allí el “tío Paco”, como se le llamaba familiarmente, no habría habido discordias.
El ministerio apostólico que desempeñaba mi tío durante el curso 1935-36 era el de Provincial de la Provincia Española de los Misioneros Oblatos. Mi padre se mostraba muy orgulloso de que su hermano fuese el Provincial.
Sobre las virtudes que aparecían en él, siempre destacó la de la sencillez. No le gustaba ostentar nada, a pesar de que entre mi familia era considerado como una personalidad.
Sobre el ambiente que reinaba en julio de 1936 en Madrid, puedo decir como hecho concreto que a mí, que tenía diecisiete años, me paraban los de la Casa del Pueblo, en el barrio de Tetuán (en Madrid), cuando iba a Misa, preguntándome que a dónde iba, a lo que yo contestaba que iba a Misa. Me decían que no debía ir y yo les respondía encarándome con ellos.
De aquellas circunstancias de mediados de julio de 1936, y cuál era la situación de peligro, da idea el (hecho) que mi padre adelantó el viaje a Santander, diciendo a mi madre que preparase todas las cosas porque “mañana nos vamos”.
Mi tío vino a vernos y recuerdo que mi padre le decía que por qué no se venía con nosotros porque tal y como se estaba poniendo la situación lo podía pasar muy mal.
Mi tío le contestó que no, porque su responsabilidad era estar aquí con los suyos y que no se debía a sí mismo sino a los demás.
Tanto mi tío como mi padre pensaban que lo que iba a ocurrir duraría pocos días y que sería una cosa sin más trascendencia.
También recuerdo que mi padre le decía que se quitase la sotana, y él siempre se negó a hacerlo. Además de la sotana, llevaba en el fajín y el gran Crucifijo de los Oblatos".
Juana Esteban
Otra sobrina testifica:
“Por lo que he leído, fue detenido el 15 de octubre de 1936 con otros Oblatos.
Sobre la cárcel, las únicas referencias que tengo es que pasaban miedo, porque nombraban unas listas con nombres indiscriminadamente de los que iban a matar, y que pasaron hambre y frío.
Uno de los supervivientes me contó que una persona, que resultó ser una religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, le llevó un abrigo a mi tío. Éste, viendo que un compañero de prisión pasaba frío, le dio su abrigo.
También he oído que procuraban rezar el rosario clandestinamente cuando paseaban por el patio o en las celdas”.
Teresa Esteban.
Los Oblatos que lo conocieron coinciden en afirmar que
“era una persona de fe acendrada, rígido consigo mismo y cariñoso con los demás, y cuya confianza en la divina Providencia era notoria para todos aquellos que lo conocían, hasta el punto que su confianza en Dios la manifestaba ante todos los problemas que había de solventar en la provincia religiosa, que en aquella época carecía de todo.
Era una persona seria, recta y, a la vez, cercana.
Siendo profesor, era cariñoso, nunca levantaba la voz en las clases, en la convivencia. En el comedor se acercaba a las mesas para ver si comíamos y, en algunos recreos, jugaba con nosotros.
Como Provincial hizo un apostolado permanente dentro de la Congregación, teniendo fama de recto, muy cumplidor., “esclavo del deber”; pero al mismo tiempo muy cercano y comprensivo para con los miembros de la Congregación que tenía encomendados en su provincia religiosa.
Ya en los últimos días de julio, en aquel Madrid revuelto y peligroso, no se escondió ni se recluyó en su comunidad, sino que salía frecuentemente interesándose por la religiosas de la sagrada Familia de Burdeos (Hortaleza, noviciado repleto de novicias jóvenes) y, por otra parte, por sus propios religiosos de Pozuelo traídos a Madrid y escondidos en distintos sitios.
Cuando se le advertía que no podía arriesgar tanto decía, refiriéndose a las Religiosas, que en ellas había que salvar algo más precioso que la vida.
En una de estas salidas, acompañando a una de ellas a casa de su familia, fueron detenidos por una patrulla. Cuando estaban siendo llevados a un “Tribunal Popular” (donde se les condenaba a muerte con un juicio sumario), el chofer se negó a ello y los llevó a una comisaría.
En el interrogatorio el P. Francisco Esteban declaró a la primera que era sacerdote y religioso y lo que estaba haciendo. Tal sinceridad hizo que uno de los funcionarios le dijera: “Pero hombre de Dios, diga usted que es profesor u otra cosa, pero no sacerdote”.
En esto anduvo hasta su detención definitiva, también cuando él mismo estaba escondido en la pensión de la calle Carrera de San Jerónimo, atendiendo a las necesidades materiales y espirituales de los suyos velando porque estuvieran asistidos espiritualmente, con salidas y movimientos llenos de audacia y habilidad.
Cuando les llega la hora de la verdad, el P. Pablo Fernández , corroborado por otros testigos, refiere lo siguiente:
Me consta que la reacción de estos Siervos de Dios ante la muerte, fue de mucha calma, serenidad y entrega en manos de Dios. Hacia los verdugos no manifestaron ningún desprecio, ni hubo insultos, y sí compasión por considerarlos ignorantes, equivocados y sobre todo manejados.
