viernes, 8 de enero de 2010

Serviliano Riaño Herrero




Datos biográficos

Serviliano Riaño Herrero nació en Prioro (León) el 22 de abril de 1916. En 1927 ingresa en el seminario menor de los Misioneros Oblatos de Urnieta (Guipúzcoa), donde cursa estudios secundarios hasta 1932, año en el que pasará a noviciado de Las Arenas (Vizcaya), donde hará su primera oblación el 15 de agosto de 1933. Se traslada a Pozuelo de Alarcón para incorporarse a la comunidad del escolasticado y proseguir los estudios con miras al sacerdocio. Serviliano sigue siendo el joven humilde, sencillo y siempre muy piadoso, extrovertido y jovial, se preparaba para dar salida a su celo en cualquier misión extranjera. 20 años.

Detención y martirio
El 22 de julio de 1936 fue detenido con todos sus hermanos de comunidad de Pozuelo. De modo no del todo inesperado y siempre violento, el convento fue convertido en cárcel. De ella fue sacado Serviliano con sus compañeros de prisión hasta la Dirección General de Seguridad, en el centro de Madrid. Liberado al día siguiente, comienza una vida en clandestinidad con algunos de sus compañeros, hasta que el día 15 de octubre fue de nuevo detenido y encarcelado. El 7 de septiembre de 1936 oye su nombre entre los que son llamados a ser “puestos en libertad”. Consciente de lo que esto significa y preparado para aceptar el sacrificio de la oblación cruenta a que Dios lo llama, pide y recibe la absolución, por la mirilla de la celda vecina, al P. Mariano Martín, o.m.i.. Con ánimo decidido sube a la camioneta que le trasladará hasta Soto de Aldovea, lugar cercano a Paracuellos del Jarama. Allí fue martirizado. Tenía 21 años.

Testimonio

Sabina, religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos y hermana de Serviliano, habla del ambiente profundamente religiosos que se vivía en familia y en todo el pueblo de Prioro, de donde han florecido muchas vocaciones religiosas y sacerdotales. Cuando él fue al seminario, yo ya estaba en el convento. Después nos escribíamos con cierta frecuencia. Me solía recordar que la generosidad y el sacrificio son piedras preciosas y esenciales para los cristianos y más para los religiosos. En las cartas se mostraba siempre muy entusiasmado con su vocación, sobre todo con su vocación misionera.
Cuando me escribió con motivo de mi profesión dice que se siente orgulloso de tener una hermana religiosa (y otra más, Consuelo),
y dice que mi profesión es el reflejo de un día grande y futuro que él espera para sí mismo:
“Sí, tu lo sabes; cada mañana aquella
yo lloraré de gozo y esperanza,
porque tu profesión es un reflejo
del sueño de mi alma”.

Era muy aficionado a escribir poesías y también en ellas dejaba ver el entusiasmo con su vocación sacerdotal y misionera.
(Durante la persecución religiosa)
yo le decía a la hermana Clotilde: “Tantos religiosos mártires de una congregación y de otra, y nosotras, ¿no seremos ninguna digna del martirio?” Se lo decía de corazón.
Cuando llegó la noticia de que habían fusilado a Serviliano, me dice esa madre: “Ahora estará usted contenta, ¿no?” Yo le dije: “Tengo una pena enorme, porque quería a mi hermano muchísimo; pero por otra parte tengo también una gran alegría al pensar que tengo un hermano mártir”. Desde entonces siempre le he tenido como un mártir.

Pasamos mucho tiempo sin saber nada más de él. Vivíamos angustiados de no saber qué pasaba con él. Y la angustia aumentaba cuando llegaba la noticia de la muerte de otros del pueblo ( dos Agustinos de El Escorial también martirizados).
Después ya nos dijeron que a Serviliano lo habían identificado por un papelito que llevaba en la chaqueta. Entonces fue mi padre a Madrid. Cuando volvió, a mi madre le contó sólo algunas cosas, pero a mi me dijo que le habían dicho cómo había muerto: le ataron por el brazo con otro, le ataron las manos a la espalda, le cortaron sus partes, le dieron un tiro y cayó en la zanja con todos.
Lloraba mi padre al contármelo. A la vez manifestaba su gran convicción de que su hijo era mártir.

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