Francisco Polvorinos Gómez
Natural de Calaveras de Arriba (León)
26 años
Religioso profeso
de votos temporales
Carácter afable, no muy
hablador, pero sociable y complaciente. Destacaba en él la firmeza y constancia,
que se puso de manifiesto cuando tuvo
que esperar varios años para obtener la aprobación de sus padres cuando les manifestó su propósito de ingresar en el juniorado oblato y, más tarde, cuando tuvo que interrumpir su estudios y abandonar temporalmente la comunidad por ser llamado a filas. “La Iglesia siempre será
perseguida, pero jamás será vencida”, repetía a sus paisanos, cuando iba a su pueblo. “En estos tiempos, es
un honor ser padres de mártires”, escribía un Oblato a su familia al comunicarle la
noticia de su ejecución. Su lema era: “Hacer el bien sin hacer ruido”.
Datos biográficos
Nació
en Calaveras de Arriba, término municipal de Almanza (ver su torre en la foto), provincia y diócesis de León, el
29 de enero de 1910. Sus padres, de condición social humilde, eran campesinos y
pastores. Se rezaba en casa el santo Rosario cada noche. Lo presidía el padre
del Siervo de Dios. En ese humus cristiano brotó la semilla de la devoción de
Francisco hacia la Sma. Virgen y a la
Eucaristía y afloró después la vocación religiosa. Tras llamar en vano a
diversos institutos religiosos, se le abrieron por fin las puertas del
juniorado de los Oblatos cuando ya tenía 16 años. Sus formadores ven en él “un buen alumno,
de juicio práctico, capaz para los estudios, muy equilibrado, hecho para la
vida real” (Informe para el noviciado).
Su
sobrino, Elías Pacho, destaca en él una intensa vida de fe y dice que era una
persona muy piadosa, que vivía intensamente la vocación religiosa. Pone de
relieve su amor a la Iglesia, manifestado expresamente en el pueblo durante las
vacaciones, con una frase que se hizo familiar en su pueblo: “La Iglesia
siempre será perseguida, pero nunca vencida”. Se corrobora esta apreciación con el juicio
de sus formadores: “Hombre piadoso, cumplidor de la Regla, franco con sus superiores, cuidadoso de su vocación e
interesado por las obras de la Congregación. Su lema: Hacer el bien sin hacer
ruido”.
Testimonio del martirio
Otro sobrino, Alberto Pacho, testifica:
“Desde que fue detenido hasta
la madruga del 24 de julio (cuando fue ejecutado), aparte las vejaciones a que
fue sometida toda la comunidad, sospecho que, lo mismo que a los demás
compañeros, le someterían por lo menos a desprecios y malos tratos. Tengo
entendido que en el poco tiempo que estuvieron detenidos en el convento de
Pozuelo, llevaban una vida intensamente espiritual. Recibió la Eucaristía, que,
en su caso y el de sus compañeros, fue como el Viático, cuando decidieron
consumir la Eucaristía para evitar profanaciones. Todo esto lo sé por referencias de los supervivientes. En la
madrugada del 24 de julio de 1936, los milicianos leyeron la lista de siete
nombres de Oblatos, entre los que incluyeron a mi tío. La primera noticia que yo recibí de su
muerte, como martirio, fue la carta enviada a su padre (mi abuelo), a primeros de mayo de
1937, firmada por el P. Matías Mediavilla, cuyo original conservo y que he
leído muchas veces. Esta carta se conservó en mi propia familia con veneración.
En ella se dice que su hijo es una de las víctimas inmoladas por los enemigos
de la fe. Esta noticia causó en el pueblo una impresión muy fuerte, por lo
apreciado que era por todos los vecinos, por su bondad y carácter religioso,
con diferencia de los otros que murieron
durante la guerra. Esto
lo recuerdo porque yo mismo lo viví. Se tenía la conciencia de que su muerte se
debía especialmente a su carácter religioso”.
La
carta a la que se alude dice: “Tengo
que comunicarle la dolorosa noticia de que (su hijo) fue una de las siete
víctimas sacrificadas en los primeros días. Comprendo lo triste que es para sus
padres semejante noticia; pero en estos tiempos es un honor ser padres de
mártires”.
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