Los Siervos de Dios, una vez detenidos, no tuvieron ninguna opción de escapar de la muerte. La única forma de liberarse hubiera sido una apostasía; pero optaron por la fidelidad y entrega a Dios.
Provincial de los Oblatos en España.
En el relato martirial de los Mártires de Paracuellos (Madrid) se recoge el “gesto” que se atribuye al Padre Provincial de los Misioneros Oblatos, antes de ser fusilados, con otros religiosos.
Según el testimonio de Mons. Acacio Valbuena, “se lo contó a los padres Mariano Martín y Emilio Alonso el enterrador, que estuvo presente en la ejecución”.
Tras dar la absolución a los futuros mártires, se dirigió a los verdugos con estas palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos, lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón”.
¿Quién era ese “Padre Provincial” que, en esa hora decisiva valientemente hizo pública profesión de fe y se dirigió con tanta entereza a quienes los iban a ejecutar, para ofrecerles, en nombre de todas las víctimas, el perdón?
Era el Padre Francisco Esteban Lacal.
Nota biográfica
El P. Francisco Esteban nació en Soria, diócesis de Osma-Soria, el día 8 de febrero de 1888.
Era miembro de una familia de seis hermanos.
Hizo los estudios secundarios en el Juniorado o seminario menor que los Misioneros Oblatos acababa de abrir en Urnieta (Guipúzcoa).
Allí mismo comenzó el noviciado e sus primeros votos en la Congregación de los Misioneros Oblatos el 16 de julio de 1906.
En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios eclesiásticos y recibió las Órdenes Sagradas que culminaron con el Presbiterado el 29 de junio de 1912.
Al año siguiente se incorporó, como profesor, a la Comunidad del Juniorado de Urnieta, donde estará hasta 1929. Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como auxiliar del Maestro de Novicios.
Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta como Superior; sigue siendo profesor, primero como Superior y, dos años más tarde, también como Provincial, cargo para el que fue nombrado en 1932.
En 1935 trasladó su residencia a Madrid, a la casa que ya tenían los Oblatos en la calle de Diego de León. Allí acogió, como buen pastor, a un grupo de Oblatos que, detenidos en su Comunidad de Pozuelo de Alarcón y llevados después a la Dirección General de Seguridad, fueron puestos en libertad el 25 de julio de 1936.
Detención y relato martirial
Con esos Oblatos en diáspora y con los que ya anteriormente estaban en la Comunidad con él, sufrió las angustias de la persecución religiosa en Madrid y las experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado, con sus hermanos Oblatos, de su propia Comunidad de Diego de León.
Con ellos va a refugiarse a una pensión situada en la calle Carrera de San Jerónimo.
Allí anima a sus hermanos y busca por todos los medios, que eran escasos y con muchos riesgos, alentar material y espiritualmente a los demás Oblatos expulsados de la casa de Pozuelo y refugiados en distintos lugares de Madrid.
Con casi todos ellos se va a encontrar el 15 de octubre, cuando la mayoría son detenidos y llevados a la Cárcel Modelo de Madrid.
Todos los Oblatos “confesaron en todo momento su condición de religiosos”.
“En esta confesión, según la tradición viva de la Congregación, se distinguió siempre el P. Francisco Esteban”.
Un mes más tarde, el 15 de noviembre, es trasladado a la Cárcel de San Antón, Colegio de los Escolapios convertido en prisión. De allí fue “sacado” el 28 de noviembre para ser martirizado con otros 12 Oblatos en Paracuellos del Jarama.
Iba a cumplir los 50 años.
Testimonios
La familia del P. Francisco nos cuenta:
“Soy sobrina carnal del Siervo de Dios Francisco Esteban. Yo conocí a mi tío desde siempre porque venía a vernos a Madrid donde mi familia tenía una tienda. En verano, mi familia se trasladaba a San Sebastián (Guipúzcoa) y acudíamos a visitar a mi tío que entonces se encontraba en Urnieta.
Puedo decir que el trato que tuve con él fue frecuente.Estando en Pozuelo, mi padre nos llevaba a visitar al tío Francisco.
Mi abuelo era Guardia Civil (quizá esto influyó en su educación de ser heroico cumplidor del deber que se le encomendaba).
Mis abuelos fueron católicos practicantes, el ambiente familiar era de una religiosidad profunda.
La relación del Siervo de Dios con su familia era muy buena. Sus hermanos vinieron a vivir a Madrid y esto le facilitaba la relación frecuente con el P. Francisco.
Muchas veces en mi familia, ante algún problema de discrepancias en la misma, se decía que si hubiese estado allí el “tío Paco”, como se le llamaba familiarmente, no habría habido discordias.
El ministerio apostólico que desempeñaba mi tío durante el curso 1935-36 era el de Provincial de la Provincia Española de los Misioneros Oblatos. Mi padre se mostraba muy orgulloso de que su hermano fuese el Provincial.
