Francisco Esteban Lacal
Natural de Soria
48 años
Superior Mayor (Provincial) de los Oblatos en España.
Como buen soriano e hijo de guardia civil, le caracterizaba un espíritu de entereza numantina: recto, imperturbable, riguroso, esclavo del deber; pero al mismo tiempo, sensible, humano y lleno de celo. En los momentos más difíciles de la persecución, en plena guerra, arriesgó su vida por llevar consuelo y ayuda espiritual y material a los Oblatos en clandestinidad y a quienes sabía que lo necesitaban. Sorprendido en su refugio con un grupo de Oblatos, confesó sin rodeos lo que eran. Siguió ejerciendo la caridad fraterna en la prisión. A la hora de la ejecución, solicitó como última gracia que le permitieran abrazar a los Oblatos uno por uno. Parece que aprovechó para darles la absolución. Al terminar dijo a voz en grito: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón. ¡Viva Cristo Rey!”
Datos biográficos
El P. Esteban nació en Soria, capital de la provincia del mismo nombre, diócesis de Osma-Soria, el día 8 de febrero de 1888. Era miembro de una familia de seis hermanos. Hizo sus primeros votos en la Congregación de los Misioneros Oblatos el 16 de julio de 1906 en el convento de Urnieta (Guipúzcoa). En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios eclesiásticos y recibió las Órdenes Sagradas que culminaron con el Presbiterado el 29 de junio de 1912. Al año siguiente se incorporó, como profesor, a la Comunidad del Seminario Menor de Urnieta, donde estará hasta 1929.
Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como auxiliar del Maestro de Novicios. Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta como Superior; sigue siendo profesor, primero como Superior y, dos años más tarde, también como Provincial, cargo para el que fue nombrado en 1932. En 1935 trasladó su residencia a Madrid, a la casa que ya tenían los Oblatos en la calle de Diego de León. Allí acogió, como buen pastor, a un grupo de Oblatos que, detenidos en su Comunidad de Pozuelo de Alarcón y llevados después a la Dirección General de Seguridad, fueron puestos en libertad el 25 de julio de 1936. Con ellos y con los que ya anteriormente estaban en la Comunidad con él, sufrió las angustias de la persecución religiosa en Madrid y la experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado, con sus hermanos Oblatos, de su propia Comunidad de Diego de León. Con ellos va a refugiarse a una pensión situada en la calle Carrera de San Jerónimo. El día 15 de octubre fue detenido y el 28 de noviembre fue martirizado con otros doce Oblatos en Paracuellos de Jarama. Iba a cumplir los cincuenta años (Extracto del Proceso diocesano).
La familia del P. Francisco Esteban
“Soy sobrina carnal del Siervo de Dios Francisco Esteban. Yo conocí a mi tío desde siempre porque venía a vernos a Madrid donde mi familia tenía una tienda. En verano, mi familia se trasladaba a San Sebastián (Guipúzcoa) y acudíamos a visitar a mi tío que se encontraba en Urnieta. Puedo decir que el trato que tuve con él fue frecuente. Estando en Pozuelo, mi padre nos llevaba a visitar al tío Francisco. Los padres del Siervo de Dios se llamaban Santiago y Dámasa. Mi abuelo era Guardia Civil. La familia estaba compuesta por cinco hijos. A tenor de sus hijos, que fueron católicos practicantes, el ambiente familiar sería de una profunda religiosidad. La relación del Siervo de Dios con su familia era muy buena. Sus hermanos vinieron a vivir a Madrid y esto le facilitaba la relación frecuente con su familia.
Muchas veces en mi familia, ante algún problema de discrepancias en la misma, se decía que si hubiese estado allí el “tío Paco”, como se le llamaba familiarmente, no habría habido discordias. El ministerio apostólico que desempeñaba mi tío durante el curso 1935-36 era el de Provincial de la Provincia Española de los Misioneros Oblatos. Mi padre se mostraba muy orgulloso de que su hermano fuese el Provincial. Sobre las virtudes que aparecían en él, siempre destacó la de la sencillez. No le gustaba ostentar nada, a pesar de que entre mi familia era considerado como una personalidad.
