Justo Fernández González
Natural de Huelde (León)
19 años
Religioso profeso de votos temporales
“Vino al mundo para ser santo y nunca perdió de vista su meta”. Caminaba
hacia ella con intensa vida de oración y cultivando el corazón noble,
bondadoso, pacífico y pacificador que poseía. Era el menor de 12 hermanos. Sus
padres, de acendrada vida cristiana, educaron a todos sus hijos en los valores evangélicos. En ese
clima brotaban espontáneas las vocaciones. Ocho hijos siguieron la vida
consagrada. Al terminar el noviciado, hace su
primera oblación el 16 de julio de 1935 y pasa a Pozuelo. Aquí renovó sus votos
el 16 de julio de 1936 y sólo seis días después era detenido con todos los
miembros de su comunidad. Tenía gran devoción a la Sma. Virgen y a Jesús-Eucaristía.”Tranquilo,
apacible, bonachón, compasivo, franco, leal, alegre… se llevaba bien con todo
el mundo”, El maestro de novicios dice: “No le he visto que vacilara una sola
vez de su vocación”.
Datos biográficos
Justo nació el 2 de noviembre de 1916 en Huelde, provincia y dióce- sis de León. Este pequeño pueblo de la montaña leonesa
quedaría años más tarde anegado por las aguas del Pantano de Riaño.
Justo es el más pequeño de 12 hermanos,
familia humilde y sencilla de labradores, profundamente religiosa, semillero de
vocaciones: de los 12 hermanos, 8 respondieron al llamamiento de Cristo
consagrándole su vida a Dios: dos sacerdotes diocesanos, dos Oblatos, un Franciscano
y tres hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos.
En septiembre de 1929 justo ve realizado su
sueño de ingresar, también él, como había hecho su hermano Tomás, en el
juniorado.
En junio de 1934 pasa a Las Arenas (Vizcaya)
para hacer el noviciado y profesa el 16 de julio de 1935. A continuación es
enviado a Pozuelo (Madrid) para iniciar los estudios eclesiásticos que tendrían
que llevarle hasta el altar. Apenas termina el primer curso, tras unos días de
retiro, Justo se prepara con sus connovicios a renovar su oblación temporal.
Era el 16 de julio de 1936. Sólo seis días después, el 22 de julio, sería
detenido con todos los miembros de la comunidad oblata de Pozuelo.
Martirio
Tras dos días de prisión en el propio
convento convertido en cárcel, es llevado con sus compañeros al centro de
Madrid, Dirección General de Seguridad. Justo, con sus hermanos Oblatos, al día
siguiente se encuentra en libertad, pero desorientado, en la Capital de España
sin saber a dónde ir. Se refugia con un primo suyo en casa de una familia,
hasta que es detenido otra vez y conducido a la Cárcel de San Antón. De aquí
fue “sacado” con
otros doce Oblatos el 28 de noviembre de 1936 para ser martirizado en
Paracuellos del Jarama. Acababa de cumplir 20 años
.
Ya desde niño…
Vino al mundo para ser santo y nunca perdió
de vista su meta. Caminaba hacia ella con una intensa vida de oración y
cultivando el corazón noble, bondadoso, pacífico y pacificador que poseía.
Durante la infancia asistía a la escuela y
todos los días a la catequesis que daba el párroco en el pórtico de la iglesia
antes de rezar el rosario. Ayudaba a Misa todos los días y recibía el
sacramento de la reconciliación con frecuencia. Dos anécdotas pueden ayudarnos
a intuir su profunda vida de piedad.
Cuenta su sobrino y coetáneo Julián, que
convivió de niño con él: “Recuerdo
que murió un familiar y cuando lo conducían la iglesia, nos invitó a un grupo
de niños que íbamos con él, a rezar un Padrenuestro”.
La otra anécdota nos la refiere su hermana: “Cuando sólo tenía ocho años un día me
dice: ¿Sabes que Paco es el novio de Constancia? (una hermana mayor). Y yo le
dije: “Y el mío, ¿quién es?” Y me contestó: “El tuyo es Jesús”. El había oído
que yo quería entrar monja…
El P. Olegario Domínguez, que convivió con él
en el seminario menor, cuenta cómo le impresionó: “A los que fueron mis compañeros los admiré siempre por
su regularidad, generosidad y fidelidad en lo que se nos pedía, especialmente
Justo, que fue puesto por los superiores como responsable de los pequeños.
Recuerdo que con mucha delicadeza nos llamaba la atención e, igualmente,
impedía que hubiera conflictos”
. …y de joven
Ya en Pozuelo, Justo constataba que el
ambiente hostil era muy tenso contra todo lo religioso, como podía verse por la
quema y saqueo de iglesias y conventos.
El P. Pablo Fernández describe la creciente
animadversión contra los Oblatos por parte de los enemigos de la fe:
“Los Oblatos de Pozuelo eran muy
apreciados y valorados por los creyentes, y convocados a asistir a reuniones y
celebraciones religiosas, en las fiestas patronales, así como en otras
solemnidades. También eran llamados para dar ejercicios espirituales. Esta
buena fama entre los creyentes tenía como contraposición la animadversión, por
odio a la fe, de los grupos extremistas, anarquistas… Este clima se debía a que
la comunidad de los Misioneros Oblatos era la que promovía la vida cristiana en
todo el contorno de Pozuelo: Aravaca, Majadahonda y Húmera”
Sobre la previsión del martirio, añade:
“Los días anteriores al 22 de julio,
aunque no salían del convento, sin embargo estaban siendo testigos de lo que
ocurría a su alrededor: el humo que veían de las quemas de iglesias y conventos
en Madrid, las idas y venidas de los milicianos por las calles, las amenazas
directas, cuando pasaban por delante del convento, provocando, diciendo:
“¡Mueran los frailes!” Todo esto hacía que la comunidad previera que, de un
momento a otro, fueran a por ellos. Tanto es así que cuando entraron, el
hermano portero avisó al P. Delfín Monje y le dijo: “¡Ya están ahí!”
El trato que recibieron en la cárcel,
expresado por testigos oculares, fue despiadado, con muchos desprecios, pasando
frío, hambre, mucha miseria, incluso llenos de piojos. No tengo constancia de
que fueran sometidos a interrogatorio El
comportamiento de los Siervos de Dios en la prisión fue de serenidad, de mucha
confianza en Dios, al que invocaban repetidamente (…) Quiero resaltar que los
formadores supervivientes estuvieron presidiendo aquella pequeña comunidad en
cautiverio. No hicieron dejación de sus responsabilidades. Los escolásticos por
su parte mantuvieron, en todo momento, la deferencia y la obediencia a sus
Superiores.
Su reacción ante la previsión del martirio
fue de mucha serenidad, dominio de sí y oración al Señor. El móvil que los
guiaba era el deseo de consumar su oblación, hasta el punto que uno de los
supervivientes me dijo: Nunca me he tenido más preparado para la muerte que en
aquellos momentos”.
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