Sobre las virtudes que aparecían en él, siempre destacó la de la sencillez. No le gustaba ostentar nada, a pesar de que entre mi familia era considerado como una personalidad.
Sobre el ambiente que reinaba en julio de 1936 en Madrid, puedo decir como hecho concreto que a mí, que tenía diecisiete años, me paraban los de la Casa del Pueblo, en el barrio de Tetuán (en Madrid), cuando iba a Misa, preguntándome que a dónde iba, a lo que yo contestaba que iba a Misa. Me decían que no debía ir y yo les respondía encarándome con ellos.
De aquellas circunstancias de mediados de julio de 1936, y cuál era la situación de peligro, da idea el (hecho) que mi padre adelantó el viaje a Santander, diciendo a mi madre que preparase todas las cosas porque “mañana nos vamos”.
Mi tío vino a vernos y recuerdo que mi padre le decía que por qué no se venía con nosotros porque tal y como se estaba poniendo la situación lo podía pasar muy mal.
Mi tío le contestó que no, porque su responsabilidad era estar aquí con los suyos y que no se debía a sí mismo sino a los demás.
Tanto mi tío como mi padre pensaban que lo que iba a ocurrir duraría pocos días y que sería una cosa sin más trascendencia.
También recuerdo que mi padre le decía que se quitase la sotana, y él siempre se negó a hacerlo. Además de la sotana, llevaba en el fajín y el gran Crucifijo de los Oblatos".
Juana Esteban
Otra sobrina testifica:
“Por lo que he leído, fue detenido el 15 de octubre de 1936 con otros Oblatos.
Sobre la cárcel, las únicas referencias que tengo es que pasaban miedo, porque nombraban unas listas con nombres indiscriminadamente de los que iban a matar, y que pasaron hambre y frío.
Uno de los supervivientes me contó que una persona, que resultó ser una religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, le llevó un abrigo a mi tío. Éste, viendo que un compañero de prisión pasaba frío, le dio su abrigo.
También he oído que procuraban rezar el rosario clandestinamente cuando paseaban por el patio o en las celdas”.
Teresa Esteban.
Los Oblatos que lo conocieron coinciden en afirmar que
“era una persona de fe acendrada, rígido consigo mismo y cariñoso con los demás, y cuya confianza en la divina Providencia era notoria para todos aquellos que lo conocían, hasta el punto que su confianza en Dios la manifestaba ante todos los problemas que había de solventar en la provincia religiosa, que en aquella época carecía de todo.
Era una persona seria, recta y, a la vez, cercana.
Siendo profesor, era cariñoso, nunca levantaba la voz en las clases, en la convivencia. En el comedor se acercaba a las mesas para ver si comíamos y, en algunos recreos, jugaba con nosotros.
Como Provincial hizo un apostolado permanente dentro de la Congregación, teniendo fama de recto, muy cumplidor., “esclavo del deber”; pero al mismo tiempo muy cercano y comprensivo para con los miembros de la Congregación que tenía encomendados en su provincia religiosa.
Ya en los últimos días de julio, en aquel Madrid revuelto y peligroso, no se escondió ni se recluyó en su comunidad, sino que salía frecuentemente interesándose por la religiosas de la sagrada Familia de Burdeos (Hortaleza, noviciado repleto de novicias jóvenes) y, por otra parte, por sus propios religiosos de Pozuelo traídos a Madrid y escondidos en distintos sitios.
Cuando se le advertía que no podía arriesgar tanto decía, refiriéndose a las Religiosas, que en ellas había que salvar algo más precioso que la vida.
En una de estas salidas, acompañando a una de ellas a casa de su familia, fueron detenidos por una patrulla. Cuando estaban siendo llevados a un “Tribunal Popular” (donde se les condenaba a muerte con un juicio sumario), el chofer se negó a ello y los llevó a una comisaría.
En el interrogatorio el P. Francisco Esteban declaró a la primera que era sacerdote y religioso y lo que estaba haciendo. Tal sinceridad hizo que uno de los funcionarios le dijera: “Pero hombre de Dios, diga usted que es profesor u otra cosa, pero no sacerdote”.
En esto anduvo hasta su detención definitiva, también cuando él mismo estaba escondido en la pensión de la calle Carrera de San Jerónimo, atendiendo a las necesidades materiales y espirituales de los suyos velando porque estuvieran asistidos espiritualmente, con salidas y movimientos llenos de audacia y habilidad.
Cuando les llega la hora de la verdad, el P. Pablo Fernández , corroborado por otros testigos, refiere lo siguiente:
Me consta que la reacción de estos Siervos de Dios ante la muerte, fue de mucha calma, serenidad y entrega en manos de Dios. Hacia los verdugos no manifestaron ningún desprecio, ni hubo insultos, y sí compasión por considerarlos ignorantes, equivocados y sobre todo manejados.
Los Siervos de Dios, una vez detenidos, no tuvieron ninguna opción de escapar de la muerte. La única forma de liberarse hubiera sido una apostasía; pero optaron por la fidelidad y entrega a Dios.
P. Francisco Esteban y compañeros mártires, rogad por nosotros.
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