Datos biográficos
Francisco Polvorinos Gómez nació en Calaveras de Arriba, término municipal de Almanza, provincia y diócesis de León, el 29 de enero de 1910.
Sus padres, de condición social humilde, eran campesinos y pastores. Se rezaba en casa el santo Rosario cada noche. Lo presidía el padre del Siervo de Dios.
Tras llamar en vano a diversos institutos religiosos, se le abrieron por fin las puertas del juniorado de los Oblatos cuando ya tenía 16 años.
Sus formadores ven en él “un buen alumno, de juicio práctico, capaz para los estudios, muy equilibrado, hecho para la vida real” (Informe para el noviciado).
Su sobrino, Elías Pacho, destaca en él una intensa vida de fe y dice que era una persona muy piadosa, que vivía intensamente la vocación religiosa. Pone de relieve su amor a la Iglesia, manifestado expresamente en el pueblo durante las vacaciones, con una frase que se hizo familiar en su pueblo: “La Iglesia siempre será perseguida, pero nunca vencida”.
Se corrobora esta apreciación con el juicio de sus formadores: “Hombre piadoso, cumplidor de la Regla, franco con sus superiores, cuidadoso de su vocación e interesado por las obras de la Congregación. Su lema: Hacer el bien sin hacer ruido”.
Testimonio del martirio
Otro sobrino, Alberto Pacho testifica:
“Desde que fue detenido hasta la madruga del 24 de julio (cuando fue ejecutado), aparte las vejaciones a que fue sometida toda la comunidad, sospecho que, lo mismo que a los demás compañeros, le someterían por lo menos a desprecios y malos tratos. Tengo entendido que en el poco tiempo que estuvieron detenidos en el convento de Pozuelo, llevaban una vida intensamente espiritual. Recibió la Eucaristía, que, en su caso y el de sus compañeros, fue como el Viático, cuando decidieron consumir la Eucaristía para evitar profanaciones. Todo esto lo sé por referencias de los supervivientes.
En la madrugada del 24 de julio de 1936, los milicianos leyeron la lista de siete nombres de Oblatos, entre los que incluyeron a mi tío.
La primera noticia que yo recibí de su muerte, como martirio, fue la carta enviada a su padre (mi abuelo), a primeros de mayo de 1937, firmada por el P. Matías Mediavilla, cuyo original conservo y que he leído muchas veces. Esta carta se conservó en mi propia familia con veneración. En ella se dice que su hijo es una de las víctimas inmoladas por los enemigos de la fe.
Esta noticia causó en el pueblo una impresión muy fuerte, por lo apreciado que era por todos los vecinos, por su bondad y carácter religioso, con diferencia de los otros que murieron durante la guerra. Esto lo recuerdo porque yo mismo lo viví. Se tenía la conciencia de que su muerte se debía especialmente a su carácter religioso”.
La carta a la que se alude dice:
“Tengo que comunicarle la dolorosa noticia de que (su hijo) fue una de las siete víctimas sacrificadas en los primeros días. Comprendo lo triste que es para sus padres semejante noticia; pero en estos tiempos es un honor ser padres de mártires”.
Memoria viva
Memoria viva
Su sobrino, Elías en una carta reciente, escribe:
“Desde que se inició la causa de beatificación de un grupo de Oblatos de María Inmaculada he procurado seguir todo el proceso. Aunque yo era niño cuando le conocí, sí le recuerdo y le sentía mucho cariño. Dentro de la familia en la que vivíamos patriarcalmente -padres, hijos, nietos vivíamos-, se vivía con sencillez.
Yo ya era mayor, doce años, cuando los sucesos de la guerra, y luego nos informaron de la fecha y la forma de su muerte. El funeral que se celebró al recibir la noticia de su muerte fue una verdadera manifestación de piedad y ocasión de que todos manifestaran la fama de bondad y religiosidad que siempre afirmaron de él. Esa fama sigue manteniéndose entre los que le conocieron, sobre todo en la admiración y respeto que por él sentía el Párroco.
Deseo que llegue pronto el momento en que sea beatificado y se le pueda honrar públicamente. (León, 21.10.2009, Elías Pacho Polvorinos)
Yo ya era mayor, doce años, cuando los sucesos de la guerra, y luego nos informaron de la fecha y la forma de su muerte. El funeral que se celebró al recibir la noticia de su muerte fue una verdadera manifestación de piedad y ocasión de que todos manifestaran la fama de bondad y religiosidad que siempre afirmaron de él. Esa fama sigue manteniéndose entre los que le conocieron, sobre todo en la admiración y respeto que por él sentía el Párroco.
Deseo que llegue pronto el momento en que sea beatificado y se le pueda honrar públicamente. (León, 21.10.2009, Elías Pacho Polvorinos)
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