Sobre el ambiente que reinaba en julio de 1936 en Madrid, puedo decir como hecho concreto que a mí, que tenía diecisiete años, me paraban los de la Casa del Pueblo, en el barrio de Tetuán, cuando iba a Misa, preguntándome que a dónde iba, a lo que yo contestaba que iba a Misa. Me decían que no debía ir y yo les respondía encarándome con ellos. De aquellas circunstancias de mediados de julio de 1936, y cuál era la situación de peligro, da idea el (hecho) que mi padre adelantó el viaje a Santander, diciendo a mi madre que preparase todas las cosas porque “mañana nos vamos”. Mi tío vino a vernos y recuerdo que mi padre le decía que por qué no se venía con nosotros porque tal y como se estaba poniendo la situación lo podía pasar muy mal. Mi tío le contestó que no, porque su responsabilidad era estar aquí con los suyos y que no se debía a sí mismo sino a los demás. Recuerdo que se abrazaron y los demás lo besamos. Tanto mi tío como mi padre pensaban que lo que iba a ocurrir duraría pocos días y que sería una cosa sin más trascendencia. También recuerdo que mi padre le decía que se quitase la sotana, y él siempre se negó a hacerlo. Además de la sotana, llevaba en el fajín y el gran Crucifijo de los Oblatos. Juana Esteban
Otra sobrina testifica:
“Por lo que he leído, fue detenido el 15 de octubre de 1936 con otros Oblatos. Por mi tía supe que fue conducido a la cárcel Modelo. Sobre la cárcel, las únicas referencias que tengo es que pasaban miedo, porque nombraban unas listas con nombres indiscriminadamente de los que iban a matar, y que pasaron hambre y frío. Concretamente uno de los supervivientes me contó que una persona, que resultó ser una religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, le llevó un abrigo a mi tío. Éste, viendo que un compañero de prisión pasaba frío, le dio su abrigo. También he oído que procuraban rezar el rosario clandestinamente cuando paseaban por el patio o en las celdas” Teresa Esteban Berredero
Comienza el Calvario
“Desde el primer momento en que fuimos detenidos, en cada uno de nosotros había un trasfondo de ser asesinados por nuestra condición de religiosos .En nuestro interior, lo único que trascendía era el espíritu del perdón, por una parte, y por otra, el deseo de ofrecer la vida por la Iglesia, por la paz de España y por aquellos mismos de los que pensamos que nos iban a fusilar. El único móvil que nos guiaba era sobrenatural, ya que humanamente lo perdíamos todo. Éramos conscientes de que si nos mataban era por odio a la fe cristiana”. P. Felipe Díez Rodríguez, OMI, superviviente
Desde la expulsión del Convento, y llevados a la Dirección General de Seguridad, tras una breve declaración fueron todos puestos en libertad. Siguiendo las indicaciones de los Superiores, cada uno buscó refugio en casas particulares de familiares o conocidos, permaneciendo en esa situación hasta el mes de octubre de 1936. Durante ese tiempo, tanto el Padre Esteban, como el Padre Blanco y el Padre José Vega, arriesgando sus propias vidas, procuraban visitar a los escolásticos en la clandestinidad, animándoles en su fidelidad y compromisos religiosos. Como hecho concreto, recuerdo haber oído al Padre Porfirio que el día 12 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Pilar, patrona del Escolasticado, se reunieron algunos de los Siervos de Dios, y que después de pasar varias horas en adoración al Santísimo, que clandestinamente guardaban, a la caída de la tarde comulgaron lo que habría de ser el Viático.
A los Siervos de Dios los van deteniendo poco a poco y los van recluyendo en la Cárcel Modelo y es precisamente ahí, en el infortunio, donde, expresando de manera clara sus profundas convicciones evangélicas, se animaban mutuamente y animaban también a otros. Todo ello, en cuanto les era permitido, desde la oración y la vivencia con espíritu de fe de las humillaciones y malos tratos de que eran objeto. Teniendo en cuenta que en el mes de noviembre en Madrid el clima, a veces, es frío, en la cárcel se hacía intensamente frío por carecer del indispensable abrigo, ya que de lo poco que podían disponer hacían participantes a otros que les parecían más necesitados. Recuerdo que el Padre Francisco Esteban hizo entrega de su propio abrigo a uno de sus compañeros de prisión. Además del frío, “compañeros” de prisión eran también el hambre y los parásitos, porque la higiene era muy deficiente.
Todo esto lo he sabido de manera muy especial por uno que fue testigo superviviente de los hechos, mi hermano, Jesús, o.m.i.
P. Fortunato Alonso, OMI.
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