Pascual Aláez Medina
Natural de Villaverde de Arcayos (León)
19 años
Primera renovación de los votos temporales
Le caracterizaba un espíritu alegre, animoso, bondadoso y confiado. Nunca
se sintió capaz de hacer mal a nadie y no se imaginaba que alguien pudiera
hacerlo. Sus formadores dicen de él que, durante el noviciado, “trabajó mucho
en la reforma interior, y, si al principió dudo algo de su vocación, pronto se
afianzó en ella; que tiene buen espíritu, es dócil, vive una verdadera piedad,
devoto de la Virgen”. En el Escolasticado (Seminario Mayor) participaba del
fervor religioso y del entusiasmo misionero que allí se vivía y respiraba por
aquel entonces. Soñaba con ser misionero.
Pascual Aláez Medina nació en Villaverde de Arcayos, provincia y diócesis de León, el 11 de mayo
de 1917 y el día 17 del mismo mes sería bautizado en el templo parroquial de su
pueblo. Sus padres, Pedro y Cándida, constituían una familia de modestos
labradores, “de muy buena conducta moral
y religiosa”. En el origen de su vocación tiene gran influjo esa profunda vida
cristiana de su familia y su estrecha relación con el párroco del pueblo. En
septiembre de 1929 inicia sus estudios
secundarios en el seminario menor de los Misioneros Oblatos en Urnieta. En el verano de 1934 pasa al
noviciado de Las Arenas donde hace su primera profesión religiosa el 16 de
julio de 1935. Acto seguido fue enviado a Pozuelo para iniciar los estudios eclesiásticos.
Apenas había terminado su primer curso y sólo seis días
después de hacer, con sus compañeros de curso, la primera renovación de los
votos religiosos, fue detenido con todos los miembros de comunidad. Dos días
más tarde formó parte de la lista de los siete primeros Oblatos y un seglar que
fueron sacados por noche del convento y asesinados en la Casa de Campo de
Madrid.
Virtudes
El informe del noviciado dice de Pascual que era un
hombre uniforme y constante, concienzudo y cumplidor de sus deberes en los más
mínimos detalles. Obra con reflexión.
Aunque un poco tímido, es abierto con sus compañeros y franco con sus
superiores. Es dócil y tiene buen espíritu. Joven de profunda piedad, trabajó
bien en el crecimiento interior durante el noviciado. Sueña con las misiones y,
aunque al principio vaciló algo en su vocación, pronto se confirmó en ella y,
hoy, está decidido a ser Oblato de María Inmaculada.
Una vez pasado al escolasticado, se dice de él que “era
afable y bueno, piadoso, devoto de la Virgen de Yecla (patrona de su pueblo
natal) y que soñaba con ser misionero”. Un Oblato de su pueblo testifica que
participaba del fervor religioso y del entusiasmo misionero que por entonces se
vivía y respiraba en aquella comunidad de formación.
Una testigo, doña Filomena Alonso Salas, sobrina del párroco
D. Pedro Salas, hablando de los dos Siervos de Dios Justo y Pascual, dice que
“eran personas muy sencillas, de buen trato con todos, siempre dispuestos a
ayudar a todo el mundo, asiduos a acudir a la iglesia todas las tardes para
estar en silencio ante el Sagrario. Su comportamiento, en vacaciones, era
extraordinario, ayudando al sacerdote y asistiendo a Misa todos los días”. La
misma testigo añade que la madre de Pascual era de comunión diaria y que tanto ella como la de Justo, eran “Marías
de los Sagrarios”. De tal palo, tal astilla.
Martirio
Siempre doña Filomena nos dice: “Yo fui a Pozuelo para informarme sobre el martirio de los dos Siervos
de Dios (Justo y Pascual). El religioso que nos recibió nos explicó que los
milicianos entraron en el convento y posteriormente, después de encerrar en una
habitación a toda la comunidad, leyeron una lista de siete Oblatos y que los
primeros de la lista eran Justo y Pascual”.
El proceso del martirio es totalmente similar, en todos
sus pasos, detención, “saca” del convento, fecha y momento de ejecución, a la
de sus seis compañeros y a la del Siervo de Dios Cándido Castán San José,
asesinados en la madrugada del 24 de julio de 1936. Su muerte está afirmada,
confirmada y ratificada con los mismos testimonios y documentos procesuales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario